domingo, 9 de octubre de 2016

La primera piedra

Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Sobre la corrupción, el Presidente Peña Nieto dijo primero, hace tiempo, que era una cuestión cultural, a manera de justificación; y apenas esta semana, el miércoles, salió con que nadie puede aventar la primera piedra y “todos somos parte de un modelo que hoy estamos desterrando y desando cambiar, para beneficio de una sociedad que es más exigente y que se impone nuevos paradigmas”.
Perdón pero ¿qué dijo? Bueno, primero que todo, se incluyó y segundo, quién sabe, hablar de “paradigmas” suena muy moderno e innovador aunque ni siquiera se tenga idea de qué significa (es muy común de hecho). Y pregunto porque antes del beneficio y los paradigmas había expresado lo siguiente: “Porque este tema que tanto lacera, la corrupción, está en todos los órdenes de la sociedad y en todos los ámbitos”. No puedo más que lamentar profundamente este discurso del Presidente de México, una vez más suena a justificación y no realmente para combatir la corrupción, sino para mantenerla, como para seguir practicándola, al cabo en este país nadie puede tirar la primera piedra.
Hay análisis serios y profundos sobre la corrupción en México; está documentada la corrupción durante el dominio español por ejemplo y antes, en los reinos prehispánicos, el mexica a la cabeza. Hay quienes apuntan que se trata de una combinación de dos modelos y los mexicanos somos los herederos, por eso, desde cuándo, se afirma “la corrupción somos todos”.
Por un lado, el león cree que todos son de su condición, es cierto. Este refrán no hace sino reflejar los niveles inconmensurables de ceguera, de debilidad, de soberbia y de estulticia. No es así y no somos así. No todos y, ciertamente, entre 120 millones de habitantes, no la mayoría. 
El discurso de Peña esta semana, accesible en internet para quien desee consultarlo (discurso), deja ese sabor de boca, de justificación y falta de voluntad, de derrota y de resignación. Terrible. Y por otro ¿no debería ser la clase política, empezando por el primer mandatario, la que ponga el ejemplo de probidad y no de corrupción? 
Dicho sea de paso, desde hace varios días, desde el informe de hecho, hay un componente pertinaz en las diversas intervenciones del mandatario: “lo bueno casi no cuenta, pero cuenta mucho”. Es el lema o slogan principal de los spots del último informe de gobierno. Memes, bromas y caricaturas no se han hecho esperar. En lo personal creí que no pasaría de ahí, pero cuando habló con los deportistas paralímpicos, se refirió a quienes hubieran querido que la delegación mexicana fracasara nada más criticar (fue su lectura, dijo); y justo en la semana de la transparencia, en donde pasó a cortarnos con las mismas tijeras a todos los mexicanos, remarcó que no se regateara lo que sí se ha logrado en la materia durante su administración. Al ras de la obsesión.
Sus asesores no le están haciendo ningún favor. Y con tales niveles de impopularidad; con la demanda reiterada de que renuncie; con la molestia por los gasolinazos, la inflación manipulada, el desempleo y el empleo precario; la invitación a Trump, la información sobre la deuda que crece, la relativa al paquete económico que parece elaborado por nuestros enemigos según varias referencias y opiniones de expertos y la amenaza de una crisis de fin de sexenio que parece la impronta de los priistas; la renuencia a promover un incremento salarial que verdaderamente incentive el mercado interno y abata la profunda, endémica y sistemática desigualdad que padecemos en México; la reforma educativa que no es y la represión a diversos grupos inconformes con políticas y decisiones, con “lecturas” erróneas y un desdén mayúsculo por todo lo ciudadano, con todo esto, ese discurso justificador no sirve de nada, es más, sirve pero para profundizar la cavernosa brecha entre los mexicanos y su máximo representante, porque al remarcar que se regatea, que lo bueno no se cuenta y que hasta se hubiera deseado que los deportistas mexicanos perdieran, el reclamo reiterado a la sociedad, a los mexicanos, es tácito pero expreso.

No hay el más leve asomo de reconciliación, de aceptación mucho menos de rectificación. Y claro, todos estamos mal. Es un desastre y una desgracia. El sentimiento de impotencia cunde y hasta parece que puedo ver miles de manos preparando el primer lanzamiento.

Columna publicada en El Informador el sábado 1 de octubre de 2016.