Ciudad
Adentro
Las
manifestaciones de mujeres en el mundo, históricamente, se han dado por oleadas
y nunca de manera simultánea. En algunos países los avances se han dado antes
que en otros y el nivel de las “conquistas”, “logros” o “éxitos” tampoco ha
sido parejo comparando nación por nación, ni en cantidad ni en calidad.
El
ejemplo más claro es el del voto femenino que costó la vida de varias mujeres
en diferentes partes del mundo y en distintos momentos. Hay antecedentes en el
siglo XVIII y todavía en 2015 se dio la noticia de que en Arabia Saudita
finalmente se permitiría que las mujeres votaran; en una docena de países, más
o menos, todavía no se puede. Es una historia, pues, de más de dos siglos que
aún no termina.
Es
difícil. El surgimiento de los movimientos feministas en el mundo (por el
sufragio, por las condiciones laborales, por abuso y acoso sexual, por igualdad
y otras causas), ha sido estudiado desde muy diversas perspectivas, por lo
general sociológicas, políticas y antropológicas, y hay en el mundo especialistas
que comparten sus sesudos análisis y doctas lecturas al respecto, casi siempre
desde la erudición alimentada pacientemente con modelos y teorías. Está bien,
no digo que no, aportan, pero en términos prácticos, poco influyen en un cambio
en el estado de cosas.
La
realidad es distinta. El día a día llega a ser demoledor. Es claro que las
oportunidades para las mujeres, hablando en términos generales, son mejores
ahora que hace 30, 50, 80 años, es cierto, pero ha costado mucho trabajo y la
lucha no termina porque los mentados logros se han dado a medias o a cuenta
gotas; o son efímeros porque luego se da marcha atrás; o porque de pronto
aparecen otras formas de abuso o de regreso a la desigualdad; porque siempre
hay resistencias y regateos.
Esta
lucha que no cesa lleva años y el desgaste es natural, y lamentable en muchos
casos, cuando lo que propicia es la división entre las propias mujeres
activistas. Cualquier diferencia o desencuentro afecta la relación. Muchos
esfuerzos se han diluido por este desgaste que no es más que producto de la
falta de atención de la sociedad en su conjunto, especialmente de las
autoridades responsables de proteger, promover, iniciar leyes, poner el
ejemplo, impulsar, atender y responder a las demandas de la mitad de la
población, nada más y nada menos.
Lo
obtenido hasta ahora no es suficiente, no ha sido suficiente; y es preciso
actuar de manera simultánea en distintos frentes, el educativo es fundamental
para desde ahí cambiar paradigmas y percepciones, revisar planes y programas de
estudio para que estén diseñados en términos de igualdad; pero el frente para
frenar la violencia contra las mujeres es urgente también.
Las
noticias de desapariciones de mujeres y de feminicidios, violaciones, abuso
sexual, acoso, de maltrato de diversos tipos, de misoginia en todos los ámbitos,
de abuso de poder contra las mujeres, de desigualdad laboral y salarial, de
trata, son tan frecuentes, tan comunes que han dejado de llamar la atención.
Las
estructuras burocráticas de atención a las mujeres han sufrido embates desde
las mismas administraciones gubernamentales al grado de que operan como
agencias de atención paliativa, nada definitivo, nada que cambie la realidad
desde el fondo, desde el origen, con la mira puesta en romper patrones para
empezar a andar sobre otras bases: más sólidas, firmes, auténticas, igualitarias,
armónicas, sin violencia.
Ha
sucedido también que muchos acostumbran a repartir culpas y responsabilidades
cuando quienes así lo señalan en realidad han sido omisos y mañosos mientras se
aprenden el discurso con las palabras de moda.
Son
décadas de abusos y omisiones, de paliativos, de políticas públicas
rimbombantes pero bofas, huecas, falsas y perecederas; y esta actitud se
refleja en que los números de la violencia contra las mujeres nada más no
bajan, al contrario. Aumentan los casos y con ellos la impunidad y las
injusticias… y la rabia y el coraje y la indignación.
El Informador. |
Debo
confesar que cuando tuve las primeras noticias de la violencia en la Ciudad de México
al calor de la marcha por la violación de una adolescente, mi primera reacción
fue de rechazo a partir de mi convicción de siempre, de que la violencia no es
el camino; sin embargo, al paso de los días caí en la cuenta de un asunto que
ya he abordado en otros momentos y en diversas circunstancias: la
radicalización de las protestas sociales. ¿Por qué se llega a tales extremos?
Porque la autoridad no escucha, nadie escucha, a veces ni siquiera las mismas
mujeres, porque lejos de atender se persigue o se criminaliza; porque se juzga
con distintas varas, porque se minimizan las demandas y hasta se hace burla de
ello; porque la violencia contra las mujeres no se detiene y la respuesta de
las autoridades, en la Ciudad de México y en todo el país, sigue siendo
insuficiente.
Columna publicada en El Informador el sábado 24 de agosto de 2019.