Ciudad
Adentro
A
estas alturas me imagino que los lectores estarán perfectamente enterados de lo
sucedido en Culiacán, de las decisiones del gobierno y de las reacciones de
políticos, opinólogos y ciudadanos de a pie. En lo personal, desde las primeras
noticias, cuando no se sabía con exactitud qué pasaba y después, conforme fue
fluyendo la información, lo primero que pensé fue que debía estar atenta a las
comunicaciones y esperar a que se asentaran las aguas, un poco, por lo menos un
poco, para empezar a valorar y sacar conclusiones.
Saber,
sin confirmación, que era probable que Ovidio Guzmán hubiera sido liberado
“para pacificar a Culiacán” no me dejó nada tranquila, pero mantuve mi decisión
de esperar y no adelantar juicios.
Es
difícil valorar una situación de esta magnitud en un entorno tan dividido y
enrarecido al que contribuyen dos expresidentes que lejos de aportar, ensucian
y dañan, dos expresidentes, por cierto, que sí abonaron a la escalada de
violencia y permitieron con sus omisiones que la organización criminal de
Sinaloa creciera a los niveles que conocemos ahora. Desoír a estos dos
individuos tan perjudiciales es una buena decisión para buscar, en cambio,
puntos de apoyo que permitan valorar en la dimensión más precisa lo que pasa y
no abrir la puerta por ningún motivo a la manipulación mediática, partidista y
en muchos casos cínica y mezquina que deja en evidencia, sobre todo, que no hay
amor por México sino intereses, fobias y conveniencias.
He
citado en otras ocasiones en este espacio a Edgardo Buscaglia, un experto en
seguridad nacional y zonas en conflicto y postconflicto, quien ha advertido
públicamente, desde hace años, sobre la existencia de un pacto de impunidad,
entre partidos y cárteles. Tuve la oportunidad de escuchar las entrevistas que
le hizo Carmen Aristegui, tanto en CNN como en su noticiero de radio, y me
sorprendió sobremanera porque ha sido crítico feroz del gobierno de López
Obrador.
Coincido
con su postura: de entrada, reconoció que el Gobierno federal, como no lo
hicieron ni Felipe Calderón ni Peña Nieto, decidiera entrar “a la cueva del
león” de una de las cinco organizaciones criminales más poderosas del mundo con
presencia en 81 países y miles de alianzas dentro y fuera de México que
incluyen a empresarios, políticos, sindicatos y “pantallas de sociedad civil”. El
mismo Buscaglia recordó que ha llamado la atención sobre este tema desde 2006.
Recomiendo que escuchen las entrevistas porque el especialista ofrece
información que nos puede permitir hacer juicios más informados y no surgidos
de la ignorancia y de la manipulación que les resulta tan efectiva a quienes se
resisten a minar este poderío.
Cuatro
cosas quiero rescatar aquí de esa entrevista: la primera es que, en su opinión,
fue buena la decisión de liberar al detenido para proteger a la población civil
de Culiacán. Es lo que se hace en estas circunstancias; habló de un cordón
sanitario (tampoco creyó, como muchos, que fuera un operativo de rutina y que
fuera casualidad el hallazgo del capo); la segunda es que si bien calificó la
acción del Gobierno federal como “amateur”, reconoció que se hiciera el
intento; tercera: la lista de estrategias que se pueden y deben emprender,
probadas en 67 países, entre ellos Brasil y Uruguay, para contener al crimen
organizado vía el control patrimonial de los grupos del crimen organizado,
sobre todo si son tan poderosos como este con una organización horizontal que
dificulta seriamente su combate dada la flexibilidad que los convierte casi en
invisibles, según dijo; y cuarta, la necesidad de que en estas circunstancias
no se politicen las decisiones ni las acciones; habló de la pertinencia de que
nos mantengamos unidos y de otorgar al Gobierno federal el beneficio de la
duda.
Realmente,
los mexicanos de a pie que hacemos nuestras vidas cotidianamente con obstáculos
mayores o menores, más o menos graves, insalvables a veces, otras no; más o
menos intensos, que vamos resolviendo el día a día con trabajo y esfuerzo, no
tenemos idea clara de la realidad de organizaciones criminales de esa magnitud.
Para muchos es fácil, desde una posición cómoda y sin riesgos, juzgar
severamente.
El
llamado aquí es a valorar que hubo valentía, decisiones a favor de la vida de
inocentes; que se están intentando acciones cuando antes no se hizo nada, al
contrario, se formó parte o se alentó. Incluso se reconocieron —como nunca—
errores de planeación. Y el llamado también es a exigir que desde el Gobierno
federal se tomen en cuenta las acciones que con éxito se han emprendido en
otras partes del mundo, hay caminos ya recorridos; se puede aprender de otras
experiencias.
Hoy
más que nunca es tiempo de cerrar filas. Lo menos que necesitamos en este
momento es permanecer divididos, enfrentados. La fuerza de un pueblo unido
presiona, empuja, obliga... Es hora y es urgente.
Columna publicada en El Informador el sábado 19 de octubre de 2019.