miércoles, 16 de diciembre de 2015

Ayotzinapa, entre el cansancio y la impunidad

Ciudad adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Hay quienes dicen, sobre todo extranjeros, que en México no hay cambios profundos y de largo aliento porque nos cansamos muy pronto de las diferentes causas. Nos lanzamos a las calles, ahora inundamos las redes sociales con manifestaciones de todo tipo, pero la falta de respuestas de la autoridad, una cuestión sistemática, por lo demás, va logrando que la gente se canse, se agote y termine doblando las manos.
Casi podría decir que a eso le apuestan los gobiernos, sea el federal, los estatales o los municipales en los casos que les corresponden: a que la gente se harte de la falta de respuestas sobre todo cuando su insistencia implica un gran desgaste en todas las áreas: emocional, económico, familiar… Llegará el día en que, dada la poca efectividad de sus protestas, decidan mejor regresar a sus casas, llorar a sus muertos y, además del dolor, cargar con la rabia y la impotencia por el desdén que hacia sus causas mostró el gobierno, la autoridad.
¿Cuánto tiempo dura vigente un caso en México? Un ejemplo es el movimiento #YoSoy132 que parecía que había surgido para no desaparecer, sino para crecer, pero no fue así, prácticamente se perdió (no del todo y es una buena noticia) y el activismo que prometía fue cooptado por el mismo gobierno, por grupos advenedizos y por la misma falta de seguimiento de la sociedad en su conjunto que al principio le otorgó un apoyo multitudinario y esperanzador. Claro que esto ha sido producto de análisis más profundos pero se puede concluir que sí, efectivamente es un ejemplo de cansancio. Particularmente con relación a este asunto vinculado a las elecciones del año 2012 y a la demanda de democratización de los medios, no había un reclamo de impunidad involucrado, bueno, no del tipo de la impunidad que hasta la fecha campea por los hechos de Atenco, Aguas Blancas, Tlatelolco y tantos, sobre los que, hasta el día de hoy persisten las cuentas pendientes.
Quisiera pensar que Ayotzinapa y la desaparición de los 43 normalistas es un caso diferente, es decir, que no desaparecerá por obra y gracia del cansancio que la falta de atención de las autoridades provoca: falta de atención más falta de justicia, de verdad, de honestidad, de claridad…
Nada de esto será suficiente para cansar a los padres y a un amplio sector de la sociedad mexicana, porque, precisamente y de manera lamentable, se suma a una larga lista de impunidades que se han ido acumulando por la ineficiencia y omisión, por la corrupción del sistema político mexicano que se reproduce, regenera y degenera cada trienio y cada sexenio desde hace décadas, incluyendo los años de la dizque alternancia.
No será suficiente porque simboliza otras luchas, otros asuntos pendientes sobre los que la sociedad mexicana exige la reparación del daño en la medida de lo posible y, sobre todo, para que no se repitan casos así.
No será suficiente —aunque ciertamente queda en el terreno de los deseos y las esperanzas— porque en un mundo globalizado en el que intervienen instancias internacionales para la defensa de los derechos humanos, no será tan fácil. Y lo que ahora son claras evidencias de negligencia, contubernio, complicidades, omisiones, errores y fallas imperdonables, más tarde o más temprano se revertirán sobre quienes las han cometido y/o permitido.
Todo esto es porque esta semana el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, el GIEI, emitió un nuevo dictamen: “no hubo incendio en el basurero de Cocula”.

Una mentira más, una pista falsa más, otra falla imperdonable que seguramente, si es que había signos de cansancio en los padres, eliminará cualquier intento de abandono de la causa. Es una inyección de energía para mantener las demandas, las exigencias de justicia y contra la impunidad. Si la estrategia es que los deudos se cansen, parece que ahora no les está resultando.

Columna publicada en El Informador el sábado 12 de diciembre de 2015