Ciudad Adentro
No han pasado ni
dos semanas desde que en este mismo espacio hablé sobre unidad a propósito del
llamado presidencial, sólo para decir que la unión, la solidaridad y la fuerza,
deben ser de, por y para nosotros, exclusivamente.
Fue antes de la
marcha fallida --por contaminada y pervertida-- de hace casi una semana. Sí, sé
lo que escribí el sábado pasado y la conclusión a la que llego es que pese a la
fuerza ciudadana que se ha demostrado en las últimas semanas, la capacidad de
infiltración y boicot del Gobierno es muy poderosa. Reitero más que nunca que
debemos estar muy despiertos.
Ya se ha escrito
hasta la saciedad sobre lo que pasó con la marcha #VibraMéxico, las versiones
varían pero todo fue un juego de manipulaciones, conveniencias, personajes
maiceados y otros engañados para un resultado desafortunado desde cualquier
punto de vista. Lejos de mostrar unidad se hizo gala de lo contrario.
Lamentable. Perfectamente bien urdido desde el poder para pervertirlo como
parece que es su objetivo y máxima aspiración en la vida: echarlo todo a
perder.
Los mexicanos no
merecemos un gobierno así. En realidad estamos hablando de traiciones
cotidianas ejecutadas por quienes están ahí gracias a votos e impuestos y
encima de todo, el que se supone lidera los intereses, preocupaciones y
estrategias nacionales, afirma que no hay crisis, no estamos en crisis, es sólo
un momento de desafío económico. Y claro que la parte social no cuenta para él,
ni la educación, ni la salud, ni los altísimos niveles de corrupción que
ensucian y pervierten todo, ni la vivienda, ni la precariedad del empleo, ni la
violencia y la inseguridad.
No debería
extrañarnos si el mandatario vive cómodamente gastándose cinco o tres millones
de pesos por viajes de dos y tres días, en Nueva York o en cualquier ciudad de
Europa junto con los vividores que integran su gabinete. Sí, reitero, la
situación en México es intolerable y no se ve por ningún lado una solución a
corto plazo, salvo la que salga de la misma sociedad, de todos nosotros en la
medida en que recuperemos nuestra identidad, esa que enorgullece a los paisanos
agredidos del otro lado del río Bravo que, por cierto, se fueron por la falta
de oportunidades en su propia tierra, por la desigualdad en el reparto de la
riqueza, por los abusos del poder, las injusticias, el desempleo, la pobreza en
todos sus niveles (no deja de ser pobreza), la corrupción en las calles, en las
escuelas, en las universidades, en los hospitales, en las oficinas para hacer
cuanto trámite, en la marrullería de leyes injustas y madruguetes legislativos;
por ir en busca del “sueño americano” en esa aspiración inoculada con rigor y
disciplina en el inconsciente colectivo pero que ni es americano y mucho menos
sueño (les recomiendo la película “American beauty” o “Belleza americana”, una
autocrítica estadounidense; para adultos por supuesto).
Nuestra identidad
mexicana es sólida y fuerte a pesar de los ataques constantes a que está
expuesta: mediáticos, culturales, ideológicos, políticos, economicistas… Es
como el agua o como la vida, se las ingenia para abrirse camino. Muchos han
estudiado las características de la identidad mexicana, de la idiosincrasia, y
han interpretado libremente y sin escrúpulos razones, orígenes y motivos. Es raro que esas
interpretaciones nos dejen bien parados. Cada vez estoy más convencida de que
el discurso oficial, a lo largo de los años, ha difundido convenientemente lo
más negativo de nuestra esencia mexicana, ya basta. Y no me cansaré de repetir
que somos un pueblo maravilloso, creativo, noble e ingenioso, solidario,
comprensivo y compasivo, con una historia rica y diversa, interesantísima,
única; con expresiones técnicas, científicas y artísticas desde antes de la
conquista suficientes para equiparar y superar, en muchos casos, a las grandes
culturas de la Humanidad.
Lo fuimos, lo
somos, falta que lo creamos. Que dejemos de lado por mentiroso y manipulador
ese discurso que se nos ha inoculado también muy bien, que nos define como un
pueblo violento, delincuente, tramposo y flojo. No es así. Es el discurso que
se sabe de memoria Donald Trump y que ninguna autoridad ha tenido la valentía,
la dignidad y el orgullo de callar. No somos eso. Quizá esta definición
perversa aplica pero para la clase política abusiva y parásita.
Despiertos,
acuérdense, despiertos, vacunados y dispuestos a una profunda y radical
desparasitación.
Columna publicada en El Informador el sábado 18 de febrero de 2017.