Ciudad adentro
LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)
Recuerdo cuándo fue y exactamente qué estaba haciendo.
Fue una noticia que conmocionó a propios y extraños. Ese año, en ese día,
estaba en clases. Cursaba la carrera en Estudios Políticos en la Universidad de
Guadalajara cuando corrió como reguero de pólvora la información: Luis Donaldo
Colosio había sido balaceado durante la gira en Tijuana. Eran días de campaña
presidencial: 23 de marzo de 1994.
Apenas unos días antes el candidato del PRI había
pronunciado un discurso en el monumento a la Revolución que para muchos fue
esperanzador y de alguna manera preocupante; y para otros, justo los
destinatarios del mensaje, alarmante y amenazador.
Han pasado 22 años desde entonces y ni los priistas,
bueno, quizá ellos sean los primeros interesados en olvidar, recuerdan a
Colosio a quien, a conveniencia, han usado y abandonado, dependiendo para qué
se ofrezca. Así son de inescrupulosos.
Entre quienes encontramos en las palabras de Luis Donaldo
un discurso distinto, contrastante con la cultura de la simulación en el sistema
político mexicano (en aquellos años la alternancia era incipiente y no en la
Presidencia de la República), surgió, decía, la esperanza y la preocupación al
mismo tiempo. Sus palabras se salían de los protocolos priistas, eran ajenas a
esa proclividad al engaño y al autoengaño; y no sonaban a demagogia ni a
populismo sino a realidad. Era una lectura fiel de una realidad que, hoy por
hoy, prevalece. No ha llegado ese momento de cambio del que hablaba el
sonorense.
Aquí apenas un fragmento: “Es la hora de reformar el
poder, de construir un nuevo equilibrio en la vida de la República, es la hora
del poder del ciudadano, es la hora de la democracia en México; es la hora de hacer
de la buena aplicación de la justicia el gran instrumento para combatir el
cacicazgo, para combatir los feudos de poder y el abandono de nuestras de comunidades; es la hora de cerrarle el
paso al influyentismo, a la corrupción y a la impunidad… Yo veo un México con
hambre y con sed de justicia; un México de gente agraviada, de gente agraviada
por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla; de
mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de
las oficinas gubernamentales. Quiero ser presidente de México para encabezar
esta nueva etapa de cambio en México”.
No estaría de más volver a escuchar aquel discurso
(íntegro en You Tube), es de una
actualidad aplastante. Los mismos agravios, las mismas necesidades; los mismos
abusos; las mismas viejas (y peores) prácticas políticas que Colosio hablaba de
cambiar.
Los mexicanos sometidos por los abusos del poder, por el
influyentismo, la corrupción y la impunidad, por una justicia que no es tal.
Persiste, a 22 años de distancia de aquel discurso, el México con hambre y sed
de justicia. Ni con la alternancia se han resuelto estos rezagos, al contrario,
se han profundizado con la diferencia de que ahora toda la clase política actúa
bajo los cánones y preceptos de las viejas prácticas que entonces y ahora es
necesario erradicar.
Entonces decía Colosio que se había encontrado con el
México de los reclamos añejos, con el México que no podía esperar, pero
seguimos esperando; ese cambio prometido, nada más no llega. Y el PRI, sigue
siendo el PRI de siempre pero recargado.
Ya hablaba de superar la pobreza extrema, de combatir la
desigualdad, de hacer justicia a los indígenas y a todos los mexicanos. Y no
hemos pasado de ahí.
Si esta realidad de corrupción, carencias e injusticias
que denunciaba Colosio persiste, es por la inacción deliberada de la clase
política, porque la comodidad que produce vivir del presupuesto impide darle
importancia a lo que pasa en el país.
Colosio fue escuchado entonces, tanto, que fue asesinado
a los pocos días del discurso del 6 de marzo de 1994, pero no se oye más, y si acaso,
se desdeña, se deja para después, los políticos se voltean para otro lado.
Era la hora, es la hora, pero no termina de llegar.
Además de aquel diagnóstico de Colosio, que se reproduce ahora, sufrimos una
violencia galopante y el recrudecimiento de las violaciones de los derechos
humanos, atentados contra las libertades; injusticias, pobreza y todo lo demás.
Pero estos mismos hechos que la sociedad mexicana denuncia y grita hasta
desgañitarse, no se oyen.
Columna publicada en El Informador el sábado 26 de marzo de 2016.