miércoles, 12 de agosto de 2020

Escribir desde el encierro

Me ha gustado mucho impartir la materia de Géneros Periodísticos, lo hice por primera vez en el Tec de Monterrey, Campus Guadalajara; y más recientemente en la Escuela de Escritores, SOGEM Guadalajara. Me gusta porque me actualizo, me mantengo al día en tendencias periodísticas y puedo compartir mi experiencia de casi 37 años, los cumpliré en diciembre, pero lo que más disfruto y me llena, es ver el resultado de un curso con los trabajos de los alumnos. Presento hoy el texto de Valeria Durán sobre el Valle de Guadalupe, un lugar que ya quería conocer, pero con el trabajo de Valeria se me antojó mucho más. Algún día.


La región vitivinícola del Valle de Guadalupe

Entre el mar y el desierto, un paraíso

Valeria Durán

 

                                      


En menos de un año visité, tres veces, el territorio de Baja California, desde el norte hasta el sur, y no deja de admirarme la belleza de la región, la calidez de su gente y la inmensidad de México, que se hace presente en este brazo de tierra. Parece increíble que estando bordeado por mar casi en su totalidad, 70 % del ecosistema de la península sea desértico, y que, justo allí, en la región más noroeste del estado, entre los municipios de Tecate y Ensenada, se encuentre el Valle de Guadalupe, espacio vitivinícola fundamental donde se produce cerca del 90 % del vino nacional.

El  Valle  de  Guadalupe  forma  parte  de  la  llamada  Ruta  del  Vino  de  Baja    California,  que  se  extiende  en   un       corredor  discontinuo  que  va  de  norte  a  sur y    atraviesa  los  municipios  de      Tecate,  Tijuana  y  Ensenada. Se compone  de ocho  valles:  Tijuana,  Tecate, Guadalupe, El Tule,   Ojos   Negros,   Uruapan, Santo Tomás y San Vicente, donde la vista no alcanza a contemplar el final de las casi cuatro mil hectáreas de tierra cobriza sembradas con vides a uno y otro lado de la carretera o la cantidad de viñedos camuflados espectacularmente en el área que abarca el corredor; una cosa es leer el numero y otra muy diferente estar parado allí.

En este marco, emerge  un  nuevo  turismo  llamado  “alternativo”,  en el cual se  ubica  al  turismo  cultural,  rural,  agroturismo  y  enoturismo,  que  enarbola  prácticas  más  respetuosas  con  el  entorno  y  muestra  mayor interés  por  la  cultura, la  gastronomía, las  tradiciones locales y  el  vino.

La  Ruta del  Vino  es,  por tanto, una  experiencia   que encanta los sentidos, además, permite  apoyar  económica,  social  y  culturalmente al sector agrícola. Sin embargo, hay que reconocer, que aún así, las grandes diferencias socioculturales siguen siendo ostensibles en el área.


                             



La actividad vitivinícola surgió a  principios  del  siglo  XVIII, cuando, con  la  encomienda  de  evangelizar  las  nuevas tierras, los  jesuitas comenzaron  la  construcción  de  misiones  en  Baja  California. Una vez instalados, desarrollaron en el valle la ocupación que habían realizado por más de dos siglos, la producción del vino, iniciando  así la  vitivinicultura  en  la región. 

Tras  la expulsión de los jesuitas en  1767,  los  dominicos  continuaron  con las  labores  inconclusas,  administraron  las  misiones  ya  edificadas  e  incluso, entre 1780 y 1840, construyeron  otras  nueve  misiones, de  las  cuales  tres  se  cimentaron  en  la zona  que  hoy  es  conocida  como  La  Ruta  del  Vino:  la  Misión  de  San  Vicente Ferrer  en  el  Valle  de  San  Vicente;  la  de  Santo  Tomás de  Aquino,  fundada  por  el  padre  Fray  José  Loriente  en  el  Valle  de  Santo  Tomás y;  la  de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe, en el Valle de Guadalupe.

El  lugar  donde  se  construían  las  misiones  debía  reunir  tres condiciones:  tener  suficiente  agua,  estar  cerca  de  una  o  más  localidades indígenas    y  tener  acceso  terrestre  a  otra  misión  ya  establecida.  En  1760  por  lo menos  había  cinco  misiones  en  Baja  California   en  las  que  se  producía  vino, principalmente para consagrar, una de las tareas propias de los sacerdotes con el propósito añadido de evangelizar.

En  1857,  Loreto  Amador  compró  al  Gobierno      federal los terrenos misionales del rancho Los Dolores,   allí,   se  ubicaba  la  Misión  de  Santo     Tomás  de  Aquino  que había sido abandonada  en  1849.  Amador adquirió  la  propiedad  solicitando  un  crédito  a  los  señores  Francisco  Andonaegui  y  Miguel  Ormart. 

Poco  después,  en  1885,  Andonaegui  promovió  un  juicio contra  los  herederos  de  Amador  y  tres  años  después,   en  1888,  Andonaegui  y Ormart  fundaron  oficialmente  la  primera  vinícola  de  Baja  California:  Bodegas  de     Santo  Tomás.  Con  esto  comenzó,  incipientemente  aún,  el  desarrollo  de  la  industria  vitivinícola  en  la península.

Otro  suceso  que  inevitablemente  incorporó  valor  cultural  a  la  actual  Ruta  del  Vino,  fue  la llegada  de  los  rusos  al  Valle    de  Guadalupe. Con  la  entrada  en  vigor  de  las leyes  de desamortización  de  1859  que  permitían  la  venta  de  terrenos  baldíos  en  Baja  California  para  su colonización,  numerosos  extranjeros  de  todo  el   mundo  llegaron  al  Valle  de  Guadalupe,  entre  ellos  los  rusos  molokanes.  

Al  principio  cultivaban  trigo  y  cebada  para  el    consumo  familiar  y  para  pagar  las  deudas  que  habían  adquirido  por  la  compra  de     los  terrenos.  Sin  embargo,   por  las  sequías  y  el  empobrecimiento  de  la  tierra,  años  más  tarde,  se  vieron  obligados  a  experimentar  con  otros  cultivos.  Hacia  el  año  de   1917  se  plantó  el primer viñedo ruso en el Valle de Guadalupe, lo hizo Jorge Afonin.

Para  1950  existían  cerca  de  12  casas  vitivinícolas  en  Baja  California.  Las  empresas  que  entonces  ya  producían  vino  de  manera  industrial  eran las bodegas: Santo  Tomás,  Miramar,  Terrasola  y  Urbiñón  en los  valles  de  Ensenada;  y  Vinícola  Regional,      Bodegas  Cetto  y  Murúa Martínez  en  Tijuana;  y Rancho  Viejo,  La  Providencia  y  Vinícola  de Tecate  en  Tecate.  Desde  entonces  la  producción  de  vino  se  convirtió  en  la principal actividad socioeconómica en los valles de Baja California.

Entre  1960  y  1970  se  establecieron  las  grandes  empresas  vitivinícolas  en  los  valles,  Bodegas  Miramar,  Casa  Domecq  y  L.A.  Cetto;  para 1980  y  1990  se  dio  el  crecimiento  de  casas vitivinícolas más  pequeñas como  Monte  Xanic, Cavas  Valmar,  Vinos  Roganto,  Mogor  Badán, Casa  Liceaga,  Chateau  Camou,   Barón  Balché,  Viñedos  Lafarga,    Paralelo,  Casa  de  Piedra, Villa  Pijoan,  Villa  Montefiori,  Adobe Guadalupe,  Pasionbiba,  Vinos  Shimul,  Vinos Bibayoff, Vinícola Don Juan, Vinos Sueños, Vinícola  JC Bravo, entre otras.

En  la  región  de  la  Ruta  del  Vino  confluyen  las  historias  de  las  comunidades  indígenas  de  Baja  California,  las  tradiciones  de  los  rusos  molokanes,  las  misiones  jesuitas  y  su herencia  para  la  industria  vitivinícola  actual. 

Para  dimensionar  la  importancia  de  la  producción  de  vino, se  destaca  que en esta zona existen alrededor de 138 empresas vinícolas, que en conjunto, en 2017, registraron una producción estimada de 18 millones de litros de vino de las uvas  Cabernet Sauvignon, Chardonnay, Chenin Blanc, Tempranillo, Merlot, Nebbiolo, Red Globe, Rubi Cabernet, y Grenache, entre otras.

Los principales destinos comerciales de los vinos bajacalifornianos son, La Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara, en la República Mexicana y California en Estados Unidos. Sin embargo, según Euromonitor, las vitivinícolas nacionales pierden gran parte del mercado debido a que el 70% del consumo de vino en el país se importa desde España, Francia, Chile, Argentina y Estados Unidos.

Más  cabe  destacar,  que  las  casas  productoras  de vino  de  la  región,  han recibido más de 300 premios internacionales. Y no es de asombrar, ya que algunos de los vinos que se ofrecen en la región son de un excelente sabor y factura. Sea tinto, rosado o blanco sus colores son brillantes y sus sabores jóvenes, invitan a seguir degustando y conociendo la producción de otras casas.

Año  tras  año,  en  el  mes  de  agosto,  los  gobiernos  estatal  y  municipal,  en    conjunto  con  las  principales  casas  productoras,  organizan  las  fiestas  de   la  vendimia,  cuya      variedad  de  eventos  como el concurso  de  paellas o de vinos además de conciertos,  les  ha  valido  el reconocimiento  internacional,  pero, no hay que esperar a agosto para recorrer el valle ya que, actualmente se  cuenta con  un  calendario  de  más  de  100  actividades  entre abril y noviembre, y los restaurantes y casas reciben gente todo el año.

Mención honorífica merece el servicio en cada una de las vitivinícolas, restaurantes y hoteles; atendidos en su mayoría por gente de corta edad, que ponen especial esmero en convertir la estancia de los asistentes en una experiencia memorable, siempre con buena disposición y una sonrisa en la boca,  mientras van y vienen dejando en las mesas copas rellenas con vino, o deliciosos platillos la mayoría de autor, igual se come un pato que unos deliciosos mariscos montados en sopes o en camas de reducción de pétalos de rosas. Todo allí es un manjar.  

Otro aspecto que llama la atención, y en algunas de las casas vinícolas es en verdad impresionante es la arquitectura. Las construcciones, hechas de madera, mucha de la cual se obtiene de las barricas que han caído en desuso, y de piedra de la región, están diseñadas estratégicamente para conservar la armonía con el paisaje y despertar el asombro de los paseantes, que al entrar por largos caminos de terracería no imaginamos que al final, encontraremos semejantes edificaciones.

A pesar de que todas las casas vinícolas, hoteles y restaurantes tienen el mismo estilo, minimalista, algo industrial, con los mismos materiales de construcción, cada una tiene su personalidad propia, ya sea por la decoración—que incluye paredes completas hechas de botellas de vino o coloridos mosaicos colocados en pisos y paredes dándole un toque muy mexicano al lugar— o por la iluminación, cada una tiene su atractivo y calidez propios.

Las cavas, subterráneas, rodeadas de muros de roca, encierran pocas o muchas barricas o botellas dependiendo del tamaño. La de “3 mujeres”, pequeña y delicada, decorada con uno que otro espantasueños, invita a quedarse allí, es como estar en casa, degustando un delicioso vino, mientras la enóloga explica las uvas que lo componen y cómo lo elaboraron.

Así concluyo una visita más a Baja California con su montón de sorpresas guardadas entre el mar y el desierto.

Segura estoy de que no será la última vez.


NOTA: Todos los textos de mis alumnos publicados en este espacio no tienen otro propósito más que difundir su trabajo y todos dieron su consentimiento.

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