domingo, 23 de diciembre de 2018

Feliz Navidad


Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Calma por favor. El día de hoy quiero invitar a los lectores a serenarse un poco, a tomar distancia, a respirar hondo. Sé que no le pasa a todo mundo, pero siento que a veces nos dejamos atrapar fácilmente por un acelere que a veces puede llevar a tomar decisiones apresuradas y, casi siempre, equivocadas o desafortunadas, de esas que luego implican que se reparen daños y se ofrezcan disculpas.
Siento esto en las calles, en los comercios, entre conductores y peatones; y en los ámbitos virtuales, no se diga, quizá hasta más virulento y agresivo. No es para menos eh, pero de todos modos creo que podemos hacer un esfuerzo por calmarnos y, desde una actitud más tranquila, empezar a caminar o reanudar la marcha.
¿Por qué digo que no es para menos? Los mexicanos de todos los sectores, niveles educativos, económicos y culturales, con mayor o menor conciencia social, con más o menos amor por México, hemos pasado desde hace varios años por sucesivos cambios que lejos de llevarnos a las esferas más altas del progreso, nos han condenado al retroceso, a las pérdidas, a la incertidumbre, a la insatisfacción.
Raymundo Riva Palacio pregunta ¿por qué estamos tan enojados? Y asegura que no hay respuesta. Es difícil, ciertamente, aquí un intento: somos víctimas de una andanada continua de agravios infringidos por la clase política; los saqueos al erario, la profundización de las desigualdades, las injusticias, la corrupción, el tráfico de influencias, las malas decisiones, la pérdida de decencia política, la ausencia o dilución de las ideologías; la crisis económica que no cede, al contrario, empeora, en fin, conocemos de sobra todas estas circunstancias y la mayoría son de la historia reciente. ¿Qué será? ¿Unos cuarenta años? ¿Cuántas generaciones de mexicanos han nacido en este periodo y no conocen otra realidad? ¿Será suficiente respuesta?
Y, encima de todo, cuando el electorado mexicano toma una decisión inédita, la división también se profundiza. Ahora, la “nueva” clase política no contribuye exactamente a que las cosas avancen o mejoren un poquito o que cambien ciertas percepciones. Han pasado 20 o 15 días desde que hay nuevo gobierno en la República mexicana y en Jalisco, la información se sucede, todos los días se anuncian programas o desfalcos o diferencias de todo tipo (entre diputados y senadores; entre gobiernos estatales y el federal; entre alcaldes).
La calma a la que apelo no sólo es porque estos son días especiales, de reencuentros gozosos y de disfrute familiar, de emociones, cercanía, amor, solidaridad, compasión y generosidad; ni es únicamente para estas fechas. Apelo a la calma, para empezar, de las nuevas autoridades. Pedro Kumamoto ha insistido en que se haga honor al ejercicio político auténtico, al que implica poner en primer lugar a la sociedad a la que se sirve y lleva a negociar para tomar las mejores decisiones; la política sin alteraciones, perversiones ni tergiversaciones. Política de diálogo, de discusiones sobre la mesa, con argumentos, con el interés y las ganas de que las cosas caminen. No he visto, hasta ahora, que esas “nuevas autoridades” hagan algo similar. Llevan agua a sus molinos mediante la confrontación y las bravuconadas, aunque digan que no son.
Pido calma también, porque no se me hacen tiempos ni circunstancias para lanzarse todos los días a anunciar programas y acciones que, ante tal abundancia, se traslapan unas con otras y no se llegan a conocer ni a valorar en su justa medida. El manejo mediático me parece desafortunado y contraproducente. Es un atiborramiento que impide que la información llegue de manera puntual a todos, sin malas interpretaciones, como está sucediendo.
Durante cinco meses, entre julio y diciembre, se generó muchísima información y, qué conveniente, el Ejecutivo federal lo permitió. Ahora que hay un nuevo Presidente todos los días hay “notas”, no sólo una, emitidas casi sin ton ni son a una sociedad dividida que toma lo bueno o lo malo o lo criticable o lo mal dicho, para agarrarse de ahí, profundizar las diferencias y aventurar juicios que se sueltan como si nada en redes sociales, se reproducen sin freno ni medida y despiertan más incertidumbre, causan más división: que si la Guardia nacional, que si el aeropuerto, que si el federalismo, que si el presupuesto, el terreno de 150 hectáreas, los despidos injustificados, el cierre de puertas a los burócratas el primer día del nuevo gobierno en Jalisco, las obras fallidas por chafas e inconclusas aquí también; el saqueo en Los Pinos, el salario mínimo, los jóvenes, el Poder Judicial, la marihuana… Calma de verdad. Lo digo en serio. Ojalá todo esto se asiente, tome su espacio y su ritmo y las cosas vayan caminando bien para todos. Por lo pronto: ¡Feliz Navidad!


Columna publicada en El Informador el sábado 22 de diciembre de 2018.

viernes, 21 de diciembre de 2018

Acabar con la corrupción


Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)


Una de las ideas reiteradas de Andrés Manuel López Obrador ha sido esta, la de acabar con la corrupción. Por casualidad, hace unos días, me encontré en mi propio archivo un audio del hoy Presidente de México pero de 2007, en el que se refería a la corrupción que ha imperado; ya con una búsqueda exprofeso, resulta que conservo otras grabaciones y textos de coberturas añejas, tanto de él como de Vicente Fox, Francisco Labastida, Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, entre otras (hay una del cardenal Juan Sandoval Íñiguez), todas contra la corrupción o con promesas de combate.
Lo sabemos, el diagnóstico está hecho y es algo que vivimos y sufrimos cotidianamente como víctimas de corrupción o como actores de ese tipo de prácticas, todas relacionadas, a su vez, con la actuación u omisión de las autoridades.
Es difícil, muy, dudo que sea posible en un sexenio acabar con la corrupción y no creo que en el Poder Ejecutivo se ignore tal complejidad y todas las variables asociadas. Lo sabemos, pero además de que cada quien haga su parte tendría que haber una especie de reconocimiento de que no es posible, para no alimentar falsas expectativas (hay quienes lo creen) por un lado y, por otro, tampoco alimentar el discurso hasta burlesco de la oposición.
Por supuesto que la corrupción no es un asunto cultural en el sentido en que lo dijo alguna vez el expresidente Peña, dando a entender, incluso, que formaba parte de nuestra idiosincrasia. No concuerdo con eso, sin embargo, si hay antecedentes históricos muy antiguos que dan cuenta de estas prácticas, siempre en las esferas de poder y las burocracias.
En una investigación por demás interesante de cuatro historiadores publicada por el Instituto de Historia de Simancas de la Universidad de Valladolid, se narra cómo desde fines del siglo XV, cuando el surgimiento del imperio español, se dieron prácticas de corrupción  para hacer valer el “poderío real absoluto”, es decir, en términos actuales, la corrupción está estrechamente vinculada con gobiernos autoritarios (despóticos o absolutistas… son parientes). La siguiente cita es emblemática y significativa: “Si se define corrupción de forma general, como transgresión de normas por parte de agentes de vigilar el bien público en detrimento de este bien público, encontramos que ya desde la antigüedad existen normas que reglamentan el ejercicio de la función pública, ya sea por legislación civil, ya sea por normas éticas y religiosas […]. Lo esencial de estas normas se refiere a la imparcialidad de la justicia cuya violación se censura siempre”. Es pues, algo añejo.
En el mismo artículo académico se hace referencia a la maquinaria administrativa, a funcionarios y a gestión burocrática y términos por el estilo que confirman la relación de autoridades y/o gobernantes y sus respectivas burocracias, con la corrupción.
En  la medida en que las instituciones funcionen como deben, que no sea necesario para los burócratas pedir  ni para los ciudadanos ofrecer, que se resuelven los trámites en tiempo y forma, con la tardanza normal derivada de la demanda rutinaria, no tendría por qué haber prácticas corruptas; si además las cabezas son ejemplo de honestidad y cumplimiento del deber, las cosas se podrían facilitar y acelerar, pero sigo pensando que es difícil.
Hace unas semanas, en la Cumbre de Negocios que se celebró aquí en Guadalajara, uno de los ponentes fue Max Kaiser, encargado del área de Anticorrupción del Instituto Mexicano de la Competitividad. Él dijo lo siguiente. “La frase acabar con la corrupción está destinada al fracaso”. Y propuso, para empezar a combatirla con éxito, cuatro acciones muy claras: contener, controlar, reducir el impacto y hacerla más cara. En el caso de la primera, se trata de contener su expansión, es decir, que no cunda más; la segunda, el control, implica implementar mecanismos de vigilancia y de supervisar con lupa, por ejemplo, el sistema de contrataciones de servidores públicos; la reducción del impacto, dijo Kaiser, quiere decir reducir el número de casos y acortar hasta detener su permanencia y, finalmente, que sea más cara, es decir, que los castigos o sanciones por casos de corrupción sean verdaderamente inhibidores de caer en esas prácticas o de seguirlas ejerciendo, detenerlas cuanto antes. Por ejemplo, que pierdan sus empleos y la capacidad “de volver a hacer daño al Estado” además de quitarles lo que se llevaron.
Me parece imprescindible que el equipo de AMLO considere estas propuestas que no sólo son eso, sino que además incluyen método y estructura. Tendrían que aplicarse estas cuatro acciones de manera simultánea junto con la operación transparente y eficiente de las instituciones y el ejemplo. Sólo así se podría pensar en acabar con la corrupción, en empezar a acabar con la corrupción, mejor dicho.

Columna publicada en El Informador el sábado 15 de diciembre de 2018.

Jóvenes, jóvenes, jóvenes


Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Es un tema que he venido siguiendo desde hace años: los jóvenes mexicanos. A los problemas sociales, psicológicos, familiares, físicos y fisiológicos de los jóvenes en México, hay que sumar la falta de oportunidades, los abusos, las amenazas, los riesgos a los que están expuestos, la falta de motivación y de expectativas en un entorno incierto y más bien oscuro. Es muy complejo.
Encima de todo, cargan con las generalizaciones de la simple condición de ser joven, aquí y en China, literal; y se les hace responsables por no estudiar ni trabajar. Complejísimo también como para nada más medir con tabla rasa o cortar con la misma tijera. Hace dos meses una semana, en este mismo espacio, escribí sobre el programa “JóvenesConstruyendoElFuturo; una iniciativa del todavía Presidente electo que en lo personal celebré, entre otras cosas, porque había conseguido acuerdos con los empresarios, los líderes de organismos como Coparmex, CCE, Concanaco, Concamin, quienes, unos más que otros, se habían convertido en los principales detractores de Andrés Manuel López Obrador desde hacía años, desde 2006 por lo menos. El compromiso de septiembre pasado, posterior a una reunión previa con el mismo tema y propósito, ya era una buena noticia por el cúmulo de coincidencias con respecto a la problemática juvenil, la que se refiere a sus oportunidades de estudio y de trabajo, básicas, sin duda, para resolver o atenuar o atajar a las demás.
Ayer, en una de las primeras acciones del nuevo Gobierno federal (hoy cumple una semana), se firmó el primer convenio con los empresarios para empezar a operar al programa que tiene objetivos profundos y de largo alcance. El discurso de la titular de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, Luisa María Alcalde Luján, encargada precisamente de la operación de este programa, dejó asentado que hay conocimiento de la realidad, de los diversos problemas que afectan a los jóvenes y claridad con respecto a las soluciones. Me sorprende, muy gratamente, el nivel de desempeño de la funcionaria, la más joven de todo el gabinete presidencial, y por eso, en gran medida, su conocimiento de una realidad que está agarrada con pincitas y que hay que mejorar cuanto antes.
Parecía ocioso, pero me gustó mucho y qué bueno que sí lo hicieron: la lectura de la lista de las empresas firmantes del convenio. Sorprendente también escuchar los nombres de ciertas compañías, pero qué bueno y ahora sí que ni para qué seguir recordando posturas recientes si lo que muestran ahora es un acto de generosidad, de apuesta por los jóvenes y por México, una actitud de compromiso, de cerrar filas en torno a este país maravilloso.
Creo que la diferencia es que en este caso en particular se convocó a los empresarios de otra manera, se les plantearon alternativas y posibilidades, el proyecto en sí, de una forma que no quedaba de otra más que decir que sí porque es conveniente por donde se le vea, para todos los involucrados; y con iniciativas como esta, novedosa, ingeniosa, que logró la conjunción de esfuerzos, será posible pensar en una realidad distinta para los mexicanos, mejor, sin simulaciones, sin engaños, sin promesas incumplidas.
Es alentador, y sólo espero que así siga y se cumpla como está diseñado y pensado, que entre las primeras acciones de gobierno se considere a los jóvenes y quiero repetir aquí una frase de una lógica muy cercana a una perogrullada pero que si no se dice con todas sus letras puede pasar inadvertida: “lo que no conquista a los jóvenes no tiene futuro”. La dijo el Dr. Juan Real Ledezma en la presentación del libro Utopía y acción de Fray Antonio Alcalde cuya edición coordinó. Así que habría que pensar en programas como este para que, como dijo la secretaria Alcalde, el futuro sea eso, futuro.
Rescato aquí una parte del discurso donde la funcionaria expresa los alcances del programa, luego de decir que si le pidieran resumir el objetivo en una sola palabra, “sería inclusión”:
“Incluir a los jóvenes del campo para que no se vean obligados a abandonar su tierra en busca de una vida mejor; incluir a los jóvenes de las regiones en las que se ha quebrado el tejido social para que no caigan en el círculo de la violencia que tanto dolor ha causado en nuestro país; incluir a las mujeres jóvenes para cerrar las brechas de ocupación y de ingreso, desigualdades que son inadmisibles que prevalezcan en pleno siglo XXI; incluir a jóvenes profesionistas que por más que se han esmerado en su formación educativa no han logrado encontrar trabajo porque les dicen que les falta experiencia laboral […]”.
Sólo en este párrafo está expresada la problemática de los jóvenes y, por lo mismo, con la certeza de que hay conocimiento, es posible pensar en que las soluciones, sin simulaciones ni maquillajes, darán resultados pronto.

Columna publicada en El Informador el sábado 8 de diciembre de 2018.

Es hora


Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Con altibajos y pausas, estamos justo a un sexenio de que se cumplan 200 años de la constitución de la primera república federal de los Estados Unidos Mexicanos. En las celebraciones que definieron los liberales a lo largo del siglo XIX y los gobiernos autoritarios del XX por no hablar del desastre en lo que va del siglo XXI, ese momento de nuestra historia no ha sido destacado.
Escasamente referido, como duró tan poco, ha pasado a la historia como uno de los primeros fracasos y, eso sí, ha dado pie para insistir en la casi eterna división de la clase política mexicana en buenos y malos, liberales y conservadores, yorkinos y escoceses, borbonistas, iturbidistas, santannistas… en fin, facciones, facciones, facciones y traiciones al por mayor.
Sin embargo, los años 1823 y 1824 en la historia de nuestro país, específicamente, han sido muy mal juzgados. En ese bienio, entre la caída del imperio de Iturbide y la primera república federal, hubo políticos mexicanos de la América septentrional o del Anáhuac, que se plantaron y enfrentaron grandes desafíos.
Pasión por los libros.

A la situación económica crítica heredada de la Colonia (cualquier parecido con la realidad, guardadas las proporciones, es mera coincidencia) había que sumar las condiciones en las que había quedado el territorio y la sociedad luego de once años de guerra feroz, entre medio y un millón de muertos según diversas cuentas, en un país con siete millones de habitantes en 1822 (el dato lo dio Agustín de Iturbide) y dividido por diferentes aspectos, muy complejos, considerando que terminaba un modo de vida que se había prolongado por tres siglos, y empezaba otro, nuevo, incierto, para algunos esperanzador, para otros oscuro.
En el grupo en el poder, entre quienes quedaron al frente de la nación en ciernes, había un partido a favor del federalismo y otro del centralismo. Las discusiones y arengas de la época son por demás interesantes y es claro que no luchaban por el poder en sí mismo, no trataban de llegar a como diera lugar para favorecer sus intereses y de sus allegados, como ahora; entonces peleaban porque cada bando estaba convencido de que su proyecto de nación era el mejor para México. Es muy común que tratemos de juzgar o juzguemos de plano con los valores actuales, con la realidad de hoy y no aplica.
Estos hombres aplacaron revueltas, intentos separatistas y se las ingeniaron junto con la gente que continuó con sus actividades cotidianas para mantener a esta gran nación en pie cuando estuvimos a un tris de desmoronarnos; tomaron las decisiones que creyeron correctas y se relacionaron con agentes externos que ofrecieron ayuda no exenta de intereses. Sí, hubo errores y aciertos pero pese a todos los pronósticos en contra, la república federal se constituyó y henos aquí, casi a 200 años de distancia de aquellos momentos complejos, caóticos, revueltos… Los hombres y mujeres de entonces fueron protagonistas y testigos de un cambio de época pero en el devenir de los acontecimientos nadie o casi nadie tiene esa perspectiva.
Fue difícil, muy. Entre 1821 y 1825 se mantuvo un sitio español en San Juan de Ulúa con el propósito de iniciar la reconquista de México; hubo otros intentos y conspiraciones, pero, por ejemplo, Guadalupe Victoria, en la época, con todas estas circunstancias apenas enumeradas (y no fueron las únicas, además hubo dos años de sequía de 1826 a 1828), completó los cuatro años de su mandato y después fue senador. Victoria, por cierto, fue nombrado Benemérito de la Patria junto con Vicente Guerrero, en vida, antes de que asumiera como el primer Presidente de México y no ha sido de los héroes favoritos de quienes han manipulado la historia, pese a que por él y Guerrero, la guerra de independencia continuó.
Tiempos complejos, sin duda, como los que vivimos ahora. No hay algún aniversario cercano, pero traigo este tema para llamar la atención sobre acontecimientos de nuestra historia que deberían ser motivo de orgullo y no de vergüenza; sobre la existencia de hombres y mujeres que han puesto al país en primer lugar, que han dado la vida por él, que han creído y aportado ideas y proyectos con buenas intenciones, con el objetivo siempre de conducir a México a niveles superiores de desarrollo para que ocupe su lugar en el concierto de las naciones.
Es hora de sumar, de fortalecer nuestra capacidad de determinación y hacer acopio de generosidad para que nos vaya bien a partir de hoy, de este primer día de diciembre de 2018. Nos tiene que ir bien a todos y depende de todos, no es tarea de un solo hombre ni de un partido.
Es tiempo de desterrar la mezquindad que ha caracterizado a la clase política mexicana de las últimas décadas porque han privilegiado sus intereses por encima del interés superior de la nación y con la que han contagiado con mala fe a muchos mexicanos de buena fe. Nos toca a todos: a los servidores públicos dejar de lado soberbia y prepotencia; a los ciudadanos cumplir, participar y cuestionar lo que no se haga correctamente; al gobierno escuchar, corregir, actuar; y trabajar todos juntos por México. Es posible y ya es hora.

Columna publicada en El Informador el sábado 1 de diciembre de 2018.