Ciudad adentro
El fenómeno migratorio es de una complejidad tal que
desde hace décadas es investigado, analizado y estudiado por académicos de diferentes
disciplinas y también por activistas que además se enfocan en ofrecer ayuda
humanitaria a los hombres, mujeres y niños que se mueven de sus lugares de
origen en busca de una vida mejor; son cientos de miles de seres humanos que
pasan hambre, discriminación, amenazas de distinta índole, que sufren
enfermedades, que arriesgan la vida; que dejan sus lugares de origen, a la
familia.
El padre Alejandro Solalinde es un ejemplo no sólo de
ayuda humanitaria para quien lo requiere en estas circunstancias; sino también,
y de manera muy importante, de exposición y denuncia de lo que pasa en México
en torno a la migración de mexicanos y de personas de Centro y Sudamérica hacia
Estados Unidos. Y hay muchos otros como él, por lo general anónimos, que
contribuyen a reducir la magnitud de esta realidad que pesa sobre todos.
La migración hacia el vecino del Norte tiene altibajos marcados
por fenómenos económicos y por procesos electorales fundamentalmente; y ha
pasado por diversos momentos a lo largo de la historia. Hoy en día, además de
la información relativa a los niños migrantes, la situación se ha tornado grave
de manera particular y remarcada por la operación en casi plena impunidad de la
delincuencia organizada.
Muchos migrantes, mexicanos y de países hermanos, son
amenazados, cooptados, desaparecidos y asesinados si no aceptan sumarse a las
filas del crimen. Hallazgos macabros y otras historias se han dado a conocer
cada vez con más frecuencia en los últimos años, infortunada, dolorosa y
lamentablemente. Un ejemplo terrible es el de los 72 cuerpos hallados en 2010,
en San Fernando, Tamaulipas. Hechos similares se han difundido recientemente.
Desde antes, pero particularmente desde la entrada en
vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994, el asunto de
la reforma migratoria es un pendiente que cada día cobra más vidas mientras los
presidentes en turno de aquí y de allá, se reúnen sonrientes, se toman
fotografías, hacen declaraciones contundentes y esperanzadoras para muchos, se
hablan por teléfono y dizque se ponen de acuerdo, pero sigue sin pasar nada.
Siempre hay otras prioridades para unos y para otros, con
todo y el dolor que este flujo de personas causa en miles de familias, más una
serie de consecuencias que tienen que ver con pobreza, delincuencia,
transmisión de enfermedades, desapariciones y muertes.
Nada más el año pasado casi 700 mil mexicanos fueron
detenidos en la frontera con Estados Unidos. Detenidos, es decir que miles más,
sin cuenta exacta posible, decidieron cruzar la línea con esta idea de vivir
mejor.
Queda claro que, hasta ahora y quién sabe desde cuándo,
el principal problema que impide paliar –por lo menos—los efectos migratorios,
es la falta de voluntad de los gobernantes en turno.
Si las migraciones se incrementan las razones están
estrechamente vinculadas con las condiciones de vida en cada lugar de origen,
en cada rancho, en cada pueblo, en cada ciudad… América Latina sigue en deuda
con su gente. Tenemos que esperar a que el poderoso del Norte se digne prestar
atención al tema, que le dé la importancia que tiene, que gestione e impulse
los cambios que los legisladores de uno y de otro partido no quieren aprobar; en
lugar de trabajar, de tomar decisiones y diseñar políticas, de promover mejores
empleos y mejores ingresos, de combatir las desigualdades, de ofrecer garantías
a todos los habitantes de la región país por país… Pero no, se conforman con
una llamadita para hacer pactos que, si no se cumplen firmados en papelería
oficial, mucho menos vía telefónica.
Publicada en El Informador el sábado 26 de julio de 2014.