domingo, 5 de junio de 2016

El sentido de las elecciones

Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Mañana es un día diferente para la mitad de los electores de este país porque se espera que salgan a votar en 13 entidades federativas por 12 gobernadores y servidores públicos para más de mil 400 cargos entre regidurías y diputaciones, incluyendo a los que serán los legisladores del Congreso constituyente de la Ciudad de México.
La historia de cada tres años se repite, puntualmente programada y diseñada, con algunos cambios, si acaso, una disminución (esto es progresivo) del nivel en las campañas de los candidatos y un aumento impresionante en los costos de los procesos que se duplicaron con respecto al multimillonario gasto de hace seis años, considerando que se trata de elecciones para gobernador. Este año, el Instituto Nacional Electoral dispuso de un presupuesto que no se termina de ejercer, falta la jornada electoral de mañana y otros gastos asociados, de ocho mil 520 millones de pesos.
Para las carencias que enfrentamos en México, urgentes todas, se trata de una cantidad estratosférica que, pese a la oposición de diferentes organizaciones de la sociedad civil y de la misma ciudadanía, lejos de reducirse en aras de la austeridad y de la atención de áreas prioritarias en México como el abatimiento de la pobreza, aumenta de manera exponencial y grotesca.
Ocho mil 520 millones para el sostenimiento de un aparato electoral con sus respectivas jornadas, que poco o nada abona a la democracia en México. Todo el tinglado político electoral, la parafernalia electorera, el discurso bofo de la fiesta cívica y de la participación ciudadana son la farsa que se reitera cada tres y cada seis años, sin un resultado que represente mejora o beneficio para los votantes.
Es increíble que un político polémico y ahora con mala fama comente y escriba que la democracia en México es incipiente y se atreva a identificar como los tres más grandes problemas en el país la corrupción, la impunidad y el crimen organizado. Y digo increíble no porque no tenga razón, sino porque mientras ocupó cargos en la Cámara de Diputados y en el Senado, lejos de hacer algo para combatirlos, muy lejos, se integró al sistema pervertido de la política mexicana con una armonía asombrosa. Ahora, desde la opulencia, cómodamente, critica lo que no fue capaz de por lo menos intentar resolver porque los intereses personales estaban primero.
Y del otro lado, un funcionario de primer nivel se atreve a decir y hasta con tono de escándalo, que estas elecciones han sido las más despiadadas, que los partidos se extralimitaron (claro que no menciona al que él pertenece, el mentor, maestro y guía de todos los demás), que él no entiende así la democracia… El día que cerraron las campañas el secretario habló en estos términos y deja en claro o que vive en otro país o que cree que todos los mexicanos somos estúpidos.
Una vez más, y no me cansaré de repetirlo, se vuelve a convocar a la ciudadanía a que acuda a las urnas, a una ciudadanía cada día más harta y cansada; más desalentada y apática, porque votar no sirve de nada; y si además se participa activamente de manera individual o colectiva, organizada o no, tampoco sirve de nada. Esto es lo que tiene que cambiar.
Las elecciones deberían servir para algo. Para que lleguen al poder mexicanos dispuestos a servir a la sociedad que los eligió, para resolver problemas, para impulsar estrategias efectivas y transparentes, para desempeñarse con honestidad y autenticidad, para corresponder al pueblo que paga impuestos y trabaja sin parar. Para ese pueblo que ya no es tan fácil engañar.
Deberían tener otro sentido, uno diferente al de simplemente mantener un sistema del que se sirven con la cuchara grande unos pocos privilegiados, sentados sobre la base de una burocracia ineficiente y conformista, abusada y abusiva.
Deberían servir para renovar cuadros, para que las nuevas generaciones de políticos diseñen políticas públicas que permanezcan vigentes, tanto como sea necesario, de manera que se avance en las áreas con mayores rezagos. Para dejar atrás los últimos lugares en educación y los primeros en corrupción. Tendrían que ganar las elecciones políticos que con sus conductas y decisiones propicien estos cambios. Sé que suena utópico, iluso, casi imposible, pero no podemos ni debemos dejar de pensarlo, de desearlo, de soñarlo, a fuerza de insistir tal vez, algún día…

Columna publicada en El Informador el sábado 4 de junio de 2016.