Ciudad adentro
En 15 estados de la República, el día de mañana habrá elecciones. Se trata
de mil 374 puestos de elección popular en juego, entre los que se encuentra una
gubernatura (Baja California) y una elección extraordinaria (Sonora).
La semana pasada en este mismo espacio me refería a los procesos
electorales que este domingo 7 de julio tendrán su día cumbre: la jornada
electoral, el día de los comicios, de las votaciones; y decía que aquí en
México las elecciones no son una fiesta. Por lo general no lo han sido, hace
lustros se perdió el entusiasmo. Primero, porque un solo partido ganaba de
todas, todas y los mexicanos lo sabían y lo toleraban… Y luego, porque la
alternancia llevó del paroxismo al abismo de la decepción.
Quizá hubo algo de euforia y por lo menos una nota diferente cuando las
mujeres votaron por primera vez en 1953, pero después volvió la rutina de cada
tres y de cada seis años. En la historia reciente, salvo la algarabía fingida y
obligada de los militantes y advenedizos de los diferentes partidos, sólo
recuerdo dos fechas en las que la gente se entregó a los procesos electorales
con pasión y hasta con alegría auténtica: 1988 y 2000.
Se tomaron las calles, cambió la geografía electoral y en los rostros de
muchos mexicanos había una especie de luz, esa que ilumina cuando se piensa en
que las cosas pueden cambiar, cuando se contempla de nuevo la posibilidad de la
esperanza y las miradas se pierden en el horizonte con un brillo inédito.
Pasó pronto, con todo y que ya no era un partido, el mismo partido el que
ganaba todo, ya no se llevaba el carro completo como se decía, sino que el
poder se empezó a repartir; y si bien al principio todos pensábamos en la
voluntad popular y en los organismos ciudadanos, ya no lo pensamos tanto.
Entre sueldos ofensivos, prebendas, viajes, prestaciones, bonos y otros abusos,
el entusiasmo se ha ido apagando, la euforia se ha diluido y el brillo de
esperanza en las miradas casi se extingue.
La clase política nos ha golpeado con todo y sigue haciéndolo. No hay
arrepentimiento, no hay conciencia, ni amor por México ni por los mexicanos. El
egoísmo campea; y no hay crítica ni señalamiento que valga, no hay grito que
quieran escuchar ni llanto que los conmueva; no hay juicio que les preocupe.
El país se hunde por la inseguridad, la pobreza, la simulación y la
parafernalia del show business de la
política nacional, pero para ellos, los actores de ese espectáculo barato y
criminal, estrellas millonarias y glamorosas, todo está bien y es perfecto.
Mientras México se retuerce de dolor entre las desapariciones, los niños y
adolescentes esclavizados por el crimen organizado, la violencia cotidiana, los
abusos rutinarios, el maltrato de la burocracia, la mala educación, los pésimos
servicios de salud, las calles destrozadas, los muertos, todos los muertos, los
inocentes, los que mueren en un fuego cruzado, los atropellados, los
accidentados, los atrapados por alcohol y drogas, los ejecutados porque optaron
por la delincuencia, los muertos por la negligencia en los servicios de salud;
los que estaban en el lugar equivocado; los arrepentidos; los que sabían
demasiado; los abandonados; los muertos de hambre, los muertos de miedo…
Fiesta no. No es tiempo de fiestas, el llamado de mucha gente es por la
abstención o por el voto nulo. No hay nada que celebrar y no sé este luto
cuánto va a durar.
Publicado en El Informador el sábado 6 de julio de 2013.