Ciudad adentro
LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)
Muy ad hoc con
las inundaciones y desbordamientos en el país por el abundantísimo temporal de
lluvias de este año, digamos que el Presidente de la República, para estar a
tono, también se desbordó e inundó a la nación entera con promesas, propósitos
(cualquiera estará de acuerdo con que son buenos) y anuncios que además se
suman a los planteados desde la campaña en por lo menos cinco momentos más
durante su administración, según el recuento que hiciera un columnista en El Universal a propósito del Tercer
Informe de Gobierno, bueno, del mensaje correspondiente para ser precisa.
Resulta que son más de siete decálogos, es decir,
alrededor de unos 70 (poco menos porque algunos se repiten) puntos que de
manera reiterada, claro, el titular del Ejecutivo federal se compromete a
cumplir y pues, está muy lejos de eso.
Siguiendo con la metáfora de las inundaciones, la
sensación es un poco de asfixia (o un mucho) porque ese abultamiento de
compromisos en el discurso, aplastan y saturan más que aliviar o reconfortar
porque no hay una relación congruente ni notable con la realidad que vivimos
los mexicanos.
El mandatario emite el mensaje de su Tercer Informe con
toda la parafernalia costosísima que conocemos desde hace décadas y habla con
una seguridad que pasma sobre asuntos que en realidad son temas pendientes para
la mayoría de los mexicanos; dedicó una parte del discurso a una especie de mea culpa que en términos de congruencia
y de eficiencia no significa nada porque no se ha actuado en consecuencia, son
asuntos sin resolver; la insatisfacción ciudadana al respecto persiste; no se
ha hecho justicia, al contrario; ni se ha puesto un alto a lo que se debería,
específicamente me refiero al caso de los estudiantes de Ayotzinapa,
desaparecidos; a los conflictos de interés de los que terminó auto-
absolviéndose; a los actos de corrupción que no han tenido un reflejo en
materia de desafueros o encarcelamientos; los sucesos de violencia dudosos en
cuanto a la probable participación del Estado en diferentes puntos de México,
pensemos en Tlatlaya y en Tanhuato; a la fuga del “Chapo” que sigue prófugo, y
al tema de la “casa blanca” que nos ha indignado tanto y según él lamenta en un
claro doble discurso, hipócrita y vengativo, provocador incluso, porque invitó
a la ceremonia de su mensaje nada menos que a los empresarios de Higa
directamente involucrados en el asunto de la mansión de más de 80 millones de
pesos. Reconoce que hay desconfianza pero no se avizoran acciones para
remediarla, para ganarse la confianza de los mexicanos. Eso no aparece en
ningún decálogo.
Este es un mensaje tácito que echa por tierra con una
rapidez de vendaval, las frases de cierre de su mensaje cuando habla de
“nuestra gente” y de “nuestro México que tanto queremos”. ¿Sí? Difícil de creer
cuando la realidad de pobreza, de injusticia, de desigualdad, de represión, de
ineficiencia, de ataques constantes a la libertad de expresión, de desdén de
los reclamos ciudadanos se nos viene encima y nos aplasta, nos inunda, nos
asfixia.
Desbordada la soberbia, la actitud de desquite, de abuso
de poder, la incongruencia, la hipocresía; desbordada la demagogia que critica
y la intolerancia que señala en otros (encaja perfecto aquí la parábola de la
paja y la viga) y también el populismo que hemos testificado en la otra
inundación, la de los spots y
promocionales en donde aparece vestido con atuendos indígenas y come con
mujeres de las comunidades más pobres y hasta les besa la frente. Populismo
para unas cosas y para otras, no. Desbordada la burla cuando habla de mantener
el bienestar de las familias (¿mantener? ¿de cuáles familias?).
Desbordada la desfachatez, el cinismo, la terquedad y la
postura inamovible de seguir desdeñando los señalamientos ciudadanos que no
tienen otro propósito que lograr cambios profundos a favor de esta patria
maravillosa ahogada, lacerada y esquilmada por una clase política insensible y
abusiva.
Columna publicada en El Informador el sábado 5 de septiembre de 2015.