sábado, 6 de febrero de 2010

Duele

LAURA CASTRO GOLARTE

En un hecho inusitado, antes de que se cumpla una semana del asesinato de 14 jóvenes y dos adultos en Ciudad Juárez, el caso está resuelto según la Procuraduría del Estado de Chihuahua con todo y las versiones contradictorias. Duele.
Duelen los jóvenes muertos, adolescentes; festejaban un triunfo deportivo, eran estudiantes y estudiosos, algunos brillantes. Duelen sus vidas truncadas, sus ilusiones acribilladas, sus proyectos sepultados. Duele lo que no podrán hacer, lo que no pudieron ser.
Duele la prisa de las “autoridades” por encontrar culpables; duele la declaración apresurada de que trabajaban para el Chapo Guzmán y/o de que fue por viejas rencillas entre pandillas. Duelen la desesperación y el cinismo de los impotentes, la irresponsabilidad de los responsables, la ceguera de quienes tienen nuestra seguridad y la justicia en sus manos. La falta de escrúpulos por conservar el empleo… ¡cómo duele!
Duele la proclividad a tapar el sol con un dedo.
Si es cierto o no es cierto que estaban involucrados con organizaciones criminales, duele.
Si estaban, si eran como las “autoridades” dicen ¿cómo es que hemos dejado que nuestros jóvenes se dediquen a eso? ¿Cómo es que hemos permitido que se involucren y se corrompan y desprecien la vida? ¿En qué momento los dejamos solos? ¿Desde cuándo? Duele.
Y si no ¿qué joven, qué niño, quién está seguro en México?
Duele el trabajo que cuesta percatarnos de la profundidad del daño, de las raíces añejas; de lo que hemos dejado hacer y pasar; duele la negligencia, la venda en los ojos, los oídos sordos.
Y cómo duelen la simulación y esa predisposición a guardar las apariencias. Ya basta.
Duele que nos crean estúpidos; que aparenten que están seguros de que no nos damos cuenta, que nos quedaremos en paz con los dictámenes, con las conclusiones. Duele que en algunas personas hayan despertado la convicción de que “andaban en malos pasos” y de que sus padres “son culpables también”.
Duelen la banalidad, la superficialidad, el carácter de “normal” que se le pretende imprimir a las razones.
Duelen las cortinas de humo, el amarillismo, el espectáculo, los juicios a priori, la condena inmediata, la irracionalidad, la inconsciencia, la insensibilidad. Duelen el silencio y la estridencia, el engaño y el autoengaño, la inopia en sus dos acepciones, la falta de carácter y de respeto, la estulticia.
Duelen las camas vacías, las mochilas en el rincón. Duelen esos padres sin sus hijos, los padres que no llegaron a ser…
La muerte de estos jóvenes, por lo que haya sido, quién haya sido, nos enfrenta con una realidad que se nos viene encima, aplastante y dolorosa… todos morimos un poco.
Artículo publicado en El Informador el sábado 6 de febrero de 2010.