Ciudad
Adentro
Hacía
mucho que no presenciaba una ceremonia del Grito de Independencia como la del
domingo pasado. Después de tantos años la celebración puede llegar a
convertirse, para muchos, en rutina y aburrir, es cierto, pero, sobre todo, ver
y escuchar a mandatarios que, dicho suavecito, no hicieron bien su trabajo,
pues no representaba ningún atractivo.
Las de Peña las vi, creo que casi todas, más por obligación por las lecturas
políticas que como ciudadana de a pie; y en general así ha sido desde hace
tiempo. La del domingo pasado era, igual, la obligación de las lecturas políticas,
aunque también la curiosidad de presenciar la primera ceremonia del Presidente
en turno, en este caso Andrés Manuel López Obrador.
Me
sorprendió. No me planteé ninguna cuestión previa, no imaginé cómo sería o
podría ser pese a las elucubraciones en redes sociales, creo que hasta apuestas
se hicieron. Me dispuse a verla con mi familia simplemente para testificar cómo
sería y conocer el contenido de las anunciadas veinte vivas.
Reitero:
me sorprendió, bueno, he de decir, de hecho, que varias cosas me sorprendieron
gratamente. En primer lugar, el espectáculo previo que exaltó las venas y
raíces culturales tan ricas, profundas y originales de nuestro país. La
esencia, estado por estado, del folklor con altos niveles de calidad en las
ejecuciones, en la música, en el vestuario. Casi todos escogieron lo mejor de
su repertorio e incluso se presentaron bailables producto de investigaciones
históricas y antropológicas recientes. En los cuadros de las 32 entidades quedó
expuesta la diversidad, el talento, la historia ancestral, sincrética y
contemporánea de esta maravilla de país que es México. Ponderar la difusión de
esta riqueza por encima de lo que en sexenios anteriores ha sido la promoción
del mal gusto, de lo corriente y vulgar, es un cambio a favor, grande y no
menor.
Tomada de: RT |
Me
sorprendió la gente en el Zócalo. Apostada ahí desde temprano para presenciar
tanto las representaciones de los estados como la ceremonia del grito y el
espectáculo posterior. De acuerdo con los reportes el saldo fue blanco y se alcanzaba
a apreciar en la transmisión el orden que privó en la disposición de los
lugares y en el comportamiento de los asistentes.
Me
sorprendieron mucho más, ya en la ceremonia, los gritos de la gente, la verdad,
hasta me emocionaron. Nunca, en todos mis años de ver y asistir a ceremonias
del grito, había testificado un apoyo así para ningún Presidente, hasta ahora.
Nunca. Al contrario. En los últimos sexenios lo que ha caracterizado a los
mexicanos que asisten a la verbena en el centro de la Ciudad de México, son las
rechiflas y los gritos de “fuera, fuera”, entre otros peores.
“No
estás solo, no estás solo”, “sí se pudo” y “Presidente, Presidente” coreado por
miles, me puso la piel de gallina porque el significado profundo es
trascendente, porque refleja la apuesta de millones en el actual mandatario, es
noticia del contraste con tiempos pasados recientes y, muy importante, es el
refrendo de un apoyo que reclama respuestas, todas las respuestas, las más
posibles. Fue un símbolo de lo que millones de mexicanos esperan de esta
administración. El Presidente lo ha dicho y reiterado: “no puedo fallar”. Esa
afirmación, dadas estas expresiones populares y multitudinarias, debe tener una
relación directa con hechos y resultados; no puede ni debe quedar en el aire.
Me
sorprendieron las vivas (amén del protocolo, la austeridad y la solemnidad),
las nuevas particularmente: “¡Vivan los padres y las madres de nuestra patria!”
(en un claro reconocimiento, como nunca, a las mujeres que fueron fundamentales
en el derrotero del movimiento independentista); “¡Vivan los héroes anónimos!”
(quizá no haya mucho que decir, lo sabemos, sin embargo, es reconocer a los
hombres y mujeres, de todos los grupos sociales, cuyos nombres no conocemos y
dieron la vida por la causa, los que realmente la hicieron posible); “¡Viva el
heroico pueblo de México!” (esta fue la que más me emocionó, lo somos); “¡Vivan
las comunidades indígenas!” (jamás reconocidas antes, así, como parte esencial
de nuestros orígenes y fundacional de nuestra grandeza) y luego las vivas por
cada uno de los valores y principios democráticos y sociales: libertad,
justicia, democracia, soberanía, fraternidad universal y paz; y el último:
“¡Viva la grandeza cultural de México!” que merece reconocimiento, respeto y
práctica por su profundidad, su contenido espiritual y trascendente, por el
talento implícito, por la historia, los colores, las evidencias del trabajo de
manos mexicanas, el pensamiento y las ideas, las diversas creaciones.
Me
sorprendió, finalmente, mi propio y muy vivo sentimiento de orgullo que había
estado adormecido, apagado, a fuerza de los más duros embates contra México,
los mexicanos y lo mexicano infringidos por los que eran nuestros representantes,
aunque no ejercían como tales.
Columna publicada en El Informador el sábado 21 de septiembre de 2019.