Ciudad adentro
LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)
Después del asesinato del cardenal Posadas, de Luis
Donaldo Colosio y de Ruiz Massieu, de los errores de diciembre que
indistintamente se atribuyen a Salinas y a Zedillo y dejaron a la economía del
país temblando, prácticamente colapsada, y del surgimiento del EZLN, el
entonces Presidente de la República debía emprender acciones para legitimar su
gobierno —aun cuando ganó, en gran medida por el voto del miedo, con un amplio
margen que no dejó lugar a dudas— y para responder a las exigencias de
democracia específicamente de Estados Unidos.
De hecho, desde que tomó posesión, Ernesto Zedillo
perfiló el concepto de la sana distancia: Como Presidente de la República procuraré, con todos los partidos por
igual, un trato fundado en el diálogo, el respeto y la verdad. Esa será la
norma en mi relación con sus dirigencias y con sus representantes populares,
cumpliré estrictamente con la ley, gobernando para todos, sin distinción ni
favoritismos de ninguna especie […] Repito enfáticamente que, como Presidente
de la República, no intervendré, bajo ninguna forma, en los procesos ni en las
decisiones que corresponden únicamente al partido que pertenezco.
Para todos quedó muy claro que había llegado el fin del
“dedazo”, por ejemplo. Esta práctica consuetudinaria de los gobernantes
priistas que con el dedo índice señalaban a quien sería su sucesor (por
supuesto que no era así de claro, los entretelones, dobles fondos y
rebuscamientos del discurso priista marcaban la pauta y aprendimos a
interpretar ese estilo).
En los análisis de entonces, estamos hablando de hace más
de 20 años, se llegó a la conclusión de que finalmente terminaría el
presidencialismo a la mexicana, que podemos ilustrar con aquella máxima de que
en este país no se movía la hoja de un árbol sin la venia del presidente o con
el famosísimo diálogo: “– ¿Qué horas son? –Las que usted diga señor
presidente”.
A partir de entonces se fue eliminando paulatinamente la
parafernalia en torno a los informes de gobierno y, entre otros cambios
notables, partidos distintos al PRI empezaron a ganar elecciones con mayor
frecuencia. Jalisco es una muestra. En el sexenio de Zedillo, por primera vez
el PRI perdió el control del Congreso de la Unión y fuimos testigos de los
conflictos entre bancadas a la hora de aprobar los paquetes fiscales de cada
año, en la segunda mitad de la gestión zedillista, es decir, después de los
comicios de 1997, los primeros organizados por el IFE de Woldenberg.
Se emprendió una nueva reforma electoral y también se le
metió mano, como nunca antes, a la estructura constitutiva y legal del Poder
Judicial de la Federación.
Todos estos cambios que concluyeron con la derrota del
PRI en las elecciones del año 2000 son resultado de aquella raya que pintó el
Presidente de la República, según Manlio Fabio Beltrones ¿será? Y ahora que
dirigirá los destinos del PRI, con la mano en la cintura y como si el concepto
no implicara otros asociados, como autoritarismo y represión, anuncia que se
acabó la “sana distancia” a la que atribuye las sucesivas derrotas del PRI en
procesos electorales.
Me llama poderosamente la atención que después de estas
declaraciones que deberíamos considerar como escandalosas, se desate una
andanada de loas para el ex gobernador de Sonora, como si no hubiera formado
parte del PRI aborrecido por propios y extraños; del PRI que fue severamente
castigado en el año 2000 (y que volvió sólo por las ineptitudes y la corrupción
de los panistas) y que, hoy por hoy, sigue haciendo de las suyas pero ahora con
un nivel de maestría en las artes de la simulación que verdaderamente pasma y a
muchos obnubila.
Si para muchos la regresión política y social es
contundente y clara, y ahí están la represión, el autoritarismo, los ataques
frontales contra la libertad de expresión, la violencia, el desastre económico
y las reformas bofas y mal hechas, la impunidad, la corrupción, los abusos de
poder, la negligencia criminal, con estas declaraciones, con estas decisiones
en el partido que gobierna, las noticias de que entramos en una franca y
acelerada regresión son incuestionables, en otra palabras, vamos para atrás y
muy mal.
Columna publicada en El Informador el sábado 15 de agosto de 2015.