viernes, 13 de febrero de 2009

Bajo la lupa (*)

… Una sociedad sólo se mueve si los actores
que la componen se sienten socios de las decisiones tomadas.
El siglo XXI será el tiempo en que la sociedad
se moverá desde abajo, porque cada quien quiere
tener su parte de responsabilidad en la comunidad;
por ello hay que darles esperanzas y razones.
Si van a participar, más vale que lo hagan
de la mejor manera posible.
Ikram Antaki


Laura Castro Golarte

Desde hace ya algunos años, los medios de comunicación en nuestra sociedad están bajo la lupa y en la mesa permanente de las discusiones. Medios y periodistas hemos sido, somos y seremos cuestionados por actores políticos y diversos sectores de la sociedad, y también por nosotros mismos. El debate entre regulación y autorregulación no ha concluido.
Recientemente, y sin duda alguna todos lo recuerdan, fuimos testigos del espectáculo del año pasado cuando se discutía la reforma constitucional en materia electoral y, antes, de la conocida por todos como “Ley Televisa”.
En el marco de los procesos electorales, a partir de 1988 los medios de comunicación empezaron a modificar casi imperceptiblemente la tradicional sumisión al régimen. Fue entonces cuando, desde la academia , se hicieron los primeros monitoreos para medir tiempos y espacios y para calificar los contenidos en noticieros de radio y televisión, en cuanto a la cobertura de las campañas políticas.
Hoy en día, el monitoreo de medios durante los procesos electorales lo coordina el Instituto Federal Electoral y mes con mes, durante las campañas, se informa quién le dedicó más espacio a qué candidato, en qué informativo y si el sentido o el enfoque fue positivo, negativo o neutral.
Con base en la información que generan los monitoreos y con mayor razón después de la guerra sucia que caracterizó a los últimos procesos, las autoridades electorales sólo tenían como instrumento hacer exhortaciones y llamados, tanto a partidos como a medios y periodistas, para elevar y contribuir a elevar el nivel de las campañas; a algunas cúpulas empresariales también. Pero como las exhortaciones son como las llamadas a misa, bueno, ahora tenemos nuevas disposiciones en el COFIPE.
En este estar bajo la lupa, de parte de nuestro gremio, cada vez son más las iniciativas y los esfuerzos para revisar y mejorar el ejercicio cotidiano. Por ejemplo, la Fundación Prensa y Democracia convocó a periodistas de todo el país para construir la “Propuesta de Indicadores para un Periodismo de Calidad en México”.
Y, sólo por citar otro, el Centro de Periodismo y Ética Pública, cuyo lema es promover un mejor periodismo en México, convoca a seminarios, talleres y foros especializados; mantiene al gremio informado de todo lo relativo a la profesión y además es un espacio para la discusión permanente de tópicos como libertad de expresión, censura y autocensura, la cobertura de temas como el narcotráfico, periodistas con título o sin título, los casos de Lydia Cacho y Carmen Aristegui o las injusticias que viven periodistas de todo el país, entre muchos otros. En estas discusiones diarias, participan, si así lo desean, los colegas inscritos en la lista de correo electrónico del Cepet.
Sí, los periodistas y los medios estamos bajo la lupa y varios ojos miran a través de ella. No por nada, de unos diez años para acá, de manera consistente, formal y prácticamente generalizada, televisión, radio y prensa escrita cuentan ya con manuales de estilo, códigos de ética y defensores del público.
Varios dueños de medios se han apurado en la implementación de estas medidas de frente a sus audiencias, en mucho, para evitar que la regulación venga del Estado y, por supuesto, para no perder o bien, para recuperar y ganar credibilidad, convencidos ya de que la credibilidad, sí vende.
Independientemente de las motivaciones –sin que esto implique que no sean importantes ni objeto de concienzudos análisis— en general podemos decir que en materia de medios hemos avanzado y seguimos; y que la televisión, la radio y la prensa escrita, unas empresas más que otras, unos periodistas más que otros, están al tanto de lo que demanda la sociedad y preocupados por actuar en consecuencia.
Aunque a un ritmo más lento que la sociedad mexicana, creo, sobre todo en materia político- electoral y de movimientos sociales, los medios informativos en México han cambiado y siguen transformándose, unos para bien y otros para mal.
El movimiento social de 1988 (hay excepciones previas, por supuesto) obligó a la mayor parte de los medios de comunicación a abrirse, a dar tiempo y espacio a voces, temas y hechos que antes no tenían cabida por obra de la censura, la autocensura y el miedo a la represión del Estado. Por intereses económicos también, claro está.
Pero la realidad no dejaba muchas opciones: o los medios daban cuenta de lo que estaba sucediendo en el país o perderían más credibilidad, públicos y… anunciantes.
El gobierno también actuó en consecuencia. La Productora e Importadora de Papel, Pipsa, no fue más un instrumento de control y cesó la amenaza tácita de retirar concesiones de radio y televisión, así como el cierre de revistas y periódicos.
Se dio entonces lo que se conoce como “efecto péndulo”: de la represión y la amenaza constante del Estado para quitar concesiones, suprimir el abasto de papel y cerrar estaciones y periódicos, los medios mexicanos, los periodistas mexicanos, empezamos a experimentar por primera vez, la ausencia del miedo y, al mismo tiempo, la libertad de expresión, de prensa y de imprenta. La garantía del derecho a la información es una lucha de todos los días. Muchos se fueron al extremo y siguen ahí.
El péndulo no ha llegado al punto de equilibrio y quizá no alcance esa posición, porque cada medio tiene su propio tiempo, de acuerdo a su público y a su entorno político y económico. Cada periódico, cada noticiero de radio o de televisión, cada periodista, cada editor, cada jefe de información, avanza a un ritmo particular. Algunos ya, están a la vanguardia y se consolidan como medios y periodistas independientes (a pesar de las concesiones y de los empleadores, respectivamente) y trabajan diariamente con apego a la verdad y con responsabilidad social.
Pero en esta diversidad, en esta multiplicidad de opciones informativas en el México de hoy, los diferentes públicos tienen acceso a prensa amarillista y/o roja; a prensa militante; a medios que responden sólo a sus intereses económicos; a medios guerrilleros, alternativos y, entre otros, a medios socialmente responsables. Y esos diferentes públicos, es un hecho, ven, escuchan, leen… luego valoran, discriminan y eligen, es decir, permanecen o le cambian.
Hablando de esta diversidad, según Jan Schaffer, director ejecutivo del Centro de Periodismo Cívico Pew, quien por cierto, está convencido de que la función de los medios de información es “construir una comunidad”, los medios, precisamente, y sus periodistas, caemos en alguna de las siguientes categorías (fácilmente ubicarán ejemplos):
Perros falderos, es decir, periodistas al servicio del propio medio y del poder; los dueños de los medios privilegian el negocio; primero publicidad pública y/o privada, y después… ya se verá.
Perros de ataque o periodistas enfocados en escándalos de personajes públicos; llegan incluso a hacer labores de espionaje (cámaras y grabadoras ocultas, lectores de labios, robo de documentos; y aceptan gustosos las filtraciones a pesar de que se saben utilizados… a alguien le pegarán).
Perros de vigilancia o periodistas que se dedican a examinar la conducta personal y ética de los servidores públicos (bonos, salarios, rendición de cuentas, transparencia, corrupción, turismo político, recursos públicos para telenovelas…).
Perros guía: ¿Puede haber un periodismo que no sólo le brinde a la gente noticias e información sino que también le ayude a cumplir su tarea como ciudadanos? ¿Que no sólo produzca el espectáculo cívico insólito del día sino que en realidad desafíe a la gente a participar e intervenir, y a asumir responsabilidad por los problemas? ¿Que no los coloque sólo como espectadores sino también como participantes?
Los perros guía son los periodistas cívicos, los que están conscientes del origen de la profesión y la honran; no abandonan la función de vigilancia sino que le añaden responsabilidades.
El periodismo cívico es hoy una etiqueta amplia que responde a los esfuerzos de editores y directores de noticias que tratan de ejercer el periodismo para ayudar a superar el sentimiento de impotencia y alienación de la gente. El periodismo cívico busca educar a los ciudadanos sobre las cuestiones importantes y de actualidad para que puedan tomar decisiones, participar en el diálogo y la acción cívica y, en general, para ejercer sus responsabilidades en una democracia.
Los periodistas cívicos creen que es posible brindar una cobertura noticiosa que motive a las personas a pensar e incluso a actuar, más que simplemente atraerlas a mirar. Y creen que tienen la responsabilidad de hacerlo así.
Estos periodistas, los socialmente responsables, independientes y veraces, aquí en nuestro país, los hay en todas las ciudades, son identificados y reconocidos; vistos, escuchados o leídos todos los días, por una población creciente, la que se resiste a la manipulación; la que busca –y exige— la información más completa y precisa posible, la que no admite errores; la que requiere un espacio de interlocución y lo encuentra; la que abomina a comunicadores tendenciosos y en cambio espera de ellos un punto de referencia, un dato o un comentario, que lejos de orillarla a pensar de cierta manera, simplemente usa la información para normar su criterio, reflexionar, sacar conclusiones y, sobre todo, tomar decisiones. Son los medios, los periodistas y los públicos que asumen la parte de responsabilidad que les toca en esta, nuestra imperfecta democracia. No son consecuentes con el poder y tampoco lo son con la audiencia.
Medios y comunicadores que rechazan la estridencia, el escándalo, que piensan más de dos veces si publicar o no una información que, aunque verdadera, puede causar más daño que beneficio en el auditorio, en los lectores.
Medios que tienen su propia agenda y son espacio para la investigación y denuncia de funcionarios públicos y empresarios corruptos, de ecocidios, de atentados y violaciones de derechos humanos, de redes de pederastia, de tráfico y prostitución infantil; medios que dan voz a los sin voz y multiplican tiempo y espacio para los movimientos ciudadanos; medios que al mismo tiempo dedican recursos humanos (la mayoría de las veces los recursos menos apreciados en las empresas de información) y tiempo aire a temas que pueden operar cambios en el público y tienen que ver con la seguridad nacional, más allá del terrorismo, el narcotráfico y los movimientos armados: educación, salud, medio ambiente, desarrollo urbano, movimientos sociales, ciudadanía, cultura, ciencia, pobreza, migración, generación de conocimiento.
Medios y periodistas, en una palabra, éticos.
Si todos fuéramos así, entonces no tendríamos que discutir ni revisar el papel de los medios en ninguna materia. Pero no todos somos así. Y debo decir además, que tomando como base la clasificación de Schaffer, a lo largo de nuestras carreras, casi todos (nada más porque siempre hay excepciones) hemos sido a un tiempo o en distintos momentos, perros falderos, de ataque, de vigilancia y perros guía. (El concepto de “perro” igual a “periodista” es estadounidense y, bueno, aquí nos decimos entre nosotros mismos, cuando hablamos de todos, “la perrada”).

¿Qué estamos haciendo?
El poder que ahora ostentan los medios de información y la influencia que ejercen, obligan a la sociedad –cada vez a más sectores—y a diversos grupos e instituciones, a no perder de vista su actuación, sus motivaciones, a buscar las intenciones manifiestas o tácitas que están detrás de cada noticia, comentario o reportaje; y los obligan además a comparar y a discriminar de manera permanente. Los medios no saben bien a bien cuántos radioescuchas, televidentes y lectores pierden cada día.
Ahora bien, en un país de pocos lectores, el periodismo que más poder ha acumulado es el que se hace a través de la televisión, en donde –a diferencia de lo que sucede en la prensa escrita y en la radio, sobre todo— los mecanismos de retroalimentación son precarios y, en general, poco atendidos.
Hay un claro divorcio entre lo que se informa en los diferentes noticieros de televisión y lo que a los espectadores les interesa ver y escuchar, aunque el argumento invariable, la justificación, de quienes trabajan en televisión, es que se presenta lo que la gente pide.
Nada más alejado de la verdad. Son los medios y los comunicadores los que creamos la demanda.
Muy pocas veces, los intentos de organismos no gubernamentales por eliminar ciertas emisiones de la programación televisiva han tenido éxito. Y es que, además, saben que corren el riesgo de ser objeto de campañas intensivas de desacreditación.
La sociedad civil organizada no quita el dedo del renglón, y en la medida en que lectores, radioescuchas y televidentes se involucren con sus medios de comunicación y les exijan ciertos contenidos y respuestas so pena de cambiar de estación, canal, revista o periódico, los medios no tendrán otra opción más que cumplir con el mandato de los mercados a los que se dirigen y gracias a los cuales venden. Por supuesto (no quiero pecar de ingenua), a muchos no les importa y siguen tan campantes, fundamentalmente porque la sociedad no se involucra lo suficiente. Pero esto también está cambiando.
Los noticieros estelares de Televisa y Tv Azteca, que se supone deberían reflejar lo que pasa día a día en todo el país porque además se autonombran nacionales y bueno, la cobertura la tienen, se concretan a hacer un recuento de los hechos violentos y delincuenciales de todos los días; sólo por asesinatos, detenciones, decomisos, enfrentamientos o accidentes y catástrofes donde hay muchos muertos o damnificados, Nuevo León, Michoacán, Baja California, Tabasco, Jalisco, Coahuila o Yucatán, “ganan” espacio en esos noticieros, que además se solazan con casos extraordinarios como el que ellos mismos titularon “el asesino de Lomas” o algo así; en ambas televisoras le dedicaron más de la mitad del noticiero nocturno a esa nota. Cómo olvidar, además, al “mochaorejas”, la “mataviejitas”, “el poeta caníbal”, el “mataindigentes” y a la “matabellas”.
En estos y en otros noticieros, en decenas de periódicos, en todo el país, los periodistas “informamos” al público de la “familia” en Michoacán, otro ejemplo, que además se valió de un periódico para dar cuenta de su existencia; presentamos una relación pormenorizada con gráficos y todo, con reconstrucciones y escenarios virtuales, de las toneladas de cocaína y mariguana y de las armas que son decomisadas un día sí y otro también en diversos puntos del país; de los detalles de las ejecuciones: que si la cabeza, que si los miembros, que si encajuelados o quemados vivos; ¿cuántos meses ocupó el “chino”, los millones de dólares y el coopelas o cuello, los titulares?; hoy se cumple una semana de la explosión del artefacto en la avenida Chapultepec de la ciudad de México y el tema sigue arriba. Y se llega al grado de decir cuál era la sustancia base de la bomba (madre de satanás) y ¡con qué y cómo se fabrica! La receta pues, los ingredientes y cómo prepararla.
Todos los días a todas horas, esta es la información a la que exponemos a lectores, radioescuchas y televidentes. Desayunamos, comemos y cenamos y también entre horas, engullimos muertos, sangre, cocaína, narcos, reyes y reinas de zonas y drogas, capos, cárteles, policías corruptos, policías muertos, niños evacuados de sus escuelas y niños drogados con dulces; sicarios, lugartenientes, madrinas, ejecutados, descabezados, desmembrados…
Primero fue la novedad. Las nuevas generaciones tal vez no se acuerden, pero muchos de los aquí presentes sin duda sí, de la detención en abril de 1985 de Rafael Caro Quintero, conocido como el “Narco de Narcos”; seguro recuerdan también la admiración y simpatía que luego generó cuando dijo que vendiendo mariguana podría pagar la deuda externa. Nos enteramos de sus amores y desamores y se filmaron películas y se compusieron canciones. De entonces a la fecha, después de la primera reacción, del escándalo y la sorpresa, pasamos al repudio y la indignación, al miedo por supuesto, pero ahora, pregúntenle a cualquier joven si información de ese tipo le causa extrañeza o le sorprende o le horroriza o le indigna. Nos estamos acostumbrando como sociedad y los medios somos responsables ¿estamos calculando los efectos en la gente? ¿En los niños y en los jóvenes?
¿Qué estamos haciendo? ¿Nos damos cuenta? Y si es así, ¿es por vender? Y si no ¿se justifica? ¿A qué intereses estamos sirviendo consciente o inconscientemente, muchas veces atrapados por la obsesión de la primicia?
La televisión lo hace más, pero no es la única.
No puedo dejar de citar el caso de la “novia del narco”, bautizada así por los medios. Era una abogada que había sido señorita Jalisco. Cuando se destapó todo aquello de Jesús Gutiérrez Rebollo, en un “éxito” que se le atribuye a la revista Proceso, ahí mismo se publicó la relación entre Irma Lizette Ibarra y el general Vinicio Santoyo Feria, quien había sido comandante de la XV Zona Militar, así como la probable participación de la ex reina de belleza como enlace entre militares y narcotraficantes del grupo del “Señor de los Cielos”. Ese número de la revista apareció el domingo 27 de julio de 1997 y la abogada fue asesinada dos días después aquí en Guadalajara, en Enrique Díaz de León y Plan de San Luis. En la víspera de su asesinato, por teléfono (según publicó una semana después Proceso), Irma Lizette aceptó de mala gana conceder una entrevista al reportero del semanario. Antes había dicho que no porque habían publicado de ella “puras mentiras”. Tenía información, pero no era enlace ni narcotraficante, según la transcripción de la conversación telefónica. La entrevista formal no se realizó.

Rescatar el periodismo
Urge rescatar al periodismo, el que antepone los intereses de la sociedad a la que se debe, a cualesquiera otros; el que, insisto, se apega a la verdad y es responsable e independiente.
El periodismo que es "tribunal de la opinión pública" y retoma las nociones de opinión común como presión social y busca la difusión regular de todas las actividades gubernamentales como un seguro contra los abusos de poder, aun cuando no siempre funcione. El que informa a la sociedad de manera que esa sociedad tenga elementos para generar cambios en su propia vida y en su entorno.
Siempre habrá juego de intereses políticos y económicos, muy difíciles de erradicar, a pesar de que cambien las personas y los partidos; en muchos medios todavía, hay una clara proclividad hacia quienes representan el máximo poder político y el máximo poder económico y no hacia el máximo poder del público.
Y en este contexto, no puede ser sino la sociedad la que empuje un cambio en los medios y es capaz de hacerlo, de la misma forma en que fue capaz de votar por una opción que acabó con la inevitabilidad del PRI y será capaz de hacer lo que quiera en las próximas elecciones o de oponerse, con éxito, a pretendidas imposiciones como el canje de placas aquí en Jalisco.
Los radioescuchas, televidentes y lectores en México, la sociedad en México, ya no puede ser considerada menor de edad, ni por el Estado ni por los medios de comunicación; y los periodistas debemos dejar de creer y de actuar como si supiéramos lo que la gente piensa, cree y siente, cuando ni siquiera nos molestamos en preguntar, mucho menos en escuchar.

Malas noticias
Creo que la sociedad es capaz de hacerlo y creo también que hay signos alentadores en el ejercicio periodístico y en las políticas de muchos medios de comunicación, sin embargo, hay grandes resistencias y nuevos desafíos. Antes, por miedo, no se daba cuenta de la corrupción en el gobierno, de los fraudes electorales, de los excesos de los gobernantes, no se informó en su momento cómo fue realmente la matanza de estudiantes en 1968. Como espectadores vivíamos enajenados, temerosos, callados. Y como periodistas también.
Luego las ventanas de la libertad de expresión se abrieron y salimos, casi volamos hacia ella. Pero ahora el miedo, que dejamos de sentir los periodistas durante un buen tiempo, reaparece, aunque es otro el origen.
Las noticias no son buenas.
Después de la euforia de la primera vez generada por la recién estrenada libertad de expresión, después de nuestros gloriosos “gates” (toallagate, pemexgate); después del descubrimiento pues, del periodismo de investigación y de la emoción (equivocada a veces) que sentimos al ver rodar las primeras cabezas desde las altas esferas de gobierno, vuelve el miedo, una de las principales razones de que muchos periodistas no seamos cien por ciento independientes. Sí, más que el chayote, la publicidad, el favor, la prebenda e incluso, el cargo público, es el miedo el que atenta contra la independencia periodística. ¿Cuántos temas no abordamos por miedo? ¿Cuánta autocensura? ¿Y es cuestionable? La impotencia y la frustración campea en quienes ejercemos y vivimos el periodismo de manera idealista, romántica… y válida, sí.

Muchos de los que se han atrevido a investigar y a denunciar en sus notas y columnas, en sus programas de radio y de televisión, a la delincuencia organizada, a los narcotraficantes, a los invasores de terrenos, hoy están muertos o desaparecidos o lesionados; son un expediente más en la fiscalía especializada… ¿En qué? ¿Qué capo, narcotraficante, ladrón, funcionario corrupto está en la cárcel por la acción de esa fiscalía? Por cierto ¿Quién es el fiscal? ¿Cómo se llama?
En la mayoría de los medios nos concretamos a dar cuenta de los decomisos y las detenciones, de los enfrentamientos, los muertos, las ejecuciones, los descabezados y desmembrados, de las sentencias y las fugas, pero hasta ahora no se ha dado, y, la verdad, dudo que se dé, un “chapogate”, por ejemplo. ¿Quién dijo yo?
¿Quién tiene el espíritu de la periodista irlandesa, asesinada, Verónica Guerin? ¿Quién las agallas de Jesús Blancornelas, quien falleció a consecuencia de las lesiones que le dejó el atentado que sufrió nueve años antes orquestado por los Arellano Félix? ¿Quién quiere seguir los pasos de Héctor Félix “El Gato”, asesinado hace casi 20 años; o de Ramón Ortega? ¿Quién quiere dejar a su mamá, a su papá, a su mujer o a su marido, a sus hijos, con la pena y la incertidumbre de no saber si están vivos o muertos? ¿Quién quiere ser héroe o heroína?
Según Reporteros sin Fronteras, después de Irak, México es el país más peligroso para el ejercicio del periodismo… ¿Quién quiere formar parte de las estadísticas? ¿Dónde está Alfredo Jiménez? ¿Cuándo se sabrá quién mató a Amado Ramírez? ¿Quién quiere sufrir lo que sufre Francisco Arratia, columnista de Matamoros, quien fue brutalmente golpeado con una barra de hierro, le rompieron los dedos y dientes y lo quemaron con ácido? ¿O vivir la agonía de Guadalupe García tras ser acribillada al entrar en la emisora donde trabajaba en Nuevo Laredo?
Los reporteros que hoy por hoy cubren la nota policiaca e investigan las redes del narcotráfico, sus relaciones con el poder, ya sea que lo hagan por decisión propia o porque simplemente son profesionales y cumplen con una asignación ¿logran algo? ¿Valen la pena sus miedos, las amenazas, los atentados?
La muerte y desaparición de tantos periodistas a manos del narcotráfico ¿ha minado el poder de capos y cárteles? ¿ha roto sus redes? ¿ha reducido su penetración en la sociedad? ¿ha inhibido su crecimiento?
¿Nos toca hacerlo?
No somos héroes ni policías y, sin embargo, la sociedad a la que nos debemos y de la que formamos parte, está amenazada y enferma y temerosa.
Son malas noticias, pero no todo está perdido. Algo podemos hacer sin exponer nuestras vidas, para seguir haciendo.

La propuesta es: periodismo cívico. Más que para combatir el narcotráfico, para erradicar el consumo de drogas, por la educación y la generación de conciencia, por la cohesión familiar, por la estabilidad personal y contra los poderosos que manipulan a la sociedad de muchas formas para tenerla y mantenerla sometida, enajenada, perdida; contra los poderosos que no asumen su responsabilidad, que pasan como sea tres y seis años en los gobiernos sin comprometerse ni arriesgarse porque probablemente los está esperando otro puesto político; contra los poderosos que no ven, no oyen y no alzan la voz; contra los poderosos sin carácter.
Periodismo cívico a favor de la seguridad nacional, de los objetivos de la nación, del proyecto de nación al que nos toca contribuir.
Y para erradicar el consumo ¿Qué? ¿Cómo? Información, educación, generación de conciencia. Si como periodistas logramos que la gente denuncie pese a todo lo que implica; si nuestra causa es contra la violencia y la drogadicción; si decimos una y otra vez cómo los padres y los maestros pueden detectar si sus hijos consumen drogas; si exigimos respuestas a las autoridades contra el desempleo y convencemos a nuestros auditorios para que las exijan también; si promovemos el voto razonado y explicamos y abrimos los ojos y los oídos de quienes nos escuchan, nos leen y nos ven para que sepan el poder que tienen como ciudadanos, entonces estaremos cumpliendo con nuestro papel, aportaremos, haremos la diferencia y podremos aspirar a vivir mejor.
Tenemos esa responsabilidad, nos la otorga el privilegio que nos da el ingreso, prácticamente sin filtro, a todos los hogares, de una u otra forma, en papel periódico, en audios, en imágenes.
Tomás Eloy Martínez, escritor argentino y capacitador de periodistas en varios países de América Latina, dijo:
"El periodismo no es algo que uno se pone encima a la hora de ir al trabajo. Es algo que duerme con nosotros, que respira y ama con nuestras mismas vísceras y sentimientos. En el periodismo se impone una nueva ética; el periodista ya no es un agente pasivo que observa la realidad y la comunica, no una mera polea de transmisión. Lo que escribo es lo que soy y si no soy fiel a mí mismo, no puedo ser fiel a quienes me leen. El periodista está obligado, en todo tiempo, a pensar en su lector, alianza de fidelidades a su propia conciencia, al lector y a la verdad.
“Al lector se le respeta con la información precisa; el periodismo no es un circo para exhibirse, sino instrumento para pensar, crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna, más justa. A semejanza del artista, el periodista es creador de pensamiento".

También creo en el periodismo como una herramienta para lograr mejores condiciones de vida y es ése sentido el que es preciso rescatar; vale la pena remontar el largo camino ya, de desconfianza, descrédito y desprestigio.
Independientemente de lo que se avance en materia de regulación y auto- regulación, en acceso a la información y en la relación entre medios y periodistas, entre medios y sociedad, rescatar el periodismo depende de cada periodista, de su lucha incansable y cotidiana por servir a la sociedad y no al poder; de su determinación por ser independiente y responsable; de su decisión de no caer en la tentación de la nota escandalosa, amarilla, el falseo de datos, la manipulación, la imprecisión o la corrupción; de su interés por atender aquello que puede ser noticia y al mismo tiempo signifique soluciones y respuestas para amplios sectores de la sociedad o que impida el abuso de los poderosos en detrimento de los débiles.

Periodismo responsable
Hace año y medio, en el marco de la Feria Internacional del Libro, se llevó a cabo un seminario en donde el tema central era el “Periodismo responsable”. Para participar, era necesario inscribirse y los aspirantes debíamos decir qué era para nosotros el periodismo responsable. Comparto con ustedes lo que escribí entonces.
¿Periodismo responsable? Tendría que ser, simplemente, periodismo. La responsabilidad es una cualidad inherente a este oficio; tendríamos que hablar entonces de rescatar el periodismo, volver al origen.
¿Por qué ahora es una aspiración el periodismo responsable? ¿Por qué está en la mesa del debate? Por las desviaciones en el ejercicio profesional, porque se ha faltado al compromiso con la verdad, porque se ha minado la independencia… en resumidas cuentas, se ha prescindido de la ética.
Periodismo responsable es el que privilegia los intereses de la sociedad a la que se debe.
El que compromete, vigila y da seguimiento.
Periodismo responsable es también el que dedica tiempo y espacio a temas aparentemente menores pero que con frecuencia son más importantes que los escandalosos.
Entiendo el periodismo responsable como el que se ejerce con la conciencia de que el daño no se repara totalmente y, por lo tanto, se ocupa de prevenirlo; el que está comprometido con la verdad y siempre se pregunta para qué es la verdad; el que considera los derechos humanos de los acusados y busca sin descanso todas las versiones de un mismo hecho, incluida la de los directamente afectados; el que usa correctamente el idioma para defenderlo y para no dejar rendijas por donde se cuele una mala interpretación o un malentendido; el que entrega precisión y no ambigüedades. El que no editorializa géneros informativos.
El periodismo responsable es el que busca la verdad completa y así la presenta a los lectores, a los televidentes, a los radioescuchas y ahora también a los cibernautas: causas, realidad y consecuencias; el que verifica la información dos y tres veces, todas las necesarias, antes de publicarla; el que asume la verdad como el valor supremo de la profesión y sacrifica una exclusiva con tal de defender esa verdad.
El que no se vende y está plenamente consciente del poder que tiene en sus manos y lo usa, todo, en beneficio de la gente; el que sabe que también es guía.
Es el periodismo responsable el que vale en la lucha permanente por enriquecer, fortalecer y perfeccionar la democracia; el que da respuestas e intenta siempre abrir conciencias. El que invita a la sociedad a ser democráticamente responsable y la motiva a participar, a exigir, a hacer la diferencia, a informarse, a moverse, sin que esto implique decir exactamente qué y cómo.
El que no cree saber lo que la gente necesita saber y, por el contrario, pregunta, escucha, investiga, se acerca, atiende, respeta y rectifica siempre que es necesario, sin reticencias.
Es el periodismo ventana, puerta, camino, antorcha, entrada y salida, cima, razón; no el periodismo abismo, muro, prisión, cadena, sinrazón.
Es el periodismo así, sin adjetivos, el que ofrece posibilidades y un mejor futuro porque contribuye a poner en marcha el poder de la sociedad.
Hasta aquí lo que escribí entonces…

Seguimos bajo la lupa… que nadie intente atravesar con ella, un rayo de sol.

(*) Ponencia presentada en el Seminario Internacional sobre Seguridad Transnacional en el panel “Medios, seguridad nacional y narcotráfico”. El Seminario fue organizado por el Centro de Estudios sobre América del Norte (DEP-UdeG), el Cuerpo Académico Derechos Humanos y Estado de Derecho (UdeG), el Grupo de Estudios de Seguridad (Cide-Colmex) y el Colectivo de Análisis de la Seguridad con Democracia; en Guadalajara, Jalisco.