sábado, 8 de septiembre de 2018

La última burla


Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)


No sé si será la última burla de Peña Nieto y me asusta. Seis años de simulación y corrupción, de violencia, de impunidad, de profundización de la pobreza, de reformas cosméticas y alteración de mediciones; seis años de un desprecio total por los mexicanos (o, como dijera uno de sus brazos derechos, Aurelio Nuño: “la gradería”), parece que no han sido suficientes para el hombre que está por dejar el cargo como Presidente de una de las naciones más ricas, bellas y con la gente más noble, ingeniosa, trabajadora y maravillosa del planeta. Para él, que se caracterizó por mantener una distancia abismal con la sociedad y ahora dice que es su vitamina.
Me cuestan trabajo los spots que nos ha impuesto. Trato de ignorarlos, de no darles importancia o tomarlos a la ligera como ha sido su actuación al frente de tan alta responsabilidad… No puedo.
Al cúmulo de indignaciones que sin duda el lector encontrará en este mismo espacio, hay que sumar ahora las últimas cuando se supone que ya no tiene a nadie a quién convencer, a nadie a quién engañar, a nadie ante quien parecer de verdad.
¿Qué dijo? ¿De verdad dijo que somos su vitamina? ¿Que el contacto con la gente lo revitaliza y lo alimenta? Claro que cuando lo dijo y luego explicó, cerró los ojos, un signo inequívoco de falta de sinceridad.
El dato más reciente de la organización Artículo 19, correspondiente a su informe 2017 (habrá que sumar este año, el último), es que de 2012 a 2017 la administración de Peña Nieto había gastado en publicidad oficial 40 mil millones de pesos, cantidad suficiente (el parangón lo aporta la misma asociación), por ejemplo, para pagar la reconstrucción de la Ciudad de México después de los sismos del 19 de septiembre del año pasado (por cierto ¿en dónde está todo el dinero que se recibió vía donaciones, en qué y cómo se gastó, quién lo administró?).
Si es que alguien le cree, para Peña Nieto México es hoy un país mejor que cuando él lo recibió, a pesar de que se incrementó el número de muertos y desaparecidos asociados con el crimen organizado; a pesar también de que con todo y el cambio de parámetros para la medición de la pobreza, se incrementó; el poder adquisitivo cayó; la reforma educativa no era lo que se esperaba y generó serios desgarres en el tejido social y de la reforma energética lo que se recuerda cada vez que hay que cargar el tanque, es el gasolinazo o lo caro que está el gas.
No obstante, él dice que México está mejor, que está creciendo y generando empleo. También afirma en uno de sus spots que un país no se construye en seis años, que es resultado del esfuerzo de varias generaciones y gobiernos; y bueno, podría pensar que tiene razón, pero además que no aportó nada para cumplir con esa tarea, pese a que él cree, al menos eso dice, que sí. De verdad ¿cómo puede decir y pensar que cumplió con la tarea, con los compromisos firmados ante notario, que está modestamente satisfecho cuando el clamor ciudadano expresado en las urnas fue por un cambio radical en gran medida por su mala actuación? ¿Por la corrupción en su administración? ¿Por el cinismo y el desdén?
Y a propósito de esto último, es demasiado tarde el reconocimiento que hizo del mal manejo del asunto de la Casa Blanca ¿no? ¿Cómo para qué? Como aceptar que la desigualdad, la profunda desigualdad en México es un gran pendiente, ahora para el próximo gobierno, pero que dejaron sentadas las bases o los cimientos para atajarla. Ajá.
Sobre la criminalidad dijo que se había “venido” reduciendo pero que últimamente había registrado un repunte y “no hemos logrado dar paz y tranquilidad” a los mexicanos de ningún punto de la geografía nacional. Por lo menos, aun cuando eso de que se venía reduciendo… ¿cómo? ¿cuándo? ¿dónde? Es fácil decirlo.
Se muestra ante el público (no ante los mexicanos porque habla de “ellos” así, en tercera persona) con una expresión pacífica, tranquila, como si no fuera a pasar a la historia como uno de los peores presidentes que hemos tenido.
De verdad que no sé si sea la última burla porque sí me preocupa y mucho, que cuando ya termine de irse, se destape alguna cloaca, alguna ficción, algún manejo escondido, algo. Espero que no.

Columna publicada en El Informador el sábado 8 de septiembre de 2018.


Salario, mercado interno y TLC


Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)


Los salarios de los trabajadores mexicanos ha sido un tema recurrente en este espacio: coyuntural, de reflexión, de demanda, de análisis… de todo, porque, efectivamente, en general, en México, los salarios son y están muy bajos, para que no quede duda. Y si bien estoy con la insistencia por lo menos desde hace 26 años, cuando empecé a escribir en esta sección editorial, recuerdo como si hubiera sido ayer que profundicé en el tema a partir de la crisis de 2008, aquella desatada por Estados Unidos, la crisis inmobiliaria y los bonos basura; y la que nos tocó de rebote como a todo el mundo, aunque en nuestro caso recargada con la pesadilla de la influenza AH1N1 de los dos años siguientes.
¿Por qué? Porque no puedo olvidar que para salir de aquella crisis en otros países como Brasil, las decisiones gubernamentales implicaban la reducción de impuestos y el aumento de los ingresos de los trabajadores para incentivar el mercado interno y con ello, imprimir dinamismo a su economía. En otras naciones se tomaron medidas similares, siempre para contrarrestar cualquier afectación derivada de la crisis global y profunda que nos recetó Estados Unidos; una de las más graves del capitalismo mundial en la historia de la humanidad. Así.
En México no se tomaron medidas ni siquiera cercanas. Al contrario. Así que más o menos desde entonces he estado al pendiente de los indicadores salariales aquí en comparación con los de otras naciones, sean miembros de la OCDE o no; de las posturas gubernamentales y empresariales al respecto, sí, esas que todos conocemos de que “no están las condiciones dadas”, “es inflacionario”, “va a elevar costos”, “es cosa de los empresarios” o “es cosa del gobierno”; y, hace un año exactamente, de las palabras (música para mis oídos) de Jerry Dias, líder sindical canadiense, cuando dijo con todas sus letras que el Gobierno en México mantenía a sus trabajadores pobres deliberadamente para ser, vía sacrificio salarial de su fuerza laboral, más competitivos en un contexto de Tratado de Libre Comercio.
Todavía en el inicio de las negociaciones del TLC para modernizarlo hace más de un año, el equipo mexicano se mostraba firme en no incluir ese tema en la agenda que porque Estados Unidos y Canadá no tenían qué decir nada, que no les correspondía y que era un atentado contra la soberanía nacional. Escribí sobre eso en su momento porque… (ahora resulta), salieron muy defensores de la soberanía cuando en otras áreas y recursos tiene la voluntad muy débil, léase minas y extracción de petróleo por ejemplo.
Salvo el dato de que tanto en México como en Perú bajaron los salarios al comparar los ingresos de 2016 con los de 2017 (¡bajaron!) no se había dicho mucho más con respecto a los salarios, porque además ya no hay líderes sindicales que estén duro y dale con ese asunto; y en el marco del TLC como que no se oía mucho ya después de que lo mencionó Jerry Dias, luego Justin Trudeau (adquirió otra dimensión) y más tarde Donald Trump cuando empezó a señalar a México por la competencia desleal en el manejo salarial de los trabajadores mexicanos: Como les pagan tan poco, decía (palabras más, palabras menos) las empresas se van a instalar allá y aquí no tenemos fuentes de empleo suficientes. Digo, aquí está el meollo de la reclamación.
Por supuesto que a estas alturas el lector sabe a dónde voy: al Acuerdo de Entendimiento bilateral de México-EEUU esta semana que incluye los siguientes dos aspectos, no ratificados aún, eso le corresponde a los órganos legislativos: uno, incrementar el porcentaje de contenido regional de los automóviles que se fabrican en la región y, dos: que entre 40 y 45 % de los autos debe ser fabricado por trabajadores que ganan mínimo 16 dólares la hora, es decir, unos 300 pesos ¡la hora!
Suena muy bien pero todavía no es un hecho, a pesar de que por motivaciones político-electorales (¡qué raro!) en Estados Unidos se habla del acuerdo como si ya hubiera sido ratificado y bilateral, es decir con Canadá fuera. Hay que esperar todavía.

Tomada de El País.

A mí en lo particular me alienta que sí entró el punto polémico del salario al que se resistían los negociadores mexicanos, es un primer paso y repercutirá más tarde en mejores ingresos (hay otras iniciativas encaminadas en ese mismo sentido). Canadá reconoció esta disposición de México como una “concesión” digna de ser tomada en cuenta y hasta de agradecer, de manera que las expectativas salariales para los mexicanos en general son buenas, están estrechamente vinculadas a la reanimación del mercado interno y en el marco de un acuerdo internacional, hay certidumbre.

Columna publicada en El Informador el 1 de septiembre de 2018.

Reforma educativa... otra vez


Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Desde 2012, cuando se aprobó la dizque reforma educativa de la administración peñista, hasta el día de hoy, le he dedicado al asunto una veintena de columnas en este espacio. El tema es urgente y estoy convencida de la necesidad de darle seguimiento desde la trinchera que sea: como estudiantes, como padres de familia, como empresarios, como autoridades, como académicos…
La reforma educativa de la que se anuncia su próxima cancelación se aprobó con una rapidez inusitada: el 20 de diciembre de 2012 en la Cámara de Diputados, es decir, a 19 días de que Peña Nieto rindiera protesta como Presidente de la República; y al día siguiente, en el Senado. Dejaron pasar las vacaciones y poco más, y en febrero de 2013 el Ejecutivo federal ya estaba promulgando la reforma constitucional; para septiembre se anunciaban los cambios en las leyes derivadas.
¿Es posible emprender una reforma constitucional en 19 días sin que nadie se moleste ni se incomode?  En su momento y hasta el día de hoy, de esta reforma de Peña se dijo que era más una reforma laboral que educativa porque los cambios implicaban sobre todo una nueva relación con los maestros, pero efectivamente con toda la intención de dejarlos fuera, de ahí las marchas, plantones y todo lo que conocemos.
Cero gestión, cero socialización y sí una manipulación descarada a través de las grandes televisoras que llevaron a buena parte de la sociedad mexicana a aborrecer a los docentes, señalados por resistirse a la evaluación y por ser perezosos, cuando la OCDE, por ejemplo, tiene estudios en donde queda claro que los profesores mexicanos están ávidos de preparación y evaluaciones; aunque no, si a los procesos se les mete mano para que el sindicato y el gobierno pudieran deshacerse de docentes críticos y dejar entrar a profesores que se quedan callados y están cómodos en un sistema podrido, corrupto y corrompido por el mismo Estado desde hace décadas.
Además de estos cuestionamientos que no se hicieron esperar y que se estuvieron repitiendo a lo largo del sexenio, de la dizque reforma educativa también cuestionamos muchos que no incluyera cambios de fondo en los programas de estudio y en la currícula. De último momento empezaron a trabajar en un modelo educativo que hicieron en modo fast track como la reforma de diciembre de 2012 y aplicaron a rajatabla, igual, dejando fuera a los verdaderos interesados; también pasó con la integración del Instituto de Nacional de Evaluación y con todo lo demás, específicamente con la implementación de la primera etapa del nuevo modelo educativo a partir del lunes pasado.
Esta reforma tuvo críticos durante todo el sexenio, de adentro y de afuera del sindicato, de adentro y de afuera del magisterio; la cuestionaron políticos y hasta organismos internacionales manifestaron posturas y los opinólogos profesionales no se quedaron atrás. Algunas de las críticas fueron tipo “opositodo” y hubo otras constructivas con el ánimo de que una reforma constitucional como la que se planteaba fuera completa y de una vez resolviera rezagos añejos.
Andrés Manuel López Obrador, como candidato presidencial, prometió que la “mal llamada” reforma educativa sería cancelada. La promesa, pronunciada en un ambiente de campañas muy sucias, además, fue pasto para los candidatos opositores y, una vez más, se intentó manipular con frases y spots que decían, más menos: “no quiere que tus hijos aprendan inglés”, “no quiere que los profesores sean evaluados” y así por el estilo.
Ahora, en su calidad de Presidente electo, la promesa se reitera como una acción de gobierno y también se interpreta con juicios similares a los de la campaña. Escuché en radio la siguiente pregunta: “¿Si AMLO le da marcha atrás a la reforma educativa, entonces se seguirán vendiendo plazas?”; otra: “¿Tendrá que hacer otra reforma educativa?”; “¿Los maestros ya no serán evaluados?”…
Hasta donde entiendo y más vale que así sea, se trata de mejorar el marco legal no de empeorarlo; la idea es empezar a atender, de fondo y con una mejor gestión, los rezagos educativos que enfrentamos desde hace décadas; y si se requiere otra reforma constitucional en la materia ¿cuál es el problema? Se han hecho tantas y no decimos nada… y ahora resulta que es algo así como extraordinario o imposible. El propósito tampoco es dejar de evaluar si ese ejercicio tiene como objetivo mejorar la calidad de la enseñanza; si en cambio, si el móvil es deshacerse de profesores.
¿Otra reforma educativa? Sí, adelante, hasta dar con el esquema ideal para México, tomando en cuenta los rezagos, las diferencias regionales, las necesidades, las realidades, las urgencias… Y si no es así, toca demandar, justo como nos faculta a todos la constitución.

Columna publicada en El Informador el sábado 25 de agosto de 2018.