De
estadísticas, mentiras, incertidumbre
y nuevos discursos
María
Rodríguez Batista
En el día 48 de la pandemia de
Covid-19 (acrónimo del inglés coronavirus
disease 2019), todo amanece aparentemente igual: en los noticieros cada
facción arremete contra sus oponentes políticos, una cascada de cifras que
hablan de camas hospitalarias, médicos, ventiladores, equipos de protección y sobre
todo de muertos, causados por una fantasmagórica afección respiratoria aguda.
Dos meses antes, solo algunos
enterados comentaban sobre la epidemia en China, del contagio inicial o
contagio cero, registrado el último día del año viejo occidental de 2019 y que
conforme a los pronósticos podría extenderse por el planeta y convertirse en
pandemia.
El 29 de febrero del naciente
2020, el tema ya domina las comunicaciones de los mexicanos al registrarse el
primer caso comprobado; el virus ya estaba en el país y en adelante se
incrementarían los contagios de manera exponencial de no seguirse medidas
rigurosas de distanciamiento social y autocuidados.
Google reportó 20 millones de
consultas en un solo día sobre el nuevo padecimiento.
Impera una extraña sensación
de acercamiento/distanciamiento al problema, gran número de personas pone en
entredicho la existencia de la pandemia porque no conoce a alguien que haya
padecido el famoso coronavirus, y hasta las autoridades se muestran escépticas
sobre sus efectos; por otra parte, aunque en menor número, se denota ya el
miedo instalado en las conversaciones.
El 23 de marzo se inicia la
denominada “jornada nacional de sana distancia”. Para esas fechas el calor de
la primavera empieza a intensificarse, un día luminoso no es el mejor escenario
para detallar pandemias, está en discordancia con los sets cinematográficos en
que se han recreado infinidad de enfermedades, guerras, catástrofes…, pero ya
no hay mucho espacio para la duda, el virus llegó a estas tierras de América
para completar su periplo desde China, pasando por Europa y azotando a su
población, ensañándose con aquellos que rebasan el fatídico número de 65 años.
El mayor logro del siglo XX,
el incremento de la esperanza de vida en 25 años, ese sueño de la humanidad de
incrementar la longevidad, se estrelló con los efectos mortales de un pequeño
virus de apenas 120 nanómetros (un milímetro equivale a un millón de
nanómetros, nos aclararon los expertos).
Con el eslogan “quédate en
casa”, más de la mitad de actividades productivas, de recreación, religiosas,
educativas, se suspendieron de golpe. Difícil pasar del bullicio característico
de los centros urbanos a los pocos ruidos callejeros que apenas interrumpen el
soliloquio de millones de habitantes de grandes ciudades.
Ya recluidos en casa, todos
sometidos a horas y horas de noticieros, con sus respectivos comentaristas,
opinadores y “expertos”. Cualquier detalle, hasta los más banales pueden ocupar
sus minutos de fama en las pantallas si al menos aportan un ángulo diferente al
caudal de información que a esas horas ya ahoga a la audiencia.
En esas condiciones no es de
extrañar que acapare la atención nacional un discurso que cada tarde a la misma
hora presenta números diferentes y gráficas impecables en la voz de una
compacta troupe de presentadores.
Una narrativa que hilvana su
lógica aludiendo a lo ya conocido por la audiencia a través de películas,
series, novelas, …y hasta por sus cursos elementales de estadística en la
preparatoria.
La obra inicia a las 19 y
termina a las 20 horas en punto.
Se trata de una representación
en el sentido clásico de la palabra: un guion que ayuda a ordenar las ideas
dispersas y nombra procesos hasta ese momento segmentados o conocidos solamente
al nivel de sensaciones o intuiciones. También aparece un protagonista que
introduce el tema del día, da la voz a otros actores secundarios y al final
dialoga con el público.
Ese público está conformado
por reporteros de algunos medios impresos y digitales que preguntan obviedades
de manera machacona o que definitivamente se convierten en la voz de otros de
sus colegas ausentes que otean desde sus ventanas cibernéticas y presurosos
elaboran sus columnas acusando al actor principal de mentir sistemáticamente.
Cada capítulo tiene una
apertura y un cierre, y en el desarrollo siempre hay una explicación para
cualquier interrogante, en el mismo tono mesurado, e invariablemente se deja un
enigma para resolver el o los días subsecuentes.
Para el día 40 de la pandemia
el actor principal ya acumulaba acusaciones de mentiroso contumaz, de falsear
la realidad para quedar bien con su público que para esa fecha ya se contaba
por millones, de acuerdo a las vistas que reportaban las diversas plataformas.
Sin discurso alternativo, los
periodistas y hasta los antecesores burocráticos del actor principal, solo oponen
invectivas e insultos tratando de desvirtuar el guion dominante.
El amplio público que ve la
representación cada tarde, la disfruta y asume sus postulados, como en otros
tiempos, en pandemias semejantes se recurría a otros rituales para exorcizar el
mal.
Al principio de la pandemia
una polifonía de voces expertas alertaba sobre inminentes peligros y
consecuencias recurriendo a comparaciones con eventos previos e incluso echando
mano de la literatura religiosa o esotérica.
Esas explicaciones comenzaron
a perder terreno por subestimar un contexto social muy distinto de aquel 1918
en que la pandemia de influenza española diezmó a la población mundial.
Ahora, las condiciones son
distintas: una población alfabetizada al menos con nueve años de escolaridad,
que son considerables si se les compara con el analfabetismo del 90 por ciento
de los habitantes del México revolucionario. La población del año 2020 está
familiarizada con números y gráficas a las que identifica con cierto
conocimiento “científico”, además de un amplio background de series,
películas, narraciones de ciencia ficción que rápidamente la ponen en sintonía
con predicciones, por absurdas que estas puedan ser.
Al desplazamiento del dogma
religioso también ha abonado ese intruso que fue la televisión a partir de los
años 60 y que ahora ha multiplicado sus tentáculos a través de internet,
teléfonos inteligentes, tabletas, etc.
Aunque prevalece la gran duda
acerca del conocimiento adquirido a través de artilugios científicos como la
estadística, lo cierto es que la provocadora pregunta del biólogo Cereijido,
que en los años 80 del siglo pasado se cuestionaba acerca del por qué la gente
confiaba más en los santos que en los investigadores, parece ir redireccionándose
hacia el crecimiento de la confianza en la tecnocracia a costa del poder de la
teocracia.
De aquellos retablos marianos
poco queda: unas disminuidas plegarias colectivas, los lugares de culto
cerrados sin protestas de los feligreses, tal vez el rosario de la abuela,
alguna estampita pegada detrás de la puerta con una letra apenas legible de la oración
“San Jorge bendito amarra tus animalitos…”, o algún meme que menciona
bendiciones que se han vuelto tan comunes en los saludos cibernéticos que ya
parecen haber perdido su eficacia de anatemas contra el mal.
"San Jorge bendito amarra a tus animalitos...". |
Estas fechas de recogimiento
involuntario no logran revestirse de la magia de antiguas prácticas de
reclusión, aislamiento o reflexión y tampoco transfigurarse en oportunidades de
redención.
La charla doméstica es más
bien una serie de monosílabos por estar cada uno ocupado en sus redes sociales
o pequeñas risas por el efecto de algún meme.
En esa segmentación de los
vínculos emerge y se posiciona un discurso estructurado con resabios de escuela
antigua y de jóvenes aplicados, que llena los vacíos que durante el día
estuvieron rondando en las breves interacciones domésticas: el aumento en la
cifra de muertos por la epidemia, las dudas acerca de la saturación de
hospitales, la resistencia de los vecinos a permanecer en sus casas o a guardar
la “sana distancia” y por supuesto las preguntas escatológicas sobre las
cremaciones, el negocio de las funerarias, los ataques a los trabajadores de la
salud.
Vuelve a aparecer la imagen
del médico ideal: afable, sabelotodo, comprensivo, limpísimo, educado,
tolerante y dispuesto a responder a todas las dudas… incluso las que nunca
surgirán en tu cerebro.
Introduce nuevos términos en
el lenguaje cotidiano: aplanamiento de la curva, incidencia médica,
comorbilidades...
Pero la incertidumbre no se
deja domar, va y viene por la casa, es la compañía obligada en las salidas a la
tienda o a la farmacia y sigue a la búsqueda de un soporte del cual afianzarse
durante los largos meses que se avizoran antes de encontrar la cura. ¿Hacia
dónde vamos?, a donde López Gatell nos indique, o la OMS, o mejor Bill Gates,
no mejor la elección en Estados Unidos…
Mientras tanto, a revisar la
despensa por enésima vez para cerciorarse si falta papel sanitario o cloro, o
tal vez gel sanitizante y tener un buen pretexto para salir al supermercado…, a
seguir en el celular y en la computadora... Y tal vez, mañana empecemos a
pensar que hacer con la vida cuando regrese la “nueva” normalidad.
Mayo 2020