jueves, 19 de abril de 2012

Crónicas de ayer

Hace poco más de 11 años, el Popocatépetl registró una de las actividades más intensas en décadas. Empezó en diciembre de 2000 y terminó a finales de enero de 2001. En esa época vivía en la Ciudad de México, era corresponsal de El Informador y tuve la oportunidad de visitar Cholula y por lo menos dos de los pueblos más cercanos a don Goyo: San Pedro Benito Juárez y San Nicolás de los Ranchos en Puebla.
Esta crónica la escribí entonces. Son los hijos del volcán, los que se quedan y los que se van cuando don Goyo se enoja y además de echar humo “voltea la lumbre”.
Historias de tremores, rugidos y temores, de arraigo y apegos, de amor y sabiduría.

Los hijos de don Goyo

Laura Castro Golarte (*)

Los que se van…

CHOLULA, Pue.- Don Joaquín Popoca y 15 miembros más de su familia están en uno de los albergues de Cholula, pero extrañan a don Goyo. Joaquín Popoca, un hombre mayor de sesenta, con unos 10 nietos corriendo alrededor, se ríe tímido pero lo reconoce. El Popo es como de la familia y con respecto a él, familiar directo. Orgulloso, dice: “Yo soy Popoca, y el Popocatépetl es mi agüelito”.
Micaela Temich es su mujer, han vivido durante siglos en San Pedro Yancuitlapan, y aunque ella habla poco, dice que si don Goyo los espantó “pos’ora que cuide la mazorca y a los animales”. Y ni siquiera saben del programa “Kilo por kilo” que prometió el Presidente Vicente Fox a los que dejaran sus tierras en plena temporada para la pizca del maíz. Nadie les ha informado.
Es una parcela la que trabaja Joaquín Popoca y la cosecha iba bien, pero el lunes sí se asustaron, por eso fue hasta ese día que salieron de su pueblo para, finalmente, cobijarse en el albergue.
No se quejan por el trato. “Estamos bien” dice doña Micaela y se ríe tratando de conservar la seriedad, mientras don Joaquín explica que no se habían querido salir porque don Goyo así es, de pronto echa humo y luego se calma, pero el lunes no, ese día sí “ya volteó la lumbre”.
Entonces sí, a pensar en los hijos y en los nietos y dejar a los animales, la mazorca y la tele. Dice Joaquín Popoca que si el volcán estallara perdería mucho, todo “pos sí, andaría perdiendo como unos diez (mil)”.
Eso es mucho para él, todo, es lo que ha quedado de una residencia de siglos en las faldas del volcán. Sus antepasados eran nahuas y ellos no lo quieren ni lo pueden ocultar. Son descendientes directos de don Goyo.
-¿Y por qué se llama don Goyo? ¿Desde cuándo le dicen así?
-Pos desde que se fundó, desde que se formó. Es su nombre: Gregorio Popocatépetl y la Iztaccíhuatl se llama Rosita.
Joaquín siguió hablando:
-El 12 de marzo es su día y gente de San Pedro le lleva su cuelga. Se juntan hasta dos camiones llenos de gente que le llevan botellas, mole y guajolotes pa’ brindar con él. Al volcán sus copas se las avientan al suelo para que se las tome (y se ríe).
Y si no ha llovido, por ahí de mayo o junio, también le hacen su fiesta. Se van a la cueva donde le dejan la cuelga de su santo y hacen un baile y le tiran copas a don Goyo para que les mande agua y sí, siempre la manda, a los dos o tres días ya está lloviendo.
-Un compadre me platicó que un amigo de él se encontró una muñeca como de piedra casi pa’llegar a mero arriba, y que hay muchos juguetes, monitos y figuritas, pero no es bueno sacarlas. Ese amigo de mi compadre sacó una muñeca para su hija, pero la niña se enfermó y se murió.
No deja de hablar del Popo. No están en sus casas, ni pueden cuidar a los animales ni seguir en la cosecha por don Goyo, pero parece que no pueden vivir sin él. Lo extrañan y entonces Popoca contesta cómo lo ven.
- Es como si fuera un hombre entre nosotros, es el ‘agüelito’.
Y no importa que esté enojado, no importa que el lunes haya retumbado hasta voltear la lumbre, ellos quieren volver… ya que se calme.
Mientras tanto, se dejan querer por los soldados: “hacen muy bien de comer”. Algunos de los que están en el albergue se resisten a la invitación que una enfermera hace para los hombres adultos que se quieran bañar. Sí huele mal el albergue, pero no hay más.
En la mañana a desayunar,  a bañarse los que se quieran bañar; luego la comida, les prenden la tele; la cena y hasta mañana, extrañando al Popo, sus rugidos y tremores, sus colores y cenizas, su sabiduría y aun su furia.

A 11 kilómetros del cráter
Los que se quedan…

SAN PEDRO BENITO JUÁREZ, Pue.- En este pueblo no pasa nada. El coloso se alza imponente sobre esta localidad de cuatro mil 300 habitantes ubicada apenas a once kilómetros del cráter y de éste sobresale una impresionante columna de gases y ceniza que se extiende de 2.5 a tres kilómetros hacia el cielo, pero los cientos que decidieron quedarse, andan por ahí como si nada.
De pronto hace ruido, como si fuera un rumor y la gente está atenta, pero sigue ahí dando de comer a las gallinas y arreando a los burros cargados de hojas secas de maíz; preparando la masa y los frijoles para la cena.
Hay mujeres y niños, varios ancianos que no quieren dejar sus tierras, sus casas, sus recuerdos, además de decenas de perros medio tristones y adormilados, guajolotes a punto para el mole y muchos pollos y gallinas picoteando en las calles de terracería y en los patios de los hogares semidesiertos.
San Pedro Benito Juárez no es un pueblo fantasma. Cuando don Goyo hizo erupción el lunes a las siete, muchos de los que no habían querido salir, corrieron rumbo a los albergues, los más ciertamente, pero todavía hay gente, por más que en los reportes oficiales se indique que todos los pueblos están desalojados.
No es así y el enojo de don Goyo, el Popocatépetl, no ha pasado.
Estar aquí, a once kilómetros del cráter, es otra cosa; pero además, estar aquí y saber de lo que es capaz el coloso, oír los rugidos y sentir los tremores, impide comprender a los que se quedan.



Popocatépetl, 19 de diciembre de 2000. Puebla. México. Fotografía de Laura Castro Golarte.



La columna de ceniza doblada por los vientos hacia el Sur, que según dicen viajan a 27 kilómetros por hora, se ha convertido en el techo de San Pedro. Una franja blanca como si fuera una gran nube impide el paso del Sol; y el silencio en el pueblo, pese a los pocos ladridos y el sonido lejano de una canción ranchera, hace sentir una tensa calma, se empieza a reconocer el miedo, la urgencia por volver.
Parece que no saben lo que puede pasar, pero sí saben. Los de Protección Civil se los han dicho muchas veces, la policía estatal y el mismísimo gobernador Melquíades Morales que ha ido hasta tres veces para tratara de convencerlos de que se vayan a los albergues.
Y los que se quedan dicen que no pasa nada, que mejor cuidar sus burros y sus gallinas y la tele, porque eso sí, casi todas las casas, como si fuera una sala de trofeos, lucen las antenas en las azoteas. Y es que tener lo que tienen le ha costado tanto. La pobreza es común denominador en las localidades situadas en las faldas del Popo.
Hay más elementos de seguridad que habitantes. El oficial Isauro Zerón Chilaca, de la Policía Judicial del Estado de Puebla, dice que están ahí 700 efectivos de la corporación a la que él pertenece, de la Policía estatal, del Ejército Mexicano y de la Policía Federal Preventiva.
Diez y siete camiones y microbuses esperan en la plaza del pueblo para que los que se quedan cambien de opinión y se suban para refugiarse en los albergues; pero nadie los mueve, nadie los ocupa. Son más o menos 300 los que han decidido quedarse, algunos de ellos se habían ido a los albergues pero ahora “con el cuento de que vienen a dar de comer a sus animales, ya no se quisieron regresar”, dijo el oficial Zerón.
En la iglesia, sonoras y repetidas campanadas luchan en vano contra la terquedad… los camiones siguen vacíos. Los que se habían quedado ahora, otra vez se quedan.
Otros sí regresaron. Tres primos hermanos que dejaron a sus familias en el albergue de Izúcar de Matamoros, dieron de comer a sus yeguas y a los puercos, a las gallinas, a los guajolotes y hasta los perros, pero después, ya que empezaba a oscurecer, se regresaron para reunirse con sus mujeres y sus hijos.
Ellos estaban en San Pedro cuando a las dos de la tarde, mientras en la Ciudad de México el secretario de Gobernación decía que la alerta máxima se mantenía y que todos los poblados estaban desalojados en su totalidad, el Popo lanzaba unas cuantas piedras “que no se veían de lumbre porque era de día, pero sí estaban prendidas.
Uno de ellos dijo que sí, que don Goyo estaba muy enojado “por la Navidá, sí, vino a aventar golosinas y aguinaldos… se vio rete bonito, pero pos sí se asusta uno”.

(*) Periodista
Crónica corregida; la original se publicó en El Informador el miércoles 20 de diciembre de 2000.