Ciudad Adentro
Los hechos
criminales registrados en Nochixtlán, Oaxaca, la semana pasada son una
sacudida, un terremoto, un sismo de la más alta intensidad y ni así reacciona el Gobierno mexicano. Ocho
o nueve personas muertas y más de 40 heridos son el saldo de un enfrentamiento que
no debió tener lugar y que desde la autoridad se ha tergiversado y manipulado
de manera burda y desaseada por decir lo menos, y además fácilmente, gracias a
los servicios de las grandes televisoras y de estaciones de radio que a lo
largo y ancho del país, sin el más mínimo rigor periodístico acusan sin ambages
y sin verificar ni contrastar se posicionan del lado “oficial”.
Desde el domingo
pasado he estado atenta a las reacciones y hechos derivados de la violencia del
Estado contra sus ciudadanos y sólo en algunos medios, los menos y la mayoría
alternativos e independientes, se ha profundizado en lo sucedido y se ha
intentado por lo menos presentar las dos versiones, la gubernamental y la de la
disidencia.
Ocho o nueve
mexicanos, según las diversas fuentes, perdieron la vida y desde la autoridad,
apenas, atinan a convocar a mesas de diálogo cuyos resultados, deliberadamente
no dados a conocer por la Secretaría de Gobernación, es evidente que no
responden a las demandas del magisterio inconforme porque las marchas y los
plantones continúan.
¿Es que no se
dan cuenta que están actuando mal? ¿Qué las fórmulas a las que recurren, escudados
en los medios, no están dando resultados? ¿Qué no hay alguien en el gobierno
que informe al Presidente y a su gabinete de la reacción que los hechos
violentos en Nochixtlán han despertado en el mundo?
¿Qué se necesita
entonces más que una sacudida de esta magnitud para que el gobierno asuma su
responsabilidad y con voluntad y apertura, y no con autoritarismo y represión,
resuelva el conflicto?
La sensación de
impotencia es tanta que duele porque la clase política persiste en mantener una
conducta errónea, equivocada a todas luces o cómo se puede calificar la
declaración del vocero de la Segob cuando terminó la reunión el miércoles
pasado: “…el diálogo es sano, fluido, no hay gritos ni sombrerazos. Hay
disposición”. Mientras las marchas y
manifestaciones se repetían en diferentes puntos del país de norte a sur y de
este a oeste. Ya no sólo contra la reforma educativa sino exigiendo justicia
por los mexicanos asesinados y los desaparecidos en Nochixtlán.
Y luego se dice
que en México somos apáticos. Las expresiones de apoyo a los maestros y de
demanda de solución sin violencia de parte del Estado se repiten, pero curiosamente
es información que no se difunde suficientemente. Sólo en algunos medios y si
acaso, no se repite como sí, el discurso de que los maestros son los culpables
de todo. Este asunto lo he tratado en columnas anteriores, de hecho, hace unas
semanas titulé el comentario como "Amenaza tormenta" y pues aquí la tenemos.
La actitud autoritaria
y de represión del secretario de Educación, más la disposición de fuerzas
contra los manifestantes fueron el caldo de cultivo, reitero, desde el Estado. Podríamos
pensar que los maestros están equivocados, hay mucha gente que está convencida
¿matarlos es la solución?
Las expresiones
de repudio en el extranjero se suman al sismo interno, pero el gobierno sigue
sin percatarse, no se da por aludido aun cuando de manera expresa se exige la
renuncia del presidentes, del secretario de Gobernación, del de Educación y del
gobernador de Oaxaca; desde el poder siguen creyendo que tienen razón, que
todos los demás estamos mal, amparados en los juicios y prejuicios que han
alimentado de la mano de los grandes medios de comunicación para mantenernos a
los mexicanos divididos. Aun así, tantos no podemos estar mal, ni pensadores
críticos como Noam Chomsky ni asociaciones civiles nacionales e internacionales
como las organizaciones que integran el consejo consultivo de la OCDE ni los
colectivos de Oceanía y de Europa que también se manifestaron a favor de que se
finquen responsabilidad y se esclarezcan los hechos, insisto, manejados informativamente
hasta hoy con una ambigüedad que pasma y que favorece las dudas, la
desconfianza, el temor y, claro, la manipulación y tergiversación de lo que
realmente sucedió.
La sacudida es
grande, pero el gobierno está como pasmado, como ido, porque con esto era para
que, ahora sí, lo bueno pasara, lo bueno para los mexicanos todos, lo bueno que
implique y signifique rendición de cuentas y justicia particularmente en este
caso.
Columna publicada en El Informador el sábado 25 de junio de 2016.