Laura Castro Golarte
Justo hoy se cumplen 230 años del fallecimiento de fray Antonio Alcalde y Barriga, quien fuera el vigésimo segundo obispo de Guadalajara. Un personaje del que no dejaremos de hablar mientras persistan, como es y como ha sido, sus obras más grandes y su ejemplo. La brújula que orienta y el faro que ilumina, con todas las connotaciones posibles.
He tenido el gusto y el privilegio de conocer la historia de fray Antonio Alcalde desde hace mucho tiempo y, aún ahora, no deja de sorprenderme. Hace 30 años, cuando se cumplieron 200 de su muerte y la ciudad y sus instituciones civiles se volcaron en homenajes y festejos, salieron a la luz noticias e interpretaciones que contribuyeron a conocer y comprender mejor la personalidad del fraile de la calavera.
Retrato de fray Antonio Alcalde y Barriga en el Museo Nacional de la Escultura, Valladolid, España. |
En aquella ocasión, tuve la oportunidad de entrevistar al Dr. Carlos Ramírez Esparza, de feliz memoria, quien se dedicó, motu proprio, a estudiar la vida y la obra de Alcalde. Él tenía una idea muy clara de por qué Alcalde era como era, por qué la persistencia, la fortaleza, la longevidad y la determinación para hacer las cosas. Según el Dr. Ramírez Esparza no fue casualidad que el dominico derramara toda su bondad y generosidad sobre los tapatíos; en gran medida, decía, fue producto del medio ambiente en el que se formó y que le imprimió a su personalidad características muy especiales; su longevidad por ejemplo, herencia genética, permitió que ya siendo un anciano continuara los últimos 21 años de su vida trabajando con una gran lucidez a favor de los pobres, las mujeres desamparadas, la humanidad doliente y la educación de los jóvenes.
Además de la longevidad (cuando murió tenía 91 años cumplidos), otras características especiales fueron la orden a la que perteneció: la de Santo Domingo; y la tierra donde nació: Castilla, una región que se conoce como “tierra de cantos (piedras) y santos”: inhóspita, fría, pedregosa, árida… y el hombre no es sino producto del medio ambiente que lo rodea. Esa tierra, afirmaba el Dr. Ramírez Esparza, hizo a Antonio Alcalde un hombre fuerte, capaz de luchar contra la naturaleza, pero también lo hizo un hombre místico: “en esa tierra no se puede ser incrédulo”. Propio de la orden es también la educación y la fundación de universidades, así como la austeridad, la sencillez que cautivaron al rey Carlos III y por eso fue a dar a la Nueva España con 60 años de edad.
Hay por lo menos dos aspectos de los que me enteré hace más o menos un año y son a los que me refiero cuando hablo de sorpresas y que confirman el parangón con el faro y la brújula. Determinación, claridad, humildad. Uno, es que Alcalde se lanzó a la construcción del Santuario de Guadalupe sin el permiso del rey. Prefirió que el asunto se dirimiera cuando las obras estaban avanzadas porque, de otra manera, no empezarían ni siquiera o quedarían inconclusas; cabe decir que el asunto no pasó a mayores porque Alcalde destinó recursos para esta obra.
Y el otro es que, según el testimonio de Agustín José Mariano del Río de Loza, su contemporáneo, Alcalde respetaba de tal manera a las personas que estaban a su servicio, que prefería quedarse sin comer, que despertar al cocinero.
Se habla siempre de que Alcalde es ejemplo, por su vida y su obra, por sus dotes de administrador y su visión para atender problemas; por sus gestiones y su habilidad para conciliar posturas distintas y diferencias que parecían insalvables. Por su grandeza, su sabiduría y su humildad. Es cierto, fue lo que fue y todavía, a 230 años, faro y brújula.
_______________________
Periodista, doctora en Historia, docente en ITESO.
Correo electrónico: lauracastro05@gmail.com
Esta columna se publicó en el Semanario de la Arquidiócesis de Guadalajara el domingo 7 de agosto de 2022.