Ciudad Adentro
Para nuestra
clase política, lamentablemente, estas dos palabras: honor e integridad, son
arcaicas. Y en realidad, en aras de la precisión, debería decir los conceptos,
porque como palabras aparecen en discursos demagógicos sí pero cada vez menos
en las acciones.
El domingo
pasado, la periodista Carmen Aristegui anunció temprano y durante todo el día, que
al terminar la clausura de los Juegos Olímpicos, en su sitio web se daría a conocer un reportaje
sobre la verdad académica del Presidente Peña Nieto.
Aristegui generó
altas expectativas que quizá con un video de cinco, casi seis minutos, no
fueron llenadas. En lo personal me quedé con ganas de más, sin embargo, tras un
somero análisis la verdad es que el trabajo detrás de esos cinco minutos fue,
sin duda, arduo. Este es uno punto al que regresaré enseguida, pero antes
quiero comentar las reacciones: hubo quienes, con una dureza inusitada,
criticaron a Aristegui porque a la hora de la hora presentó un video muy
cortito; otros, como yo, manifestaron su deseo de que ojalá hubiera más, por
ejemplo, información relativa a la casa de estudios del Presidente, la
Universidad Panamericana; sobre su director de tesis o sus sinodales; otros,
sin dudas, juzgaron severamente al mandatario por la falta de honestidad académica,
una práctica que se castiga con la expulsión en casi todas las universidades
que se precian de serlo y se preocupan por mantener nombre y prestigio, honor e
integridad.
En el primer
tipo de reacciones realmente no se hizo una distinción entre criticar a la
periodista y el fondo del contenido, todo contra Aristegui; en el segundo, en
algunos casos sí y en otros no, igual que en el tercer tipo de reacciones.
Sobre el primero
percibo una especie de campaña clara y directa contra la periodista porque se
deja de lado el contenido del video: el plagio, una práctica reprobable por
donde se le vea, es un delito, se trata de robar las ideas, las creaciones de
otros y hacerlas pasar como propias. En el reportaje se indica que 29 % de la
tesis se podría catalogar de plagio porque las fuentes no están citadas
adecuadamente y se trata de copias casi fieles de los textos originales. Con
base en este porcentaje, muchas personas dijeron que ni siquiera llegaba a la
mitad. ¿La deducción implícita? No es tan
grave.
Honor e
integridad. Me doy cuenta con pesar que ambas virtudes no sólo no aparecen en
el código de conducta de los políticos, sino que la ausencia se ha extendido
entre varios ciudadanos de a pie. ¿¡No es tan grave!? ¡Es gravísimo! El plagio
es gravísimo, así haya sido uno por ciento. Sobre esto quiero llamar la
atención para que se valore en su justa medida el hecho y el fondo de la
realidad que deja expuesto el trabajo periodístico. Es gravísimo, reitero, y no
veo sino reacciones enfocadas en minimizar la gravedad, en descalificar a la
periodista y a su equipo y, hasta con prisa, darle vuelta a la hoja, más aún si
surgió información que pone o podría poner en entredicho a políticos de
partidos distintos al PRI, específicamente Movimiento Ciudadano y Acción Nacional,
aquí en Jalisco. Me refiero a la detención de Sergio K. Schmidt Sandoval y a
las temibles consecuencias de lo que se ha dado conocer hasta el momento.
En otros países
(siempre es un sueño) por plagiar partes de sus tesis, primeros ministros han renunciado.
El tema no es menor y ahora sí vuelvo al punto del trabajo que implicó llegar a
las conclusiones: localizar la tesis, leerla toda e identificar a quiénes
pertenecían los textos, es una labor que seguro implicó semanas de lectura,
comparación y análisis; así como conocimiento del tema y de la bibliografía que
no está adecuadamente citada.
Ahora, con base
en la respuesta de la Presidencia, se trata de errores de estilo y si esta
afirmación es verdadera, entonces se deja en evidencia una falta de capacidad,
también grave, en el procesamiento de textos académicos, amén de la
ineficiencia tanto de la institución como de los sinodales y del director de la
tesis.
Para la
Presidencia, si la sabiduría, el sentido común, el criterio y el buen juicio no
son valores ni principios que formen parte del bagaje del aspirante, ni el
honor y la integridad, estamos en problemas. Y si a estas virtudes y cualidades
se les resta importancia, si se minimizan, la situación empeora. No debemos
perder, como sociedad, el sentido del honor ni de la integridad, con respecto a
nosotros mismos y a quienes gobiernan. Nunca.
Columna publicada en El Informador el sábado 27 de agosto de 2016.