Ciudad adentro
Hace una semana que se desató la violencia en el Estadio
Jalisco y de entonces para acá las reacciones, las posturas, las opiniones, los
análisis y las decisiones se han sucedido de manera vertiginosa y con todo eso,
creo que aún hay aspectos y cuestiones que estamos dejando al margen; lecturas
que no estamos haciendo o lecciones que no terminamos de aprender.
Y me incluyo como parte de esta sociedad que está integrada
por diversos sectores sobre la base de que todos tenemos responsabilidad, en
mayor o menor medida.
Un asunto me interesa destacar primero entre el caudal
casi inagotable de información que se ha generado en los últimos días: la
autoridad.
Sobre la base de que se trata de un evento particular,
masivo, en donde hay venta de bebidas alcohólicas y antecedentes de violencia,
por lo menos, por lo menos, tendría que haber una supervisión y vigilancia
especial para prevenir y garantizar la seguridad de los miles de asistentes.
Desde la autoridad municipal, el todavía entonces titular de la Policía
tapatía, Carlos Mercado, planteó un dato cuestionable de todo a todo: los
elementos de la Policía de Guadalajara que estaban en el Estadio Jalisco ese
día, los agredidos y los agresores, estaban “francos”, es decir, era su día de
descanso y, en función de ello, su presencia en el lugar era resultado de una
elección personal para obtener un ingreso extra al salario. Mal y perdón, pero,
difícil, muy difícil de creer en eventos deportivos en donde, desde siempre, la
línea entre lo público y lo privado es muy delgada y por lo general, la segunda
se sirve de la primera a costa de los contribuyentes; y el ejemplo más claro
son los Juegos Panamericanos de 2011.
Mal que después de eso, cuando se supone que los
elementos tienen libertad para tomar tal decisión, se corte la cabeza de los
mandos. Digo, a lo mejor se lo merecían, a lo mejor se habían tardado, pero
entonces hay contradicciones y falta de congruencia entre la postura inicial y
la acción consecuente. Y peor todavía cuando la determinación de solicitar las
renuncias se genera a partir de la difusión mediática de una conversación entre
elementos, en donde un escolta del gobernador Aristóteles Sandoval da la orden
para que se actúe contra los aficionados que estaban generando problemas con
petardos y palos en la zona sur del Estadio Jalisco.
Para empezar, son esferas totalmente distintas, mal por
eso. Y queda en evidencia, una vez más, la injerencia, influencia, intervención
o como se le quiera llamar, del titular del Ejecutivo estatal en el
Ayuntamiento que parece que no se decide a dejar.
Mal, que las empresas de seguridad privada no den la cara
y peor aún que quienes las contrataron no asuman la responsabilidad por pagar
por servicios deficientes cuando, reitero, tienen bajo su responsabilidad la
seguridad de miles de personas, incluyendo niños. Me remito nuevamente al
problema de autoridad.
Mal, porque el aparato o el sistema quedan en evidencia
como omisos y negligentes considerando que hechos violentos y graves ya habían
tenido lugar en el Estadio Jalisco.
Y mal (para terminar pero seguro hay muchas más lecturas)
que no se esté otorgando la debida importancia a estos acontecimientos, como una
violación grave al principio de autoridad. La irreverencia, el nivel de
violencia y de brutalidad de civiles contra policías en conjunto son, deberían
ser un foco de alerta y una llamada de atención para la autoridad; un tema de
análisis sin duda, pare revisar qué está pasando en el entorno social y en la
esfera de lo público. En otras palabras, en las relaciones de la sociedad con
sus gobernantes; de los ciudadanos y sus policías. Ojo. Es una realidad para no
perder de vista y atender cuanto antes, digo, si es que les interesa la armonía
y la estabilidad de la sociedad en la que estamos inmersos. Si no, qué mal.
Publicada en El Informador el sábado 29 de marzo de 2014.