sábado, 30 de abril de 2016

Ayotzinapa... certeza demoledora

Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

¿Cuál gobierno, que se precie de serlo, rompería relaciones y cuestionaría a un grupo independiente que trata de indagar la verdad? De hecho ¿qué necesidad habría de un grupo independiente? ¿Qué no se dan cuenta? ¿No nos damos cuenta, todos?
Si el gobierno no tiene nada qué temer porque nada tuvo que ver en el asunto ¿No sería mejor que facilitaran la tarea a los expertos? ¿Qué no trataran de ocultar ni de tergiversar, ni de disfrazar, ni de manipular? ¿O es que protegen a alguien? ¿O tratan de no quedar mal ante la mirada internacional (los mexicanos no importamos ya, ni siquiera en años electorales)? Porque si es así, la verdad es que van por el camino equivocado.
El pretérito imperfecto no existe, sin embargo, plantearse la posibilidad de algo contribuye a la reflexión y, con disposición y ánimo, ayuda al aprendizaje de lecciones. Pues bueno, para empezar, en un país tan atacado y herido por el mismo Estado, no deberíamos estar ante una situación ni siquiera similar a lo sucedido en Iguala con los normalistas de Ayotzinapa. No obstante, es una realidad que nadie puede negar y que deja en evidencia por enésima vez, los abusos de autoridad, la corrupción, la insensibilidad de las clases políticas y una tremenda, descomunal e inconmensurable impunidad.
Estos hechos y verdades son los que condujeron al Gobierno mexicano a aceptar a regañadientes la formación de un grupo de expertos internacionales e independientes en el seno de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, por la exigencia de los padres y familiares de los 43 jóvenes desaparecidos (sí, 43, aunque se insista en que de uno de ellos aparecieron sus restos, de fondo, el caso  no está resuelto).
Ni tendría que haber jóvenes desaparecidos, ni tendríamos que estar pensando si viven o mueren; ni sintiendo en nuestro fuero interno que ya murieron, con la angustia y la incertidumbre por no saber cómo fue ni en dónde están, pero seguros y conscientes de que, si así sucedió, fue terrible. Y esto no lo pensamos ni sentimos todos, porque el gobierno —y yo creo que es parte de la estrategia— ha alargado tanto este asunto (los expertos se percataron de ello) que para muchos mexicanos (lamentablemente lo he escuchado), “ya chole”… “Ay, ya chole con lo de Ayotzinapa”.
Pese a ello, nos guste o no y ojalá sirva para sensibilizar a la sociedad mexicana en general, la presentación del segundo informe del GIEI ha puesto nuevamente el dedo en la llaga y confirma lo que muchos sabíamos y pensábamos, empezando por los padres y familiares de los muchachos de los que se desconoce su paradero desde el 26 de septiembre de 2014. Claro está, al gobierno no le han gustado los resultados del equipo que sin intereses políticos de ningún tipo y sí concentrados en lo importante, han llamado la atención no sólo del Gobierno mexicano, sino de amplios sectores de la sociedad.
La cuestión relevante y trascendente en este caso, es que el GIEI es internacional, forma parte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y ésta, de la OEA (Organización de Estados Americanos). El tema se ha difundido ampliamente en todo el mundo y la verdad, por el historial de impunidad que pesa sobre el Gobierno mexicano, qué vergüenza, que deshonra si es que a alguien en las altas esferas de la clase política mexicana conoce la palabra y el significado de “honra” y de “honor”.
La actuación de Tomás Zerón, revelada por el GIEI en respuesta a acusaciones falsas y tergiversadas expresadas de manera pública por el individuo en cuestión, nada menos que titular de la Agencia de Investigación Criminal de la PGR, aparte del informe, deja en claro que el Estado mexicano a través de sus funcionarios y sus agentes, no ha hecho lo que tiene que hacer, lo que manda la ley, lo que debería ser considerado “normal” en una situación de esta naturaleza.
Pero no, no tenemos un gobierno facilitador, que coadyuve a la búsqueda de la verdad y se haga justicia. Esta certeza es demoledora y nos sume aún más en la indignación y la impotencia.
Lamentable y dolorosamente, el caso Ayotzinapa se ha convertido en emblemático de una realidad generalizada en México, infringida por quien debería proteger, cuidar y defender a la nación.

Columna publicada en El Informador el sábado 30 de abril de 2016.