Hace 18 años tuve oportunidad de hacer varias entrevistas en la Ciudad
de México, cuando era editora de la sección Cultural de El Informador.
Una de ellas fue al librero-editor Miguel Ángel Porrúa, en un contexto de
crisis económica nacional. Era 1995. Padecíamos aún los efectos de los
"errores de diciembre" y el presupuesto para educación y cultura
había sido recortado por la administración de Ernesto Zedillo Ponce de León, a
la sazón, Presidente de México, además de que se endurecieron los requerimientos fiscales para la industria editorial.
Rescato ahora esta entrevista que se publicó en tres partes porque en el
marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara que comenzará el próximo 30 de
noviembre, el librero-editor Miguel Ángel Porrúa será objeto del Homenaje al
Bibliófilo. La cita es el 3 de diciembre de 2013 en el auditorio “Juan Rulfo”
de Expo Guadalajara, a partir de las 18:30 horas. En el homenaje participarán
el Dr. José María Muriá y el escritor Vicente Quirarte.
La cultura debe estar por
encima de cualquier crisis
La educación y la cultura son una salida que nadie ve o que nadie quiere
ver pero que ahí está, abierta de par en par, luminosa, ancha, para entrar por
ella a otro México… y no a otro México, sino al verdadero, al que es y ha sido
desde hace miles de años, al que no vemos con la visión de nuestra historia… en
el que estamos inconscientes, como desintegrados, como por encima. No profundizamos,
no llegamos a las raíces.
Y esa es la salida para esta crisis o para estas crisis, por eso la cultura
y la educación deben estar por encima de cualesquiera, por graves que sean.
Miguel Ángel Porrúa es librero-editor,
trabaja por y para la cultura y por y para la educación, es decir, por México y
le cuesta mucho trabajo hacerlo porque lo primero que resiente una crisis son
los libros y lo último en recuperarse de ella, son los libros también. No hay
trabajo por las circunstancias internas y el mercado extranjero, aunque
demandante, enfrenta dificultades para conseguir las divisas necesarias para
comprar libros mexicanos.
Desde hace diez años las librerías en México están desapareciendo, están
cerrando y luego los problemas de distribución; pero todo el problema tiene su
base en la educación, sobre todo porque la gente, la mayor parte de la gente
que habita “este bendito país” no tiene conciencia por educarse. Con qué
frecuencia nos encontramos con familias en donde el padre obliga al hijo a
dejar la escuela porque “ya-es-hora” de que se ponga a trabajar y esto sucede
desde la primaria, en la secundaria. Y esos son niños que cuando adultos
tampoco tendrán conciencia para educarse ni por ellos ni por sus hijos,
alimentando así una cadena interminable.
Hay una especie de zona muerta antes de llegar a lo que sería la salida a
todo esto, hay un paso que no damos, ni las autoridades ni la sociedad civil,
una línea que no cruzamos por esa falta de conciencia, por ese primer
sacrificio que económicamente hacen todos los gobiernos, cuando es preciso ser
austeros y hacer recortes: educación y cultura.
Todo esto y mucho más resultó de la entrevista con Miguel Ángel Porrúa en
la ciudad de México, en la calle de Amargura, por si fuera poco y es que, al
principio, el encuentro no fue fácil, estaba de muy mal humor (con justa razón,
por cierto) y, la verdad, temí por un momento que la entrevista no se llevara
al cabo, pero al final de cuentas hasta sirvió de desahogo y qué bueno. Siempre
es bueno hablar cuando se siente la necesidad de hacerlo y él lo hizo,
pausadamente, en tono bajo y dijo más de lo que esperaba. Más que una
entrevista lo dejé hablar. De repente se detenía como dándose cuenta de que era
una entrevista y que yo tenía que hacer preguntas, pero en realidad sólo di pie
para que continuara.
Primero me dijo que era mejor que publicada una ponencia que acababa de
presentar en un foro del Plan Nacional de Desarrollo y al entregármela se
sentó, dispuesto a hablar y así empezamos. Estuvimos más de hora y media uno frente
a otro, hablando de educación, de cultura, de crisis, de distribución de
libros, de micro y pequeñas industrias, de economía informal, de la falta de
líderes desde hace décadas, de que Jalisco es el estado con el nivel cultural
–que no educativo—más grande de todo el país, de que hay esperanzas en que
algún día veremos la salida que está ahí y de sus conversaciones con dos juanes
de Jalisco, López y Rulfo.
De este último leyó la respuesta a su pregunta de por qué era importante
estudiar historia, porque de eso estábamos hablando, de nuestra riqueza como
país y de la inconciencia por la educación. En aquella ocasión Juan Rulfo
contestó:
Es importantísimo, no sólo
importante. Es lo que arraiga al hombre a su tierra, es lo que hace que el
hombre permanezca y que le tenga cariño al lugar donde vive. Es precisamente la
razón por la cual muchos se han ido de braceros, el hecho de no tener
conocimiento de su pasado ni del lugar donde habitan. El día que conozcan a sus
antepasados, el día que sepan que en estos lugares donde habitan vivieron
hombres valiosos, el día que sepan que esa tierra ha dado grandes muestras de
una cultura viva, el hombre se arraigará más, confiará más en su trabajo y
tendrá conciencia del lugar donde vive y tendrá valor suficiente para saberlo
defender y poder trabajar con entusiasmo y con amor en el lugar donde nació.
Esa es la importancia de la historia.
Y Miguel Ángel Porrúa dijo que ésa era la importancia no sólo de la
historia, sino de todas nuestras actividades, de nuestro actuar cotidiano en
este país; de la educación y de la cultura.
Estuvo de acuerdo en que, efectivamente, recortar los presupuestos de
cultura y educación es lo más fácil, tal vez porque para los gobiernos no es
tan directo el impacto en función de dar respuestas prácticas a la gente y
validarse en el poder o justificar su ejercicio diario como “servidores
públicos”.
El caso es que recorta y no hay conciencia en la sociedad civil para
demandar, por eso él también habló de la necesidad de emprender una acción o
una medida fuerte a nivel de cámaras industriales por ejemplo, para crear
conciencia, para revertir esa forma de ser de muchos mexicanos, apática,
comodina, floja, de hacer todo al “ai’ se va” al calor del proteccionismo de la
legislación para el trabajo, que lejos de beneficiar ha perjudicado. Hace
algunos años la revisión a la Ley Federal del Trabajo estuvo en el banquillo de
los acusados. Los industriales insistían, sobre todo en la urgencia de que el
trabajador mexicano tuviera mentalidad de productividad, con incentivos y todo
eso, y esto se necesita ahora todavía.
El librero dijo que es preciso romper con ese lastre que se ha disfrazado
de idiosincrasia y tener trabajadores que se solidaricen, y más que eso, que
vean por ellos mismos. En todas las empresas del país ha habido recortes,
adelgazamientos, reducción de horarios, se han dejado ir elementos valiosos
porque no hay capacidad de pago. Sería ideal que hubiera una respuesta por
parte de los trabajadores en el sentido de trabajar diez horas en lugar de ocho,
para salir de esto, todos estamos en el m ismo barco, todos dependemos de todos
y todos debemos encontrar la salida.
Fue aquí cuando habló de la falta de líderes como una crisis no sólo en
México, sino internacional y se refirió a Fidel Castro como el último líder del
siglo XX (si es bueno o malo es otra cosa).
En México la producción de líderes es nula desde hace décadas. El último
tal vez fue Plutarco Elías Calles, según Miguel Ángel Porrúa, porque dio vida a
un partido que se ha sostenido más de 60 años en el poder. José Vasconcelos
también fue un líder, con su afán de salir a la calle demandando cultura. Él
encabezó un movimiento político de primer orden y como parte de sus estrategias
estuvo la de imprimir aquellos famosos “clásicos verdes” para que todo mundo
leyera La Odisea, La Ilíada, La Eneida…
Y podríamos pensar que luego de su derrota política, nadie siguió sus
pasos, que su trabajo fue en vano, pero no. Hubo quienes continuaron con la
misma idea, pero infortunadamente, no eran los que estaban en el poder, los
que empezaron a hablar de acciones por el bienestar de los mexicanos pero que
nunca pensaron en educación y cultura. “José Vasconcelos sí tuvo seguidores,
pero sus acciones fueron aisladas porque nunca tuvieron el poder”.
El
Informador, 23 de abril de
1995
Primera de tres partes
La sociedad mexicana tiende a
ser cada vez más consciente
Las nuevas generaciones se están politizando
La sociedad mexicana, ciertamente y en términos generales, no tiene la
conciencia de aprender, de acceder a la cultura y se necesita un movimiento
fuerte, casi una sacudida, que parta de una iniciativa de grupo, ya sea
empresarial o pública y que incida realmente en un cambio en la mentalidad de
los mexicanos, en el sentido de tener una mejor educación desde el hogar y en
los diferentes niveles educativos, como la única salida para llegar a estadios
superiores de bienestar social individuales y, por ende, colectivos.
Educación y cultura otra vez y, aunque no de la manera en que quisiéramos
–el proceso es muy lento— es preciso reconocer que ambas están llegando a las
nuevas generaciones de mexicanos que reflejan, de manera incipiente, una
tendencia hacia ser o estar más conscientes de su entorno, de las realidades,
de nuestra historia, de las manifestaciones políticas, de su papel como parte
de la sociedad civil y del daño que ha hecho hasta ahora cargar con ese lastre
de “así somos los mexicanos” que sólo ha retrasado el verdadero progreso.
Miguel Ángel Porrúa, librero-editor, se preocupa no sólo por la crisis
general que afecta de manera especial al sector en el que se desenvuelve de
manera independiente desde hace 18 años; le preocupa el por qué sucede con la
idea de identificar las causas y trabajar en esa función y como se trata de
libros, es decir, de cultura, la preocupación adquiere otra dimensión.
La tarea no es sencilla. Como editor y como librero tiene que enfrentarse a
una serie de problemas que van desde pagar impuestos pidiendo prestado si es
necesario para cumplir, hasta atacar los vicios en la distribución que, en estos
momentos, dan una imagen errónea de lo que es la industria editorial. Y el
problema es general y más complejo y profundo de lo que pudiera creerse.
Basta señalar que en países tan pequeños como Costa Rica, donde hay nueve
millones de habitantes, mucho menos de los que hay en el Distrito Federal por
ejemplo, los tirajes de libros son en promedio de entre tres mil y cinco mil
ejemplares y en México, con casi 90 millones de habitantes, son de dos mil y
tres mil volúmenes cuando mucho, y si se trata de ediciones muy buenas, llegan
a cinco mil, pero es muy raro. Estamos fuera de toda proporción.
Es lamentable que en Alemania, un país en donde se admira tanto nuestra
cultura, uno de cada tres negocios sea una librería y que hasta al director de
la Orquesta Sinfónica de Portugal, que estuvo recientemente en México, le llame
la atención que en la República Mexicana el número de librerías no llegue a
400.
Desde hace diez años, las librerías en nuestro país cierran cotidianamente,
quiebran, desaparecen.
Y los problemas de distribución, una serie de prácticas que Miguel Ángel
Porrúa espera que se debiliten, empeoran la situación, que tiene su base en la
falta de interés por la lectura.
“Las librerías quiebran y esa labor que tenía el librero ahora entre
comillas, la llevan al cabo los grandes centros de distribución y me parece que
hay algunos que son lo bastante dignos para hacerlo, pero hay otros en donde
ponen los libros junto a los zapatos, junto a los tornillos, junto a los pavos
y las manzanas en los rincones; yo creo que hay que guardarle al libro la
dignidad que tiene y que no se llegue a estos extremos”.
Hace poco presentó una ponencia sobre las “Nuevas prácticas en el mercado
de los libros” y a reserva de abundar en ella en la tercera y última parte de esta
entrevista, me referiré a algunos aspectos.
En el trabajo, el entrevistado deja de manifiesto, por ejemplo, las
diferencias en la distribución de los libros y de las pelotas de futbol, no
como objetos susceptibles de compra en una tienda de deportes, sino como
símbolo de las costumbres o hábitos que sí tiene y practica cotidianamente el
pueblo mexicano en su gran mayoría.
Y habla también de que si bien hay una mayor apertura en todos sentidos, un
despertad de la conciencia cívica “no limitado a élites o academias” y un
interés manifiesto por lo que nos es inherente como nación, no se refleja en un
incremento en “la demanda y necesidad del libro”.
Es paradójico. Pero entonces sucede lo que le pasó en alguna entidad de la
República con el Gobierno estatal: tenían un convenio por medio del cual se
editaban libros pero llegó un momento en que, o pagaban los libros o les
pagaban a los maestros y, como es de esperar, optaron por lo segundo.
Aducían que no podrían pagar con libros a los maestros porque no se comen,
pero entonces el editor dijo que si a los maestros se les regalara un libro
para que aprendieran a racionalizar sus ingresos, las cosas serían diferentes;
seguramente se les pagaría a los maestros y se continuaría con el programa de
ediciones. Pero casi nadie piensa así.
Está claro que es un problema de educación en los mismos maestros y
volvemos al problema original y a la necesidad de encontrar esa salida. Hay
opciones siempre que se tenga voluntad para encontrarlas.
Porrúa dice que muchos países también han tenido grandes problemas en
cuanto a la distribución de la cultura, pero lo primero que hacen es otorgar,
para eso, incentivos fiscales.
En México esto no sucede, con todo y que, opinó, el IVA es el impuesto
menos nocivo de todos, porque se trata de un impuesto general y no como el
Impuesto sobre la Renta que pagan sólo los que están cautivos; es decir, los
cientos de miles de mexicanos que se desempeñan en la economía informal
prácticamente se ven exentos de ese pago.
Por eso el reciente incremento del 50 por ciento en la tasa del Impuesto al
Valor Agregado es el menos injusto.
Y luego hizo una comparación con las tasas impositivas en otros países y
las diferencias que establecen dependiendo de los ingresos de cada quien.
Aquí no. Refiriéndose sólo al IVA, del peso que en la industria se genera
“podríamos hacer un recuento entre lo que nosotros pagamos y lo que el empleado
paga y así llegamos hasta un cincuenta y tantos por ciento” y la situación es
que las empresas se están reconvirtiendo para ser más productivas respondiendo
a los retos, y se trabaja ya con tecnología de punta, en su negocio por ejemplo
con “maquinaria de primerísima y posibilidades de desarrollar trabajos con la
calidad que se podrían hacer en cualquier parte del mundo, podemos competir con
ellos, pero sin embargo no tenemos trabajo y no tenemos trabajo por muchos
efectos internos y lo primero que la paga –como ya se había dicho—pues es la
cultura y lo que son los libros”.
Aun así, Miguel Ángel Porrúa insiste y lo seguirá haciendo y no sólo eso,
sino que mantendrá su línea editorial porque, de pronto es fácil caer en la
comodidad o en el atractivo que representan los best sellers o los libros
con “cubiertas de lujo e interiores de pobres”.
Él seguirá apoyando a los autores mexicanos y continuará editando sobre
política y democracia, sobre historia y derecho y educación, hasta cuando sea
posible.
Y en este orden de ideas, es relativamente reciente una colección
denominada: “Problemas educativos de México” en la que se pretende publicar
información no sólo de la educación universitaria, ni sólo en el Distrito
Federal.
Algunos de los títulos de esa colección son, por ejemplo: “Universidad
contemporánea. Racionalidad política y vinculación social”; “La organización de
la actividad científica en la UNAM”; “Tradición y reforma en la Universidad de
México”; “Escuela y trabajo en el sector agropecuario en México”; “Desigualdad
social, educación superior y sociología en México” y “Posmodernidad y
educación”.
El propósito de esta edición es profundizar en los principales problemas
educativos de nuestro país y contribuir de alguna o de otra manera a su
solución.
En su momento habrá ediciones sobre las universidades de los estados y
sobre teoría de la Educación; problemas generales y tantos otros que impiden
todavía, que demos ese paso y atravesar la zona muerta que nos separa de la
salida.
El
Informador, 26 de abril de
1995
Segunda de tres partes
La
apertura no sólo es económica,
es
también cultural y política
Los cambios políticos de que hemos sido testigos y
protagonistas los mexicanos desde hace algunos años, de 1988 a la fecha para
ser precisos; y los recientes acontecimientos, lamentablemente violentos muchos
de ellos, han despertado en los mexicanos un mayor interés por saber lo que
sucede en nuestro país, a tal grado que se ha propiciado una apertura cultural
que, junto con otras aperturas –política, económica, social—marca la etapa de
transformación y crisis por la que atravesamos.
Miguel Ángel Porrúa, librero y editor, presentó hace
algunos días en la ciudad de México en el Foro de Cultura y Recreación, con
miras a integrar el Plan Nacional de Desarrollo 1995-2000, una ponencia con el
tema “Nuevas prácticas en el mercado de los libros”.
En ella, el ponente dejó de manifiesto que la apertura en
México es más que comercial o económica y expuso una visión distinta de lo que
se cree comúnmente, con relación a la producción de libros y su posterior
distribución.
Esto tiene relación, sostuvo, en la medida en que los
diferentes procesos de apertura han logrado involucrar a un mayor número de mexicanos y no sólo a los
que formar parte de un sector o de otro –normalmente los que resultan afectados
de manera directa—sino que ahora los problemas nacionales empiezan a despertar
el interés de casi toda la población, sobre todo la urbana, es una clara
democratización de la vida nacional.
Este nuevo interés por saber ha repercutido en una
apertura cultural: “porque a consecuencia de la que se advierte en lo político
(y en lo económico y en lo social) ha motivado un ansia de conocimiento, de
estudio y reflexión acerca de nuestra identidad y situación actual; esto es
–explicó—un deseo de comprender los motivos que nos han llevado a este
presente, curiosidad que se traduce en apertura hacia los campos del
conocimiento histórico, económico y sociológico; en otras palabras, habría
razones para pensar que el interés por esa literatura sofisticada, antes sólo
privilegio académico, se ha democratizado”.
Esta apertura cultural se ha reflejado de manera
importante en un mayor consumo, por así decirlo, de medios de comunicación
impresos, pero no precisamente libros, sino periódicos y revistas y en un
incremento en el número de asistentes a actos de carácter cultural y/o
político.
El resultado de esto, casi palpable, es un despertar de
la conciencia ciudadana, de la sociedad civil de la que habló el editor en la
segunda parte de esta entrevista, cuando señala que si bien en términos
generales no hay una clara conciencia por aprender en la mayoría de los
mexicanos, sí hay una fuerte tendencia hacia ser más conscientes no sólo de eso
sino de la realidad, principalmente en las nuevas generaciones que están en
proceso de politización. Leer periódicos y revistas favorece o alimenta la
politización de las personas; y la lectura de libros también, y entonces se
podría pensar que el consumo de libros se ha incrementado, pero,
paradójicamente, no ha sido así; baste recordar que desde hace diez años todos
los días cierran librerías en México y que es la educación y la cultura, y como
parte de ambas los libros, las que primero resienten las épocas de crisis y las
últimas en recuperarse.
Porrúa lo señala en su ponencia y afirma que, en México,
el negocio de editar y distribuir libros “no es comparable en ingresos, a lo
que en países industrializados se gana vendiendo pavos y manzanas”.
Y por edición o publicación de libros se refiere tanto a
géneros literarios y a libros con temas de carácter académico como a ediciones
institucionales.
En el tema de la edición, de la verdadera edición, Miguel
Ángel Porrúa se extendió un poco: “Lo que en realidad se llama edición de
libros, no manchar con letras el papel, solamente puede hacerse a mano, un
libro a la vez, como cualquier otro trabajo, o como escribir el propio libro;
aunque con respecto a los escritores, algunos dicen que somos meros ayudantes o
parteros. Los libros en su concepción y procesos, son individualizados de
innumerables maneras: ¿Cuál es el formato adecuado? Tipográficamente ¿qué
familia es conveniente? ¿Llevará capitulares o con especialidades al inicio de
párrafo es suficiente? ¿El papel deberá ser blanco y satinado o acremado y
poroso? ¿De qué peso?
“El anhelo de los verdaderos editores es probablemente la
nostalgia que hay en el oficio de este negocio, industria que hace los libros
uno a uno. Pero para muchos, este anhelo refleja también una ambición humana
que, combinada con los recientes cambios producidos en el mercado para los
editores, los colocan en un nuevo predicamento: el costo de efectuar las
ventas; el de observar una adecuada contabilidad que permita vivir en paz con
las exigencias del fisco y el de brindar servicios adicionales necesarios para
obtener difusión y distribución con un costo que no fue considerado en el
porcentaje de utilidad previsto; son fugas incontrolables que tienden, como en
las burocracias, a convertirse en autónomas y elaboradas”.
El negocio de los libros no termina aquí; después de
tratar con los autores, con los proveedores de tintas y papeles, de maquinaria,
con los técnicos que las reparan, con la dificultad de conseguir una refacción,
con los empleados, sus ausentismos y sus errores, o bien, con la necesidad de
estimularlos cuando hacen las cosas tan bien; después de marear a los
cobradores o de pagarles destapando un hoyo y de pedir prestado para pagar
impuestos y prestaciones, después de lidiar con auditores y burocracias, viene
la distribución, ponerlos al alcance de los lectores en potencia para que
entonces todos los obstáculos superados valgan la pena en cuanto alguien lee la
primera página y las que siguen. Por eso y para esto, para muchos es forzoso
someterse a las arbitrariedades de personas ajenas al oficio, que simplemente
se dedican a distribuir antes revistas que libros. Esta es una de las prácticas
en el mercado de los libros que Miguel Ángel Porrúa espera que se debilite;
como aquella otra que coloca a los libros enseguida de los zapatos, de
artículos para el hogar, ferretería y vinos y licores y por lo general con
“portadas de lujo e interiores de pobres”.
“Otra fuente de malformación estructural para los
libreros –afirmó Porrúa—junto con la industria de la publicidad que ha prestado
el dinero para esas apuestas peligrosas, es la explosión demográfica; el cambio
de la ciudad a los suburbios que se inició al final de los años setenta, cuando
los vendedores seguían a sus compradores a las afueras de la zona metropolitana
y se superaron ellos mismos con la creación de los centros comerciales.
“El efecto que sobre los editores causaron estos nuevos
mercados –continuó—se vio reflejado rápidamente en un incremento en la
distribución de sus libros de interés común, pero no así en los libros
especializados, cuya venta se redujo a las liberarías tradicionales”.
Esta es otra práctica que debería revertirse, porque se
limita de manera importante al número de títulos que se presenta a los
consumidores e incluso se influye de manera negativa en el hábito de la lectura
porque también es preciso cuidar lo que se lee; por otra parte, si pasan ciento
veinte días y no se han vendido los libros con portadas llamativas, se
devuelven y se cambian por otros. Las devoluciones son de la mitad o del 60 por
ciento del envío inicial “y aun en los casos de ventas exitosas, la devolución
de 20 por ciento, una devolución de 10 por ciento era mortal para la
industria”.
Y esto se relaciona con los tirajes, de los que ya se
hablaba en otras partes de la entrevista: cinco mil si la edición es muy buena,
como máximo y en promedio, de dos mil a tres mil ejemplares en un país de 90
millones de mexicanos. “… Y muchas veces, cuando el minorista, sin correr
ningún riesgo ordena más libros de los que podrá vender, el editor habrá de
degustar el comer papel. Sin embargo, mientras los libros no lleguen en
condiciones similares a la pelota de futbol, las devoluciones son la parte más
pequeña del problema. Hace 20 años, antes de que las grandes cadenas dominaran
el mercado, la diferencia entre un best seller y el resto de las publicaciones
del editor, era un problema de cantidad que derivaba de la calidad; un libro
que vendía más ejemplares que los otros libros, y las regalías de su autor,
reflejaban la diferencia”.
Para terminar y a pesar de este panorama, el librero dijo
que si bien los problemas de la industria son graves, también son pasajeros y
que con todo y la realidad que expuso en el mercado de los libros: “si volviera
a nacer sería nuevamente librero y editor; los libros me dan más, mucho más,
son mi pasión y buena parte de mi vida, así que, como todo estímulo que altera
la realidad, no dudo que estas prácticas, tendrán que debilitarse”.
Hoy por hoy, dos de los problemas más graves que enfrenta
nuestro país es el de las deficiencias en la educación y en el acceso a la
cultura. Los libros forman parte sustancial de ambas y, por desgracia, el
hábito de la lectura, a diferencia del hábito del futbol por ejemplo, no es
generalizado ni aclamado por las mayorías, sin embargo, es preciso insistir
desde todos los frentes, sobre todo ahora que muchos jóvenes empiezan a tomar
entre sus manos para leer, no uno sino varios periódicos con el propósito de
estar enterados, saber más y normar sus criterios. En el momento menos pensado,
estarán sentados leyendo un libro y luego otro y otro… y se estará cruzando la
zona muerta y se llegará a la salida de esta crisis, con educación y cultura.
El
Informador, 28 de abril de
1995
Última de tres partes
* Entrevista realizada y escrita por Laura Castro Golarte, publicada en El Informador los días 23, 26 y 28 de abril de 1995. Se publica ahora en este espacio con algunas correcciones ortográficas y de redacción.