Ciudad Adentro
Hay cosas que no me gustan: el pleito con los medios
de comunicación, por ejemplo; o la insistencia en dividir a los mexicanos entre
los que están con él (me refiero al Presidente de México) y los que no (una
actitud que contribuye a radicalizar a chairos y a fifís, un
discurso desafortunado y exaltado, de un lado y de otro, ¡pa’aburrir!). No me
gustan algunas declaraciones ni reacciones de miembros de su gabinete, ni que
muchas decisiones que se han tomado no se hayan explicado bien. No me gusta los
escasos resultados en materia de seguridad pública.
Aparte está lo que me gustaría: que las mañaneras no
fueran todos los días, que el discurso del Presidente siempre fuera incluyente
(de y para todos los mexicanos, todos, todos, sin excepción alguna); que en esas
conferencias de prensa algunos colegas de plano no se presentaran, los que
hacen preguntas largas y lambisconas o preguntas fuera de contexto o
cuestionamientos imprudentes e innecesarios; me gustaría que hablara más rápido
y que explicara mejor todo lo que expone, pero si no, me gustaría que tuviera
un equipo de comunicación que reaccionara de inmediato, que estuviera muy bien
preparado y distribuyera la información con toda la amplitud para no dejar
espacios para las dudas o para las tergiversaciones y la manipulación.
Me gustaría mucho que no se satanizara a quien critica
o señala sin intenciones ocultas; y que no se cortara con la misma tijera a los
periodistas. Que el Presidente de México (su equipo más cercano, sus asesores)
discriminara y valorara la crítica constructiva y responsable, que la hay; y
que tomara en cuenta a expertos en diferentes áreas que aportan su conocimiento
con las mejores intenciones de contribuir a la definición de políticas públicas
de urgente implementación y más efectivas.
Me gustaría que tuviera un poco de humildad real y
reconociera que no lo sabe todo, ni lo puede todo; y que cuando llegó a la
silla presidencial encontró las cosas peor de lo que le habían informado, de lo
que las esperaba; y que no es fácil y la responsabilidad sobre sus hombros,
descomunal. Y que no va a alcanzar a hacer tanto como quisiera, como prometió.
Me gustaría que dejaran ya a un lado el discurso de
los gobiernos del pasado (los mexicanos nos acordamos muy bien de todo eso) y
se pusiera a trabajar, en el poco tiempo que tiene, para cambiar las cosas de
fondo en lugar de repetir el discurso que se enfoca en adversarios y enemigos
políticos. Así, paulatinamente, Andrés Manuel López Obrador, ha ido tirando capital
político. Me encantaría que trascendiera ya esa postura que lo limita y
mostrara que es capaz de gobernar de otra manera, diferente y mejor, por
supuesto, para todos los gobernados; y que pese al poco tiempo logrará hacer lo
que nadie antes porque romperá patrones... Eso me gustaría.
También hay cosas que me gustan: la decisión de
mantener la disciplina en el manejo de las finanzas públicas (el índice
inflacionario ha bajado y, aparte, en un caso inédito, las repercusiones
favorables en la microeconomía); el enfoque profundamente social del
presupuesto de egresos de la Federación para el año que entra que privilegia la
atención a los adultos mayores y a los jóvenes; el estilo diferente de gobernar
en comparación con todos los anteriores respecto a las decisiones que toma y,
en general, la transparencia que practica; la determinación, con acciones
precisas y evidentes, de combatir la corrupción sin tregua ni cuartel; el
autocontrol para no caer en ciertos juegos como los de la CNTE y Antorcha
Campesina; la contrarreforma educativa; la supresión de lujos en la burocracia
antes dorada y la austeridad en general; el aumento al salario mínimo y la
pretensión de mejorar los ingresos de los mexicanos de manera significativa a
lo largo del sexenio (medidas contra la desigualdad); y, entre otras
cuestiones, la reforma en materia sindical que rompe con décadas de corrupción
y de corporativismo, de traiciones a las clases trabajadoras (a todos los
mexicanos en realidad).
Ha pasado un año, faltan cinco; se puede hablar de
altibajos y claroscuros, pero creo que hay más altos y claros que lo contrario.
Vamos a ver qué sigue y cómo sigue.
Columna publicada en El Informador el sábado 30 de noviembre de 2019.