Ciudad adentro
LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)
El gobierno municipal debería ser la forma más
eficaz, eficiente y efectiva para validar el sistema democrático, para
convencernos de que, con todo y sus defectos, es lo mejor para que las
localidades y sus comunidades funcionen armónicamente y aspiren a una calidad
de vida superior. Los ciudadanos del municipio eligen a sus representantes y
pagan sus impuestos para que se garantice la dotación de servicios y, en
general, para no entrar en cuestiones tan básicas, para que el Ayuntamiento
cumpla las obligaciones que le marca la ley, siempre en beneficio de sus
habitantes.
Debería ser así de simple, así de sencillo, sin
embargo, desde la fundación del primer ayuntamiento en México, la
administración de cada uno, ahora ya más de dos mil 445, es tan compleja que
raya en lo barroco y churrigueresco, y es, por lo tanto ineficiente, deficiente
e ineficaz y por lo mismo corrupta y negligente.
No hay personaje de la vida pública en México
que llegue con buenas intenciones a ejercer como primer munícipe, que logre
alcanzar sus objetivos 100 por ciento. Las redes de corrupción y de intereses
partidistas y personales que se han ido tejiendo a lo largo de siglos, de
décadas, difícilmente se van a destejer, aun cuando no es imposible. Para tres
años que duran las administraciones, todavía, ni para qué molestarse, no vale
la pena.
Así que se resignan (los bien intencionados,
claro) a que deberán nadar de muertitos, navegar con bandera, hacer oídos
sordos, dejar hacer, dejar pasar, que al cabo un trienio se va en un suspiro.
A esto hay que sumar la falta de recursos, las
irregularidades en todas las áreas de la administración, los intereses y la
corrupción, nada más para no ser exhaustiva, en mercados, estacionamientos y
recolección de basura. Deficiencias en el cobro del predial, manipulación de
cifras para castigar los dineros que llegan vía la Federación; y la ficción de
la autonomía municipal, como lo es también la estatal en un sistema federal que
no opera como debiera.
Centralismo, control, manipulación, corporativismo, línea,
sometimiento, falta de voluntad y de carácter, lambisconería, son sólo algunos
de los elementos que distinguen y marcan las relaciones entre munícipes y el
Ejecutivo del Estado en el que se encuentran; no se diga cuando la negociación,
la gestión o cabildeo deben hacerse en la capital del país con viáticos que se cubren
con recursos del erario público.
Y luego está la mayor o menor complejidad de cada
municipio dependiendo de su ubicación, número de habitantes, carencias,
rezagos, partidos en el gobierno, alternancia, relación con los gobiernos
federal y estatal si es que se trata de funcionarios provenientes de partidos
distintos y hasta dependiendo del fuego amigo y su intensidad; porque pasa que
aun cuando sean del mismo partido, el munícipe y el gobernador, el segundo no
deja operar al primero porque no le da la gana en función de intereses de
grupo, pero nunca, nunca, con relación a los gobernados.
Esta es una aproximación apenas superficial a
la que es preciso agregar herencias perversas desde la Colonia, negligencia,
claudicación, accidentes, catástrofes y calamidades diversas que empeoran las
realidades.
Los dos mil 445 municipios que conforman este
país, cómo células básicas de la organización política de una República
federal, deberían ser el espacio más protegido y más cuidado en el concierto
nacional, con la voluntad y los marcos legales necesarios que deberían proveer
un Gobierno federal consciente y responsable; y uno estatal, igual, porque es
ahí en donde, en principio, se gestan y desarrollan triunfos y derrotas
electorales, manifestaciones, revoluciones, cambios; en donde se tejen los
destinos de sus habitantes, en donde tiene lugar su vida cotidiana y se
registran los índices más altos o más bajos de satisfacción.
Los últimos informes de los presidentes
municipales de la zona metropolitana de Guadalajara que están a menos de un mes
de dejar el cargo, son la muestra clara de que los ayuntamientos no son sino
unidades burocráticas más que administrativas en las que se hace gala de
mediocridad y/o corrupción y en las que pronto se abandonan las buenas
intenciones (si es que algún día las hubo) porque el sistema, ese de redes que
se ha ido tejiendo durante siglos, prácticamente ha desaparecido cualquier
margen de maniobra a favor de la sociedad y los ediles terminan cruzados de
brazos. Algo bueno han de haber hecho, pero no es suficiente, nunca será
suficiente y los ciudadanos no tenemos por qué conformarnos.
Es una desgracia municipal, no tendría que ser
así, a ver si los que pronto tomarán posesión logran romper el patrón y
erradicar inercias, herencias perversas, negligencia y corrupción. A ver.
Columna publicada en El Informador el sábado 12 de septiembre de 2015.