Ciudad adentro
LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)
El fenómeno es añejo, pero ha adquirido mayor visibilidad
desde la administración de Felipe Calderón hasta estos días, hasta hoy, incluso
mañana. El número de desapariciones forzadas en México crece de manera
exponencial y, hasta ahora, el tratamiento es reactivo, más que eso, paliativo
y poco o nada eficaz.
Con base en datos de Amnistía Internacional, organismo
que, por cierto, sostiene que en México se vive una “epidemia” de
desapariciones, ya suman 27 mil y se trata de una cantidad depurada, en otras
palabras, se han eliminado los encontrados “vivos o muertos”.
La situación es grave y lo peor es que no cesa. El caso
más reciente es de los jóvenes veracruzanos, cinco, detenidos por policías
estatales en Tierra Blanca el 11 de enero pasado, un hecho que para el
gobernador del Estado es “aislado”, un lugar común ya entre la clase política
en México que pretende tapar el sol con un dedo.
A raíz de la guerra contra el narcotráfico que emprendió
el ex presidente Felipe Calderón fue que las desapariciones forzadas en el país
se dispararon. Con variaciones mínimas, está documentado que durante su sexenio
se registraron alrededor de 13 mil desapariciones, esto indica que el resto, es
decir, 14 mil, más o menos, corresponden a la actual administración pública
federal que acaba de cumplir la mitad del periodo.
El año pasado, dadas las exigencias constantes de las
familias que quieren conocer el paradero de sus seres queridos: hijos, hijas,
padres, sobrinos, nietos… el titular del Ejecutivo federal envió dos
iniciativas al Poder Legislativo pero todavía están pendientes y según expertos
acusan varias fallas. Tampoco es para que los afectados se sientan escuchados y
atendidos. Pero bueno, digamos que las iniciativas están ahí y son
perfectibles, falta que el Legislativo se aboque al tema en cuanto terminen sus
larguísimas vacaciones.
De 2006 a la fecha, además de las asociaciones que se han
integrados para exigir que se investiguen las desapariciones, han surgido
también estudios y se han emitido informes en donde se específica cuántos
hombres y cuántas mujeres y de qué edades, también se han hecho mapas para
señalar los municipios en donde el fenómeno es más común, más grave.
Todo esto sirve y es muy buen material para quienes
tienen poder y recursos a la hora de tomar decisiones o diseñar políticas
públicas, sin embargo, no se están considerando las causas de las
desapariciones.
La iniciativa presidencial contempla, por ejemplo, un
sistema nacional de búsqueda y un registro nacional de personas desaparecidas
pero ¿y las causas? No hay, hasta donde se sabe, una medida que implique ir a
la raíz del problema.
Para la administración de Peña Nieto casi todo es
perfecto, para ellos, lo que no es perfecto es porque vivimos en un mundo
globalizado, pero es como si en México no se cometieran errores ni funcionara
nada mal. ¿Inflación? ¿Devaluación? ¿Inseguridad? ¿Desapariciones forzadas? Todo
responde a “factores ajenos” o son “hechos aislados”.
Las desapariciones forzadas no son otra cosa más que un
síntoma de la pudrición de las estructuras de seguridad, de la corrupción del
sistema. Por lo general, las detenciones arbitrarias que terminan en la
desaparición de las personas son realizadas por elementos de seguridad,
policías estatales, municipales o federales, o por miembros del Ejército. Esto
está documentado y aparece como el principal señalamiento en las largas listas
de agravios que exponen los padres de los desaparecidos, como los 43
normalistas de Ayotzinapa. Esto por un lado; por el otro, está el activismo de
los ciudadanos desaparecidos por diferentes causas. O se exige el cumplimiento
de acuerdos y promesas, o se manifiesta oposición a decisiones de gobierno o se
dice la verdad.
Es una forma de callar, de silenciar, de acabar con las
exigencias de que se resuelvan los problemas más urgentes de un país con más de
la mitad de su población en pobreza, con deficiencias en salud, en educación,
en empleo, en vivienda, en alimentación. Parece que para quienes tienen que
responder a la sociedad es más fácil desaparecer que enfrentar, resolver,
buscar acuerdos.
Para combatir las desapariciones forzadas nadie habla de
las enfermedades que las producen. Urge que el fenómeno sea visto como síntoma
de una descomposición añeja y profunda que de tan evidente, ya ni se percibe.
Columna publicada en El Informador el sábado 30 de enero de 2016.