sábado, 25 de junio de 2016

Ni con la sacudida

Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Los hechos criminales registrados en Nochixtlán, Oaxaca, la semana pasada son una sacudida, un terremoto, un sismo de la más alta intensidad  y ni así reacciona el Gobierno mexicano. Ocho o nueve personas muertas y más de 40 heridos son el saldo de un enfrentamiento que no debió tener lugar y que desde la autoridad se ha tergiversado y manipulado de manera burda y desaseada por decir lo menos, y además fácilmente, gracias a los servicios de las grandes televisoras y de estaciones de radio que a lo largo y ancho del país, sin el más mínimo rigor periodístico acusan sin ambages y sin verificar ni contrastar se posicionan del lado “oficial”.
Desde el domingo pasado he estado atenta a las reacciones y hechos derivados de la violencia del Estado contra sus ciudadanos y sólo en algunos medios, los menos y la mayoría alternativos e independientes, se ha profundizado en lo sucedido y se ha intentado por lo menos presentar las dos versiones, la gubernamental y la de la disidencia.
Ocho o nueve mexicanos, según las diversas fuentes, perdieron la vida y desde la autoridad, apenas, atinan a convocar a mesas de diálogo cuyos resultados, deliberadamente no dados a conocer por la Secretaría de Gobernación, es evidente que no responden a las demandas del magisterio inconforme porque las marchas y los plantones continúan.
¿Es que no se dan cuenta que están actuando mal? ¿Qué las fórmulas a las que recurren, escudados en los medios, no están dando resultados? ¿Qué no hay alguien en el gobierno que informe al Presidente y a su gabinete de la reacción que los hechos violentos en Nochixtlán han despertado en el mundo?
¿Qué se necesita entonces más que una sacudida de esta magnitud para que el gobierno asuma su responsabilidad y con voluntad y apertura, y no con autoritarismo y represión, resuelva el conflicto?
La sensación de impotencia es tanta que duele porque la clase política persiste en mantener una conducta errónea, equivocada a todas luces o cómo se puede calificar la declaración del vocero de la Segob cuando terminó la reunión el miércoles pasado: “…el diálogo es sano, fluido, no hay gritos ni sombrerazos. Hay disposición”.  Mientras las marchas y manifestaciones se repetían en diferentes puntos del país de norte a sur y de este a oeste. Ya no sólo contra la reforma educativa sino exigiendo justicia por los mexicanos asesinados y los desaparecidos en Nochixtlán.
Y luego se dice que en México somos apáticos. Las expresiones de apoyo a los maestros y de demanda de solución sin violencia de parte del Estado se repiten, pero curiosamente es información que no se difunde suficientemente. Sólo en algunos medios y si acaso, no se repite como sí, el discurso de que los maestros son los culpables de todo. Este asunto lo he tratado en columnas anteriores, de hecho, hace unas semanas titulé el comentario como "Amenaza tormenta" y pues aquí la tenemos.
La actitud autoritaria y de represión del secretario de Educación, más la disposición de fuerzas contra los manifestantes fueron el caldo de cultivo, reitero, desde el Estado. Podríamos pensar que los maestros están equivocados, hay mucha gente que está convencida ¿matarlos es la solución?
Las expresiones de repudio en el extranjero se suman al sismo interno, pero el gobierno sigue sin percatarse, no se da por aludido aun cuando de manera expresa se exige la renuncia del presidentes, del secretario de Gobernación, del de Educación y del gobernador de Oaxaca; desde el poder siguen creyendo que tienen razón, que todos los demás estamos mal, amparados en los juicios y prejuicios que han alimentado de la mano de los grandes medios de comunicación para mantenernos a los mexicanos divididos. Aun así, tantos no podemos estar mal, ni pensadores críticos como Noam Chomsky ni asociaciones civiles nacionales e internacionales como las organizaciones que integran el consejo consultivo de la OCDE ni los colectivos de Oceanía y de Europa que también se manifestaron a favor de que se finquen responsabilidad y se esclarezcan los hechos, insisto, manejados informativamente hasta hoy con una ambigüedad que pasma y que favorece las dudas, la desconfianza, el temor y, claro, la manipulación y tergiversación de lo que realmente sucedió.

La sacudida es grande, pero el gobierno está como pasmado, como ido, porque con esto era para que, ahora sí, lo bueno pasara, lo bueno para los mexicanos todos, lo bueno que implique y signifique rendición de cuentas y justicia particularmente en este caso.

Columna publicada en El Informador el sábado 25 de junio de 2016.

La IP

Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)


Cuando la descomposición del sistema político mexicano llegó a niveles insostenibles, más o menos en las décadas de los años setenta y ochenta; cuando el autoritarismo se ejercía de manera cínica, sin protocolo ni escrúpulos; cuando la guerra sucia, la ola de desapariciones y de secuestros tenían asolado al país y a los mexicanos, desde la sociedad, organizada y no, empezaron a surgir grupos e individuos que de muy diversas formas y con una gran valentía comenzaron a manifestar sus inconformidades y su enojo, exigiendo siempre un México mejor.
Cuando los movimientos estudiantiles fueron criminalmente reprimidos y los académicos e intelectuales brutalmente silenciados, desaparecidos, cooptados o amenazados, empezaron a escucharse voces, fuertes y repetidas, provenientes de un sector que por lo general había actuado en connivencia y contubernio con el gobierno: la iniciativa privada (IP).
No todo el empresariado claro está, específicamente las cúpulas, es decir, los dirigentes de cámaras y organismos como la Coparmex, sindicato patronal; o el CCE, Consejo Coordinador Empresarial que agrupa a presidentes tanto del sector comercial como del industrial.
Muy temprano en mi carrera conocí a representantes de la IP. Me tocaba entrevistarlos y cubrir sus actividades: congresos, conferencias de prensa, exposiciones, sus actividades de aniversario, entregas de premios y demás. Los desayunos de los miércoles en el Club de Industriales con el presidente en turno del CCIJ y con el presidente de cámara que los reporteros de la IP teníamos a bien solicitar. Años noventa, inicios. Independientemente de filiaciones partidistas (para esas alturas había fallecido ya, en circunstancias que aún dejan dudas, uno de los individuos que propició un cambio en muchos sentidos, Manuel J. Clouthier) los empresarios vivían tiempos en los que sus voces eran escuchadas y no sólo llevaban agua a sus molinos (difícil de creer, pero sí, lo hacían) sino que veían por sus trabajadores, casi más que los sindicatos. (Y que no se entienda que alabo al PAN. A mí no me convencen sus “triunfos” electorales después de las malas experiencias que hemos vivido bajo sus gobiernos. El PAN tiene ahora una oportunidad de oro para reivindicarse y enmendarse en serio, pero lo dudo mucho; no hay datos ciertos para creer lo contrario).
La IP criticaba políticas públicas erróneas y dañinas; y proponía medidas para el mejor funcionamiento de las finanzas públicas, para impulsar la productividad, la calidad total, la excelencia, la participación ciudadana; era una clase empresarial comprometida con México y los mexicanos sin descuidar sus legítimos intereses con la idea de que si a ellos les iba bien, a México le iría bien.
Conforme se avanzó en democracia y la alternancia adquirió carta de residencia, las élites empresariales se fueron callando. Si bien en todo este lapso hubo cuestiones que prosperaron gracias a la participación e impulso desde la IP, se dieron, en todo caso, de manera irregular, y las voces claras y fuertes que se escuchaban y se leían por lo menos una vez a la semana, redujeron su intensidad, su contenido y su frecuencia.
Es simbólico podría decir, que en general en los medios de comunicación (sumado a dinámicas y tendencias de diversa índole) prácticamente desapareció la IP como fuente. Esas voces se fueron apagando y sólo quedaban unos cuantos empresarios que a título individual seguían exponiendo lo que consideraban se estaba haciendo mal en términos macroeconómicos, comercio exterior, finanzas y los grandes rubros de la economía nacional: empleo, desempleo, inflación, impuestos y paridad. Como sociedad, perdimos a un sector que, con sus asegunes y matices, había visto por el país, por los mexicanos.
Me parece importante compartir esta evolución que he vivido directamente como periodista porque hoy celebro la reacción de crítica y rechazo de dirigentes empresariales con respecto a Ley General de Responsabilidades Administrativas (3 de 3) y que fue modificada de tal forma que beneficia (en términos de corrupción y opacidad) a servidores públicos y se enfoca, en un giro verdaderamente perverso (eso no quiere decir que los empresarios no tengan que rendir cuentas cuando de obra pública se trata), en las responsabilidades privadas cuando hay recursos públicos involucrados.
Quiero pensar que este golpe bajo habrá valido la pena si los mexicanos recuperamos a la IP como un sector preocupado por el derrotero de nuestro país y con más posibilidades de ser escuchado. A lo mejor porque sus intereses resultan afectados, claro está, pero no importa porque, después de todo, sus intereses son también los de la clase trabajadora y, en función de ello, los de la nación. Ojalá.

Columna publicada en El Informador el sábado 18 de junio de 2016.


lunes, 13 de junio de 2016

El sentido de las elecciones II

Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

De alguna manera el electorado se manifestó y le imprimió cierto sentido a las elecciones del domingo pasado en 14 entidades aun cuando prevalecen los sinsentidos. Y no por los votantes, sino porque en cuanto los ganadores lleguen al poder, concluirá la esencia y motivo de la democracia.
De unos años a esta fecha a varios políticos les ha dado por decir que la democracia no termina el día de las elecciones, que al contrario, y es cierto, pero son los primeros en faltar a su palabra porque con su conducta, corrupción, negligencia e ineptitud inhiben la participación ciudadana o la reprimen. La clase política ha convertido a la democracia en una simple herramienta electoral, nada más. La usan para llegar y ni siquiera en su estado puro: trampas, triquiñuelas y diversas manipulaciones están a la orden del día. Falta de escrúpulos, guerra sucia, inventos, diatribas y difamaciones forman parte del estilo, del proceso, son otras herramientas.
Así llegan, el deterioro y el desgaste son descomunales; la gente queda hastiada y en muchos casos dolorida y todo para que el presidente diga que ya pasaron las elecciones y ahora unidos otra vez “para trabajar por México” y bla bla bla.
Las decisiones de los pocos votantes fueron contundentes, y aun cuando sigue perdido el sentido de las elecciones, por lo menos (y no es poca cosa) hay una expresión clara de castigo contra el PRI como nunca antes en la historia del partido según varios analistas. Es decir, desde que se registró la primera alternancia gubernamental en el país, el PRI no había perdido tanto como en esta elección, de un solo golpe, pero además con un acumulado que por primera vez le quita la supremacía en cuanto a número de mexicanos gobernados por priistas. Esto vale y cuenta.
Y el castigo al PRI se infringe por la mala actuación de los gobernadores y munícipes en cada entidad, pero también por las decisiones que ha tomado el Gobierno federal o por las omisiones o por la corrupción (léase Casa blanca) o por la simulación que se promueve desde las cúpulas como si nada pasara en México, ya lo he dicho, como si fuera el país perfecto.
Manlio Fabio Beltrones debería renunciar ya. Hasta nos gana la risa al volver a ver, primero, a un dirigente feliz, casi eufórico, cuando anunciaba que “la gente votó PRI”. Eran las 18:00 horas pasaditas. Muy temprano para hacer un anuncio de esa naturaleza, pero marrullero como siempre en una táctica que ahora no funcionó (veo ahora una especie de ventaja en la organización de las elecciones en un día). Y más tarde, cuando empezaron a fluir los resultados, ahora sí, oficiales, el reconocimiento de derrotas no esperadas y algo así como un mea culpa difícil de creer y que incluso ha motivado reacciones adversas entre los mismos priistas. Sí, el mismo Manlio protagonista del spot en donde anuncia acceso a internet en todo el país “para que lo bueno suceda”.
Ahora bien, el triunfo de otros partidos a través de alianzas mutantes entre el PAN y PRD o entre PAN, PT y Nueva Alianza (un verdadero engendro en Puebla), no son garantía de que las elecciones tendrán sentido. Los mexicanos hemos pasado ya por casi 30 años de alternancia en el gobierno y nada más habría que revisar estadísticas para percatarnos de que no estamos mejor casi en nada y sí peor, casi en todo ¿ha servido de algo la alternancia? Los panistas han sido pésimos gobernantes y si ganaron es porque el electorado cree, evidentemente, que no hay más. Las guerras sucias y las campañas de miedo de procesos anteriores siguen surtiendo efectos en algunos casos, y se suman a la inconsciencia de muertos políticos que cavan sus propias tumbas y ni siquiera se han dado cuenta.
En los próximos días se darán a conocer los resultados definitivos; más allá de las constancias que se entreguen mañana, todavía queda el recurso de las instancias judiciales para pelear por votos y casillas, sin embargo, ese no es el sentido de las elecciones, sino el ejercicio ya en el poder de los ganadores con una actitud de servicio, de su relación con los gobernados y de la apertura de oportunidades auténticas para la participación de la ciudadanía.
Dudo que se den cambios en esa vía y mucho menos cuando uno se entera, por ejemplo, de las pensiones millonarias de políticos privilegiados, tanto del PRI como del PAN, nada más aquí en Jalisco.  Burocracia, poder, privilegios, prebendas, abusos, ese es el sentido de las elecciones para la clase política y vaya que lo hacen valer. Pasada la jornada electoral, dejamos de interesarles como electores pero no como contribuyentes, eso es todo.

Columna publicada en El Informador el sábado 11 de junio de 2016.

domingo, 5 de junio de 2016

El sentido de las elecciones

Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Mañana es un día diferente para la mitad de los electores de este país porque se espera que salgan a votar en 13 entidades federativas por 12 gobernadores y servidores públicos para más de mil 400 cargos entre regidurías y diputaciones, incluyendo a los que serán los legisladores del Congreso constituyente de la Ciudad de México.
La historia de cada tres años se repite, puntualmente programada y diseñada, con algunos cambios, si acaso, una disminución (esto es progresivo) del nivel en las campañas de los candidatos y un aumento impresionante en los costos de los procesos que se duplicaron con respecto al multimillonario gasto de hace seis años, considerando que se trata de elecciones para gobernador. Este año, el Instituto Nacional Electoral dispuso de un presupuesto que no se termina de ejercer, falta la jornada electoral de mañana y otros gastos asociados, de ocho mil 520 millones de pesos.
Para las carencias que enfrentamos en México, urgentes todas, se trata de una cantidad estratosférica que, pese a la oposición de diferentes organizaciones de la sociedad civil y de la misma ciudadanía, lejos de reducirse en aras de la austeridad y de la atención de áreas prioritarias en México como el abatimiento de la pobreza, aumenta de manera exponencial y grotesca.
Ocho mil 520 millones para el sostenimiento de un aparato electoral con sus respectivas jornadas, que poco o nada abona a la democracia en México. Todo el tinglado político electoral, la parafernalia electorera, el discurso bofo de la fiesta cívica y de la participación ciudadana son la farsa que se reitera cada tres y cada seis años, sin un resultado que represente mejora o beneficio para los votantes.
Es increíble que un político polémico y ahora con mala fama comente y escriba que la democracia en México es incipiente y se atreva a identificar como los tres más grandes problemas en el país la corrupción, la impunidad y el crimen organizado. Y digo increíble no porque no tenga razón, sino porque mientras ocupó cargos en la Cámara de Diputados y en el Senado, lejos de hacer algo para combatirlos, muy lejos, se integró al sistema pervertido de la política mexicana con una armonía asombrosa. Ahora, desde la opulencia, cómodamente, critica lo que no fue capaz de por lo menos intentar resolver porque los intereses personales estaban primero.
Y del otro lado, un funcionario de primer nivel se atreve a decir y hasta con tono de escándalo, que estas elecciones han sido las más despiadadas, que los partidos se extralimitaron (claro que no menciona al que él pertenece, el mentor, maestro y guía de todos los demás), que él no entiende así la democracia… El día que cerraron las campañas el secretario habló en estos términos y deja en claro o que vive en otro país o que cree que todos los mexicanos somos estúpidos.
Una vez más, y no me cansaré de repetirlo, se vuelve a convocar a la ciudadanía a que acuda a las urnas, a una ciudadanía cada día más harta y cansada; más desalentada y apática, porque votar no sirve de nada; y si además se participa activamente de manera individual o colectiva, organizada o no, tampoco sirve de nada. Esto es lo que tiene que cambiar.
Las elecciones deberían servir para algo. Para que lleguen al poder mexicanos dispuestos a servir a la sociedad que los eligió, para resolver problemas, para impulsar estrategias efectivas y transparentes, para desempeñarse con honestidad y autenticidad, para corresponder al pueblo que paga impuestos y trabaja sin parar. Para ese pueblo que ya no es tan fácil engañar.
Deberían tener otro sentido, uno diferente al de simplemente mantener un sistema del que se sirven con la cuchara grande unos pocos privilegiados, sentados sobre la base de una burocracia ineficiente y conformista, abusada y abusiva.
Deberían servir para renovar cuadros, para que las nuevas generaciones de políticos diseñen políticas públicas que permanezcan vigentes, tanto como sea necesario, de manera que se avance en las áreas con mayores rezagos. Para dejar atrás los últimos lugares en educación y los primeros en corrupción. Tendrían que ganar las elecciones políticos que con sus conductas y decisiones propicien estos cambios. Sé que suena utópico, iluso, casi imposible, pero no podemos ni debemos dejar de pensarlo, de desearlo, de soñarlo, a fuerza de insistir tal vez, algún día…

Columna publicada en El Informador el sábado 4 de junio de 2016.