sábado, 5 de agosto de 2017

Alcalde: 225 años

Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

El próximo lunes se cumplirán 225 años del fallecimiento de Antonio Alcalde, el fraile de la Calavera. Un hombre que llegó a la Guadalajara de Indias con 70 años de edad y una misión que cumplir en la que empleó los años que le quedaban de vida. Murió aquí, en estas tierras, en donde prevalece (no sólo como monumentos que por lo general son mudos sino como acciones que se repiten y se repiten desde entonces) su obra humanitaria y social.
El reconocimiento a Alcalde y su trabajo por nuestros antepasados ha sido intermitente, disparejo, inconstante y con diferentes niveles de intensidad. Es cierto, una de las avenidas principales de esta ciudad, que prácticamente cruza la urbe de norte a sur, lleva su nombre, pero es raro, muy raro, que alguien sepa que se llama así por el fraile dominico. Algunos piensan, y lo tengo comprobado, que se le puso ese nombre por la figura político-administrativa equiparable hoy (todavía) con la de edil o munícipe y cuando aclaro, la sorpresa es mayúscula porque ni siquiera saben quién fue y mucho menos qué hizo Alcalde.
El conocimiento del obispo y sus acciones se reduce a ámbitos religiosos, históricos, hospitalarios y escasamente de administración pública. Así de injusta es la vida y se debe, desde mi humilde opinión, a que con el cuento del mal entendido Estado laico que se debe fortalecer y promover, por supuesto, desde el poder (y ciertos partidos) se desdeña todo lo que “huela a sacristía”. Ahí falta inteligencia para saber distinguir.



Lo que se ha hecho por Alcalde en los últimos años para dar a conocer su vida y su obra a las nuevas generaciones se reduce a unas cuentas iniciativas de unos cuantos interesados y a estudios históricos pocos, muy pocos si pensamos en trabajos recientes.
Este año, al contrario, una especie de frenesí atacó a las más diversas instituciones tanto públicas como privadas, que se desviven por hacer reconocimientos, homenajes y sesiones solemnes en honor del fraile de la Calavera que este año, como decía, el próximo lunes 7 de agosto, cumplirá 225 años de muerto. Qué bueno.
Ojalá que el entusiasmo perdure más allá de la fecha porque no debería tratarse sólo de conmemorar, de recordar a alguien que fue bueno e importante para quienes habitaban esta ciudad antes que nosotros, hace dos siglos y medio; sino de profundizar en su obra, en su conducta, en su forma de resolver problemas, en su generosidad para aportar recursos de su peculio (en lugar de esquilmar como los políticos de ahora); en su espíritu de servicio; en su entrega a todas las causas posibles; en su interés por garantizar educación para niños y niñas; en su eficiencia para desatorar barreras burocráticas y en su visión clara y convencida de la urgencia, más que necesidad, de la operación de una universidad en la Nueva Galicia (a esas alturas, Intendencia de Guadalajara gracias a las reformas borbónicas).
La obediencia y la sumisión a la que su orden le obligaba no impidieron que no se conformara con el orden establecido, con las reglas del juego, con la dureza y frialdad de las reales disposiciones, con la burocracia virreinal y las rivalidades entre Guadalajara y la Ciudad de México. Insistió, no quitó el dedo del renglón y logró más de lo que nadie en tan sólo 20 años, en contraste con lo hecho en casi tres siglos de dominación a esas alturas de la historia.
Personalmente celebro que se reconozca a Alcalde en su justa dimensión, que su vida y su obra sean del conocimiento de estas y de las próximas generaciones no sólo de tapatíos y jaliscienses sino de todos los mexicanos; pero sobre todo deseo, que su ejemplo cunda en la clase política: Alcalde es ejemplo de honestidad y de servicio, de transparencia, de generosidad, de amor por el prójimo, de política bien ejercida, de gestiones en busca de beneficios y, específicamente, de obras de caridad, salud y educación a favor de las clases más desprotegidas y vulnerables.
Todo lo hizo en 20 años, los últimos de su vida, sin plantearse jamás que era mucho trabajo, sin salir de vacaciones, sin sueldo ni aguinaldo, ni bonos, ni relojes Rólex, ni vehículos costosísimos, ni viajes, ni seguros de gastos médicos mayores; sin guaruras, sin tráfico de influencias, ni prebendas ni corrupción alguna. Este es el ejemplo que debemos rescatar, honrar, repetir y exigir a quienes llamamos gobernantes.

Columna publicada en El Informador el sábado 5 de agosto de 2017.