Ciudad Adentro
LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)
He escrito y hasta le he dedicado columnas a Porfirio Muñoz Ledo, un político mexicano para la historia a quien, más allá de que me gritara y casi me fracturara el pie en un incidente desagradabilísimo en la campaña presidencial del año 2000, le reconozco su cultura, su pericia parlamentaria, su sentido de la diplomacia, su calidad de orador, su conducción impecable como representante de México en escenarios y organismos internacionales y sí, también su amor por México.
Hace poco menos de un año, el 7 de septiembre para ser más precisa, le dediqué una columna porque renunció a la presidencia de la mesa directiva en la Cámara de Diputados, en un ejercicio de congruencia y de cálculo político con el propósito de sumar y no de restar, digo, para resumirlo.
Sin embargo, en este ejercicio pleno de su libertad de
expresión y de la crítica feroz que lo caracteriza, cuando hay que hacerlo, ha
estado señalando desde hace semanas lo que considera errores e inconsistencias
o, de plano, malas decisiones, del Presidente Andrés Manuel López Obrador, a
pesar de formar parte del partido que llevó al primer mandatario al poder,
después de sucesivas salidas y entradas de por lo menos cuatro partidos, una
agrupación y una alianza política.
Ahora lo traigo otra vez a colación, como diría mi
mamá, porque, sin regateos, al contrario, reconoció la calidad del discurso del
Presidente de México en la reunión que esta semana se llevó al cabo en
Washington, entre López Obrador y Donald Trump. Para opinar sobre cuestiones
diplomáticas, discursos y relaciones exteriores, Muñoz Ledo es autoridad, sí.
¿Qué dijo? Entre otras cuestiones, que con el discurso
AMLO “se volvió a poner la banda presidencial”. Que tanto el discurso como la
visita fueron “una proeza diplomática” porque Trump dijo lo que debía y el
mandatario mexicano, lo que piensa. Y precisó: López Obrador “no habló como
líder de un partido político y tomó una línea que todos esperábamos, no de
polarización, sino de unidad nacional” y enseguida: “puedo decir que es el
discurso más completo y esclarecedor que he oído de un Presidente de México en
Estados Unidos, no perdió ni un momento la compostura, desarrolló muy bien la
situación económica y luego fue al fondo de las cosas, habló de agravios
históricos que es un tema muy importante, no es una frase diplomática”.
Esta reacción y la de un crítico desde siempre, Carlos
Salazar Lomelín, líder del Consejo Coordinador Empresarial, CCE, a favor de la
visita y del discurso, con un llamado/compromiso a la unidad nacional, me
parecen noticias alentadoras para empezar a difuminar las divisiones que nos
han marcado a los mexicanos los últimos años.
Por supuesto, más allá de estas reacciones o de mi propia lectura que enseguida compartiré, creo que es un discurso para leer con detenimiento y hasta para archivar y refrescar la memoria, si es que, de pronto, resulta necesario (no encontré la versión estenográfica pero aquí está el video, empieza en el minuto 17:
El discurso me pareció muy bien construido, con
información histórica precisa para la ocasión; con mensajes políticos
bilaterales inteligentes y hasta, puedo decir, calculados y calculadores; con
el reconocimiento pleno al trabajo y las aportaciones de la comunidad
mexicano-estadounidense que calcula en 38 millones de personas; con la claridad
de que la relación es institucional y no partidista (esto, al referirse tanto a
un presidente republicano como a un demócrata); con agradecimientos sí,
particularmente por el apoyo en la estrategia petrolera de hace unas semanas y
el envío de ventiladores para la atención de la emergencia por COVID-19, y
también con un lenguaje asertivo con miras a lo que podría ser un cambio en el
discurso de Trump al calor de una campaña política que está por entrar en la
recta final en Estados Unidos, cuando dijo que el trato del presidente del
vecino del Norte hacia los paisanos mexicanos es cada vez más respetuoso.
Creo que no perdió detalle ni ocasión para decir lo
que había que decir y que los dos, contra todo pronóstico, guardaron las formas
y los protocolos que se reclaman a dos mandatarios en este tipo de encuentros.
No era un espacio para la confrontación ni para el
reclamo, sino para la confirmación de acuerdos y coincidencias, desde una
plataforma institucional, enfocados cada uno en sus respectivas naciones,
pragmáticos sí, con una clara idea de ganar-ganar aquí y allá.
Por supuesto, el encuentro es mucho más que un
discurso, detrás hay un trabajo impresionante de los equipos diplomáticos,
negociaciones, documentos, acuerdos, proyecciones a futuro, cálculos políticos claro
está, pero el discurso es más que eso: la representación de un proyecto, de
propósitos y metas, de mensajes escritos y no, de posturas y determinaciones,
de la manifestación de límites y del reconocimiento de hechos incuestionables.