En estos días se cumplen 16 años del Primer Congreso de la Lengua Española, aquel que fue en Zacatecas, maravillosa ciudad colonial Patrimonio de la Humanidad. En abril de 1997, Gabriel García Márquez desató tempestades y, como prestidigitador, hizo que otros se desgarraran las vestiduras.
Resonancias de
un Congreso
La lengua española
entre dimes y diretes
El
mundo del idioma y el mundo de las cosas, siguen separados, doble la patria de
la palabra, doble la patria del hombre, doble el abismo de la esencialidad…
Hermann Broch
La
muerte de Virgilio
Por LAURA O.
CASTRO GOLARTE
Los efectos de
las cosas importantes rara vez son inmediatos. Se cuecen a fuego lento como los
buenos caldos, es preciso sazonarlos con cuidado y no desprenderse de la
hoguera hasta no tener la certeza de que es el mejor guisado.
La lengua
española es importante. Y tuvieron que pasar más de mil años para que los
hombres de hoy, los que saben, se sentaran a la mesa a degustarla, a masticarla
una y otra vez para hallarle sabor, para definir su consistencia, para
diferenciar aromas, desmenuzar ingredientes y hacer un primer intento por
encontrar y escribir la receta. Imposible. Enriquecida siglo tras siglo, la
lengua española de ahora es el resultado de un sinfín de sazones que nadie tuvo
la precaución de anotar, ni el cuidado de seguir, ni la paciencia de
respetar... se ha dejado a la buena de Dios.
Viva como está,
herencia como es, ha trascendido tiempo y espacio en una carrera evolutiva que
está más allá de cualquier esfuerzo humano por detenerla o contenerla,
por acotarla o absorberla, por violentarla o someterla.
Siglo tras
siglo, desde el X, de cuando se tiene la primera noticia del español por
escrito, nuestra lengua es otra. De cien años en cien años las transformaciones
han sido asombrosas. No sería posible que un hombre del siglo XI o del XIII se
comunicara con alguno del siglo XX en este idioma.
Y ahora nos
desgarramos las vestiduras.
El español es
una lengua viva y como tal crece y se enferma y sana. La lengua es el gran
instrumento para la trascendencia del hombre. Generaciones van y vienen, pero
lo que el ser humano dice o escribe, se ha quedado, aquí está.
Cinco
días de bla, bla, bla
Un buen día
llegó la noticia de que en Zacatecas se celebraría un congreso de la lengua, así
simplemente, pero más que eso, lo verdaderamente importante era que vendrían
¡los reyes de España! como si por ese simple hecho, lo que se hiciera o dejara
de hacer o de decir en el Congreso, adquiriera una mayor dimensión.
El caso es que
por primera vez en mil años (si contamos desde el siglo X) se reunirían
estudiosos, periodistas, comunicadores, lingüistas, habladores
--indispensables--, escritores, editores, intelectuales y todos los que de
alguna u otra forma tienen que ver con el idioma español para perorar sobre él,
para defenderlo y atacarlo y para analizarlo, deshacerlo y volverlo a componer.
Para Zacatecas
fue una circunstancia sin precedente. Sus hermosas y coloniales calles de
pronto se vieron invadidas por extraños seres con gafetes de distintos colores,
elementos de seguridad --sobre todo el primer día (7 de abril)-- y la especie
esa que ojalá estuviera en peligro de extinción: “el Estado Mayor Presidencial”,
además de decenas de reporteros y fotógrafos que le dieron “sabor al caldo” con
sus ires y venires y sus problemas para cubrir lo que de la lengua se dijera y
difundirlo a todo el mundo, por lo menos el de habla hispana.
De principio a
fin, el congreso de la lengua fue centralista: ponentes, invitados especiales y
reporteros de ciudades capitales de los países participantes, no tuvieron
mayores problemas. La “provincia” como se nos llama despectivamente, vio
disminuidas seriamente sus posibilidades. Lo único no centralista fue la ciudad
sede.
7
de abril
Unas horas
antes de escuchar lo que Gabriel García Márquez traía preparado para todos y
que aún escandaliza, los reporteros de ciudades distintas al Distrito Federal,
nos “peleábamos” con un tal Octavio Contreras que repartía gafetes “especiales”
como si fueran volantes, pero sólo a los “nacionales”, es decir, a los
reporteros que trabajan en medios de comunicación de la capital del país. Le
sobraron. Éramos más los que llegamos de Guadalajara, Torreón, Hermosillo,
Tuxtla Gutiérrez, Aguascalientes, Villahermosa y otras ciudades del resto de la
República.
Algunos como
nosotros --me acompañó el reportero gráfico Santiago Corona Barbosa-- estuvimos
apostados desde las diez de la mañana, a escasos cincuenta metros de la entrada
al Ex convento de San Agustín --donde sería la ceremonia inaugural en punto de
las 12:00 horas--, del otro lado del cordón que sólo podían traspasar los
privilegiados que portaban el “distintivo especial” (había unos grises pequeños,
otros amarillos y verdes más grandes y gafetes sólo identificables por los
elementos de seguridad).
Los que no teníamos
semejante salvoconducto, a lo más que aspirábamos era a ver la ceremonia
inaugural por “tele”, mediante un circuito cerrado. Los monitores estarían en
el patio contiguo a la nave principal. Hasta para eso tuvimos problemas. Al
final y como haciéndonos un gran favor, Octavio Contreras, omnipotente y
omnipresente, franqueó el paso unos minutos antes de que el Rey de España y el
Presidente de México hicieran su arribo al edificio patrimonial.
Para el
reportero gráfico la situación estaba más difícil porque no podía tomar
fotografías de imágenes de televisión y todos se hicieron para atrás en cuanto
a la posibilidad de sí dejar entrar a fotógrafos y camarógrafos aun cuando su
más grande pecado fuera ser de “provincia”. Había que resolverlo de alguna
manera y rápido, porque en lo que son peras o son manzanas ya nos habían dado
casi las 12:00.
Santiago
Corona optó por “ganar la calle” y tomar fotografías del recorrido. La Av.
Hidalgo, que es la principal de Zacatecas, estuvo acordonada desde temprana
hora y ahí, los que estaban en primera fila eran niños. Eso estuvo muy bien,
sobre todo para cuestiones de publicidad e imagen.
Conforme
pasaba el convoy con los protagonistas que iban en un carro sin capota, los niños
agitaban banderitas de México y España, gritaban vivas y desde las azoteas de
los edificios manos invisibles lanzaban papeles tricolores cortados en
cuadritos. No más faltó que alguien se adelantara y dijera al rey lo mismo que
en Colombia alguien dijo, según relató en la clausura el ex presidente de ese
país, Belisario Betancourt: “Qué milagro es verles (a los reyes). Dichosos los
ojos. Los estábamos esperando desde hace quinientos años”.
Llegaron por
fin al inmueble, el Rey de España y el Presidente de México, caminando y
saludando --sin saludar-- a diestra y siniestra. La sonrisa congelada y el paso
firme.
Los reporteros
que ya esperábamos que iniciara la transmisión, nos perdimos de eso porque no
podíamos ni siquiera asomarnos, bueno, hasta los elementos de seguridad
recibieron la orden tajante de meterse y cerrar la puerta que da al patio para
que los mandatarios no vieran a nadie en las calles vecinas.
Tomamos
asiento, colocamos las grabadoras y nos dispusimos a escuchar los mensajes de
Juan Carlos I y Ernesto Zedillo y de los tres premios Nóbel de Literatura
invitados para la ocasión y que son los tres vivos que tiene la lengua hispana:
el gran Gabo, Camilo José Cela y el mexicano Octavio Paz que por cuestiones de
salud envió su mensaje en video.
Por fin
empezaron los cinco días de “bla, bla, bla” que de alguna manera determinó el
autor de “Noticia de un secuestro”. Escandalizó, pero también tuvieron mucho
que ver algunos de los discursos salpicados de “demagogia”.
A la salida,
sin esperarlo por supuesto, dada la inaccesibilidad de que se ha cubierto,
abandoné el patio central a un lado de García Márquez, hombro con hombro. Era
impensable no hacerle por lo menos una pregunta. Tuve que posponer la reacción
de sorpresa:
--La prensa...
¿qué puede hacer para defender la lengua?
--Escribir,
escribir...
--¿Así nada más?
--Sí, la
lengua se defiende sola.
Inmediatamente
se fue. En cuanto otros reporteros vieron que Gabo respondía se acercaron con
sus grabadoras por más, pero ya no hubo más. En varias ocasiones el autor de “El
amor en los tiempos del cólera” ha dicho que las entrevistas no tienen fin, por
eso prefiere no darlas.
Era un
hervidero de gente y de pronto se apoderó de mí esa desesperación por hacer
entrevistas. Sin embargo, me topé con otro obstáculo ¿Quién era quién?
Imposible acercarse a leer lo que decía cada gafete o preguntar: “¿¿Y usted quién
es?”
Aquí no quedó
otra más que seguir el camino más corto y sencillo. Conocía a don Miguel León-Portilla
que ha venido varias veces a Guadalajara y lo abordé, pero no se dejó
entrevistar, que después. La tarde de ese mismo día participaría en la
presentación del libro de Mexicanismos de don José Luis Martínez, jalisciense y
director de la Academia Mexicana de la Lengua. ¡Él! claro, él era otra
posibilidad de entrevista y sí lo fue. Breve, don José Luis dijo que no se podía
hablar de defensa si no había nada que lo atacara, así que era incorrecto
referirse a la defensa de la lengua española, si acaso, a su enriquecimiento y
preservación, pero no a su defensa. No obstante, este término se utilizó
durante los cinco días de bla, bla, bla, en exceso quizá, en todas y cada una
de las seis mesas en que se organizó el congreso y dio la pauta, además, para
la redacción de las conclusiones.
Por la tarde,
después de que fuimos a la sala de prensa a escribir las notas de la mañana, en
medio de una barahúnda que dificultaba la concentración, regresamos al centro
de Zacatecas --Patrimonio de la Humanidad-- porque en Palacio de Gobierno se
presentaría el libro ya anunciado de don José Luis Martínez. Lo mejor de esta
presentación, fue, sin duda, la participación del doctor León-Portilla,
indigenista a m s no poder, que no se tentó el corazón para decir una que
otra cosilla en contra de los españoles, luego de pedir “por-favor, por-favor”,
que no se le considerara chauvinista.
Con singular
alegría dijo --y seseando-- que “tiza”, utilizada por los españoles para
escribir en la “pizarra” (“los mexicanos escribimos con gis en el pizarrón”) es
un nahuatlismo, tiztl que quiere
decir greda y advirtiendo que no expondría una lista de americanismos, se
regodeó enumerando algunas palabras de origen americano que se han incorporado
al español universal: maraca, barbacoa, canoa, jacaranda, papa, jitomate,
aguacate, tiburón, hamaca, cacique, colibrí, caníbal, caimán, macana, jícara,
tocayo...
Miguel León-Portilla
hizo un planteamiento que, en realidad, ha encontrado poco eco, pero que es
fundamental: elevar a rango constitucional el hecho de que los países hispanos
son plurilingües porque “la pluralidad de lenguas no es ya un castigo como en la
Torre de Babel. Además de derecho inalienable de quienes las hablan, es riqueza
invaluable del propio país y de la humanidad entera.”
Al día
siguiente empezarían los trabajos en las seis mesas temáticas: Libro, Prensa,
Radio, Televisión, Cine y Nuevas tecnologías.
8
de abril
Nos levantamos
temprano aun cuando nos habíamos acostamos tarde y agotados por el trajín del
primer día. Nos esperaba una jornada con decenas de ponencias y miles de
palabras. Por más que lo intentamos no logramos desarrollar el don de la
ubicuidad.
Elegimos las
mesas de Prensa y Libro. Esta última fue una de las mejores y del primer día de
trabajos surgió una de las propuestas que el Congreso retomó para llevarla a la
Reunión Cumbre Iberoamericana que será en noviembre de este año en Venezuela.
Belisario
Betancourt, motivado por la exposición de Miguel de la Madrid, sobre todo en lo
que se refiere a los problemas para la distribución de libros en los países del
mundo hispano, propuso que se creara un Mercado Común del Libro en la región.
Esto no fue sólo bla, bla, bla... es una idea con esperanza de que prospere.
Era ya el
primer día de trabajos --quedaban dos-- y fue difícil encontrar el ritmo: ¿qué
cubrir?, ¿cómo?, ¿qué escribir?, ¿qué mandar?, ¿cuánto?, ¿qué guardar?, ¿a quién
entrevistar? No fue fácil y se hizo necesario jerarquizar y plantearse
opciones: ¿qué ponencia cubrimos? ¿la de Chespirito o la de Miguel de la
Madrid? En realidad, este fue uno de los casos menos complicados de resolver,
pero hubo otros que sí planteaban serios problemas. El programa estaba
atiborrado de nombres y temas que parecían todos interesantes. Los de Prensa,
una de las mesas más desairadas, por cierto, presentaban trabajos
verdaderamente atractivos, sobre todo para un periodista. Aquí el gran obstáculo
fue que la mayoría de los ponentes eran españoles y no precisamente periodistas
sino estudiosos o investigadores, no comunicadores, de tal suerte que si de por
sí no se le entiende bien lo que dicen, mucho menos a quienes casi no hablan y
mucho escriben.
Al principio
creí que yo era la del problema, que si no les entendía a los españoles era por
alguna falla en mi sentido del oído, pero no, al final, el coordinador de la
mesa de Cine, durante la sesión de conclusiones y con un excelente humor (Reynaldo
González, cubano), dijo que hubiera sido bueno poner subtítulos a los
expositores españoles para no perder palabra de lo que decían.
Después de
eso, puedo reconocer con toda franqueza, que si no se hubieran distribuido
fotocopias de las ponencias de esa mesa, me habrían pasado de noche, como luego
se dice.
Imposible
siquiera pensar en ir a Radio o a Televisión o a la mesa de Nuevas tecnologías
en la que, además, igual que en Prensa, la mayoría de los expositores eran españoles.
9
de abril
Levantarse
temprano era cada vez más difícil, pero lo logramos. Y la situación era que
como unas mesas empezaban puntuales y ya no dejaban entrar, y otras no, no podíamos
correr el riesgo.
Este día en
particular, de acuerdo al programa y sólo con él como base para desarrollar la
intuición, tanto en la mesa de Libro como de Prensa, habría cosas importantes.
Sí fue así y logramos cubrir un poco más porque decidimos que yo iría a la del
Libro y Santiago Corona a la de Prensa, además de como fotógrafo, como
reportero.
En la del libro
estuvo Sergio Ramírez, escritor desde siempre pero más que por eso, famoso
entre muchos reporteros por haber sido combatiente en contra del gobierno de
Somoza y después vicepresidente con Daniel Ortega en Nicaragua.
Su exposición
fue magistral y de ella ya dimos cuenta detallada (El Informador, 10 de abril),
pero vale la pena recordar que él habló del poder de la palabra y de su
supervivencia: “La literatura se quedará en la escritura. El acto mágico de
escribir, de transformar la imaginación en palabras, no tiene sustitutos mecánicos
ni electrónicos. Ese acto de transferencia de la imaginación de una mente a
otra, de la mente de quien escribe a la mente de quien lee, depende de la cifra
única de la palabra. Sus variables son infinitas”.
A él fue fácil
entrevistarlo. Es de esas personas que se dejan preguntar y que gustan de
responder. A lo que no le quiso entrar, por más que insistimos varios
reporteros, fue a dar su opinión sobre el discurso de Gabriel García Márquez el
día de la inauguración.
De hecho, en
el marco del Congreso fue poco lo que se dijo públicamente acerca del discurso
que todavía da de que hablar. Las reacciones fueron posteriores y de varias
partes del mundo. La mayoría adversas, las menos, realistas. Lo cierto es que
García Márquez, al parecer ávido de una publicidad que no necesita, confeccionó
un discurso ideal para eso y para despertar polémica. Lo logró. Y si bien se
empieza a entender que fue una de las “famosas salidas de Gabo”, sí motiva a la
reflexión, que no al desgarramiento de vestiduras. Lo que pasa es que la
memoria del ser humano es muy limitada y no todas las personas saben a ciencia
cierta cómo ha sido la evolución del español a lo largo de un milenio, pero es
como decía al principio. Lo escrito entonces, salvo los especialistas, nadie lo
entendería hoy y una lengua viva está sujeta a cambios, a interpretaciones y
reinterpretaciones, a costumbres y culturas, mucho más el español que se ha
alimentado de cientos de dialectos, sujetos a cambios también, en todo ese
tiempo. El sustrato lingüístico del español es casi infinito.
Como un
ejemplo, y de manera por demás simpática (aunque la mayor parte del público
reprimió risas y sonrisas), la coordinadora de la mesa de Radio, Elsy
Manzanares, de Venezuela, hizo un llamado para que se respetaran los
regionalismos, porque, de otra manera, habría que definir “lo que significa el
verbo coger para los españoles y qué para los mexicanos”.
La sesión
plenaria de este día fue muy buena. Empezó tarde, pero, por ejemplo, fue
posible abordar a don Belisario Betancourt para solicitarle una entrevista y la
concedió con gran amabilidad --además de que los colombianos, y es una
apreciación personal, tienen un modo para hablar muy cálido, sabroso--.
Esta sesión
fue “violentada” por Jacobo Zabludovsky, quien estaba programado para hablar al
final y lo hizo al principio, por cuestiones de trabajo. Álvaro Mutis no
abandonó una sonrisa de difícil interpretación, aunque algo se pudo deducir
cuando dijo, coincidente con García Márquez de alguna manera, que había otras
cosas de qué preocuparse, no del español, sino de la sociedad de jueces
implacables en la que vivimos, y de la desorientación que priva en los jóvenes
y del Apocalipsis que viene y ya deja escuchar los primeros trompetazos.
Oír y atender
al Prof. Odón Betanzos fue también una gran experiencia. Hasta antes de esta
sesión no tenía noticia de él y resulta que es un ser humano extraordinario.
Nació en España y vive en Estados Unidos, en donde se dedica a defender no sólo
la lengua desde la presidencia de la Academia que tiene su sede allá, sino a la
comunidad hispana en general. Habló por ejemplo, sin que tuviera que ver
directamente con nuestro idioma y fuera de su texto, de que algo se tiene que
hacer en contra de esa gran muestra de antihumanismo de la Unión Americana, que
abre y cierra la puerta a las corrientes migratorias a conveniencia, cuando se
necesita mano de obra o cuando se necesitan votos.
Para este día,
después de la sesión plenaria, estaba programada la presentación de Pilar
Rioja, la bailarina, en un homenaje a Ramón López Velarde, el poeta zacatecano.
Primero sería en el Teatro Calderón pero luego se cambió a otro sitio. Eso
dificultó las cosas y el motivo de tal cambio fue que, uno o dos días antes de
que iniciara el Congreso, el Teatro Calderón todavía estaba tomado por los
estudiantes que continúan en huelga de hambre como señal de protesta por la
actuación del rector de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Finalmente se
desalojó y los manifestantes se trasladaron al callejón que está enfrente del
Ex convento de San Agustín. (Fueron una compañía asidua y muy activa. El día de
la clausura le causaron serios problemas al gobernador Arturo Romo. Le
regalaron un Pinocho de oro que, por supuesto, el funcionario no quiso
recibir). Aún así, no se reanudaron las actividades originalmente programadas
en ese lugar, sólo se instaló una exposición de libros antiguos.
Este día,
después de que todos los reporteros y fotógrafos concluimos la labor cotidiana,
aceptamos una invitación del gobierno del Estado para participar en una
callejoneada con la burra Hortensia y todo, cargada con ollitas y mezcal. Una
tradición de las más gustadas y socorridas en la ciudad. Las calles de
Zacatecas adquirieron otra dimensión y en las paredes de cantera rosada retumbaba
la música de la tambora. Algunos “la siguieron” hasta las cinco o seis de la mañana
luego de cenar el “itacate minero”, un platillo típico que consiste en un
envoltorio con tacos de chiles jalapeños rellenos y capeados, de frijoles con
huevo y de chicharrón, que las mujeres de los mineros les preparaban antes de
que se fueran a trabajar. Nosotros no seguimos. Al día siguiente, a las 8:30 de
la madrugada, era la cita con don Belisario Betancourt para la entrevista.
10
de abril
Desde un día
antes, Santiago y yo nos repartimos otra vez las mesas de trabajo. A duras
penas pero logré puntualidad, a diferencia de don Belisario que llegó quince
minutos tarde y en esa misma proporción se acortó el tiempo para las preguntas
y las respuestas. Pero fue buena de cualquier modo (El Informador, 11 de abril)
y se trata de una persona muy amable que quién sabe cómo le ha hecho para ser
ex presidente y vivir en Colombia.
La cobertura
del Congreso, a estas alturas, ya era una gran rutina. Mesas de trabajo,
ponencias, entrevistas, traslado a la sala de prensa, escribir, mandar, comer ¿comer?,
regresar a la sesión plenaria, volver a escribir, volver a mandar, dormir ¿dormir?..
Era el último
día de ponencias. Al siguiente sería la clausura y nada más.
La sesión
plenaria fue de conclusiones que dieron a conocer los coordinadores de cada una
de las mesas. Que Estados Unidos sea considerado como un país de habla hispana,
por ejemplo; que se respeten los regionalismos; que dizque la televisión
utiliza el idioma “muy apegado a la norma”; que se corre el riesgo de una
norteamericanización y no una globalización a través de la televisión; que los
periódicos de referencia deben poner el ejemplo en cuanto al uso del idioma;
que no hay que tenerle miedo a las nuevas tecnologías; que la supervivencia del
libro está garantizada y cuestiones por el estilo. Se acabó.
Por primera
vez terminamos temprano, logramos comprar algunos dulces deliciosos (rollos de
ate de guayaba rellenos de cajeta y nuez) y ya. A la salida, y como un regalo,
avistamos en un cielo limpísimo después de un día nublado y lluvioso, al cometa
“Hale-bop”, surcando la bóveda zacatecana, como una señal de buen augurio.
11
de abril
La ceremonia
de clausura fue muy larga y ya todos estábamos muy cansados. Duró ¡dos horas!
pero se dijeron cosas interesantes. Aquí fue cuando se dieron a conocer las
conclusiones que le prometen vida al Congreso. Se habló ya de continuar y de,
por qué no, que el próximo sea en Cartagena de Indias.
Lo que se dijo
en la clausura ya es viejo, pero muchas cosas se quedaron en el tintero por
falta de espacio sobre todo.
De alguna
manera la introducción de esta crónica tiene una referencia culinaria,
inspirada en una fábula que leyó, otra vez, Belisario Betancourt (una de las
presencias más activas a lo largo de todo el Congreso), sin lugar a dudas y que
ahora transcribo:
“... En alguna
de sus fábulas cuenta Esopo que en cierta ocasión un señor de pro que deseaba
agasajar a sus huéspedes, envió a su mayordomo a comprar lo mejor a fin de
preparar una cena suculenta. El mayordomo va al mercado y engalana la mesa con
lengua exquisita. La elección del plato merece los elogios de la concurrencia.
Intrigado, el señor de casa pregunta al mayordomo el motivo de la elección: he
escogido la lengua --le responde-- porque con ella se venera a las divinidades,
con ella se construyen la familia y la patria, con ella se exaltan el honor y
la virtud: por tales razones, la lengua es el más importante producto del
mercado. Se repite la oportunidad de la cena pero en esta ocasión el amo se
encuentra enojado con sus huéspedes, por lo cual instruye al mayordomo para que
consiga el peor producto del mercado. Con sorpresa, el amo encuentra que el
plato principal es el mismo. Asombrado, pregunta al mayordomo el motivo del escogimiento:
he seleccionado las lengua --explica con sabiduría el mayordomo-- porque con
ella se maldice a las divinidades, con ella se destruye a la familia y a la
patria, con ella se denigra el honor y la virtud”.
Los efectos de
este Primer Congreso de la Lengua Española no serán inmediatos. Muchas palabras
quedaron en el aire. Pero lo que no estuvo ni está a discusión, es que el
español es una lengua viva, poderosa, penetrante, rica, fuerte, sólida, que es
el instrumento por el que nos comunicamos, con el que pedimos perdón y con el
que damos razón de que amamos. Es el instrumento para exigir acciones contra la
falta de humanidad, es una esperanza de paz, un grito, una palabra.
No es
necesario encontrar ninguna receta. Como en la cocina, cada quien tiene la suya
y cada quien cuida el caldero como quiere y puede cuidarlo, por encima de todo
está “el dios maya de las palabras”. Alguien dijo por ahí que el español es hoy
lo que sus hablantes queremos que sea y seguramente ahí radica su gran poder
que según Gabriel García Márquez --porque eso también lo dijo aunque pocos lo
hayan atendido-- hoy es más fuerte que nunca: “La humanidad entrará al tercer
milenio bajo el imperio de las palabras... la lengua española tiene que
prepararse para un oficio grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho
histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino
por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su
rapidez y su fuerza de expansión...”
“Permaneceremos.
La escritura nos habla, el texto nos reproduce, el libro nos expresa, la lengua
española está viva. El antiguo poeta mesoamericano, Nezahualcóyotl, dice
que dejaremos al menos flores, al menos
cantos”
Jaime
Labastida
Publicado en El Informador en abril de 1997.