jueves, 18 de agosto de 2022

Alcalde: faro y brújula

Continuum 

Laura Castro Golarte

Justo hoy se cumplen 230 años del fallecimiento de fray Antonio Alcalde y Barriga, quien fuera el vigésimo segundo obispo de Guadalajara. Un personaje del que no dejaremos de hablar mientras persistan, como es y como ha sido, sus obras más grandes y su ejemplo. La brújula que orienta y el faro que ilumina, con todas las connotaciones posibles. 
        He tenido el gusto y el privilegio de conocer la historia de fray Antonio Alcalde desde hace mucho tiempo y, aún ahora, no deja de sorprenderme. Hace 30 años, cuando se cumplieron 200 de su muerte y la ciudad y sus instituciones civiles se volcaron en homenajes y festejos, salieron a la luz noticias e interpretaciones que contribuyeron a conocer y comprender mejor la personalidad del fraile de la calavera. 
Retrato de fray Antonio Alcalde y Barriga en el Museo Nacional de la Escultura, Valladolid, España.

En aquella ocasión, tuve la oportunidad de entrevistar al Dr. Carlos Ramírez Esparza, de feliz memoria, quien se dedicó, motu proprio, a estudiar la vida y la obra de Alcalde. Él tenía una idea muy clara de por qué Alcalde era como era, por qué la persistencia, la fortaleza, la longevidad y la determinación para hacer las cosas. Según el Dr. Ramírez Esparza no fue casualidad que el dominico derramara toda su bondad y generosidad sobre los tapatíos; en gran medida, decía, fue producto del medio ambiente en el que se formó y que le imprimió a su personalidad características muy especiales; su longevidad por ejemplo, herencia genética, permitió que ya siendo un anciano continuara los últimos 21 años de su vida trabajando con una gran lucidez a favor de los pobres, las mujeres desamparadas, la humanidad doliente y la educación de los jóvenes. 
    Además de la longevidad (cuando murió tenía 91 años cumplidos), otras características especiales fueron la orden a la que perteneció: la de Santo Domingo; y la tierra donde nació: Castilla, una región que se conoce como “tierra de cantos (piedras) y santos”: inhóspita, fría, pedregosa, árida… y el hombre no es sino producto del medio ambiente que lo rodea. Esa tierra, afirmaba el Dr. Ramírez Esparza, hizo a Antonio Alcalde un hombre fuerte, capaz de luchar contra la naturaleza, pero también lo hizo un hombre místico: “en esa tierra no se puede ser incrédulo”. Propio de la orden es también la educación y la fundación de universidades, así como la austeridad, la sencillez que cautivaron al rey Carlos III y por eso fue a dar a la Nueva España con 60 años de edad. 
    Hay por lo menos dos aspectos de los que me enteré hace más o menos un año y son a los que me refiero cuando hablo de sorpresas y que confirman el parangón con el faro y la brújula. Determinación, claridad, humildad. Uno, es que Alcalde se lanzó a la construcción del Santuario de Guadalupe sin el permiso del rey. Prefirió que el asunto se dirimiera cuando las obras estaban avanzadas porque, de otra manera, no empezarían ni siquiera o quedarían inconclusas; cabe decir que el asunto no pasó a mayores porque Alcalde destinó recursos para esta obra. 
    Y el otro es que, según el testimonio de Agustín José Mariano del Río de Loza, su contemporáneo, Alcalde respetaba de tal manera a las personas que estaban a su servicio, que prefería quedarse sin comer, que despertar al cocinero. 
    Se habla siempre de que Alcalde es ejemplo, por su vida y su obra, por sus dotes de administrador y su visión para atender problemas; por sus gestiones y su habilidad para conciliar posturas distintas y diferencias que parecían insalvables. Por su grandeza, su sabiduría y su humildad. Es cierto, fue lo que fue y todavía, a 230 años, faro y brújula.

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Periodista, doctora en Historia, docente en ITESO.

Correo electrónico: lauracastro05@gmail.com

Esta columna se publicó en el Semanario de la Arquidiócesis de Guadalajara el domingo 7 de agosto de 2022.