Ciudad adentro
Desde hace semanas y de manera por demás intensa, a
través de redes sociales y en todas las manifestaciones de los últimos días, se
exige la renuncia del Presidente de la República. Y la demanda tiene que ver no
sólo con que, con respecto al Caso Iguala, el Gobierno federal haya respondido
de manera tardía e insuficiente (además de ineficiente, hasta el momento), sino
con varios asuntos urgentes y pendientes que se han ido acumulando
inexorablemente.
La desaparición de los 43 jóvenes —todavía se desconoce su
paradero— fue la gota que derramó el vaso de innumerables agravios y para las
autoridades eso no está claro, ni para mucha gente que llega a desestimar otros
secuestros, otros asesinatos, las fosas con más cadáveres, la pobreza extrema,
el desempleo, la inseguridad generalizada, la imposición de reformas, los
privilegios de la clase política de todos los niveles, la corrupción, la mala
educación, los pésimos servicios de salud, las calles destrozadas, las
deficiencias en servicios básicos, los bajos salarios, las injusticias, la
impotencia por tantas cosas, el coraje por la impunidad…
En el mensaje del jueves, el Presidente de México intentó
incluir en el texto todo lo que ha sido desestimado, criminalizado, soslayado,
descalificado y mal juzgado por él, por sus antecesores y sus colaboradores, y
seguramente cree que con eso ya. Ahora resulta que a él también le duele
Ayotzinapa.
Es difícil de creer, muy. Lo que se plantea son
cuestiones que vengo escuchando desde que tengo uso de razón periodística
(alrededor de 30 años) más lo que he leído y estudiado de épocas anteriores, es
decir, se confirma una vez más que los gobiernos de los últimos tiempos han
quedado a deber a los mexicanos en una gran deuda que lejos de amortizarse
sigue creciendo. Lo dicho por el Presidente el jueves lo ofrecieron otros hace
lustros, décadas.
En general, para empezar, no hay planteamientos para
resolver de fondo, sólo paliativos; en segundo lugar, todo está presentado en
modo de “futuras iniciativas” lo cual implica que de las intenciones
presidenciales pasará al terreno fangoso, conflictivo y de sub-representación del
Poder Legislativo; en tercer lugar, se trata de un refrito de varias medidas
antes implementadas o expuestas como la clave única de identidad, el número
nacional para emergencias y la intervención del Estado en municipios en donde
se tengan “claros indicios” de infiltración criminal; con lo cual ya estamos
hablando de la tercera parte de los puntos, más las policías estatales únicas
(¿y qué pasó con el mando único tan cacareado?) y la llamada “justicia
cotidiana”, un reclamo secular no resuelto aún.
Siguen después los puntos relativos a los derechos
humanos; y si bien no se incluye ahí, sí la mencionó en el discurso, me refiero
a la siguiente afirmación: “En un hecho inédito de apertura y transparencia, el
Gobierno de la República solicitó, por primera vez en la historia, la
asistencia técnica de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para
localizar a los normalistas e investigar los hechos”. La intervención de la
CIDH fue una exigencia, por la desconfianza, de uno de los padres de los
jóvenes desaparecidos cuando se reunieron en Los Pinos. No hubiera sobrado un
reconocimiento expreso de por qué se tomó tal decisión, en fin, creo que es
mucho pedir.
El caso es que por más perfectas e ideales que suenen
estas medidas, ninguna es un hecho hasta que no pasen por el tamiz del Congreso
de la Unión; de manera que la deuda persiste y hasta no ver no creer. Los
resultados se tienen que notar y dado lo magros casi inexistentes que han sido
de propuestas similares anteriores, veo muy difícil, por un lado, creer y, por
otro, que se cumplan ahora sí con todo y el pomposo dicho de mi compromiso bla bla bla.
Después del discurso de la desestabilización, intentar
sumarse al movimiento #YosoyAyotzinapa o #TodossomosAyotzinapa suena a burla además
de que no se incluyó una sola línea de autocrítica.
Finalmente, faltó algo más contundente que sólo
iniciativas. El clamor por la renuncia va in
crescendo y contrasta con lo que, hasta hoy, es sólo una cartita.
Publicado en El Informador el sábado 29 de noviembre de 2014.