Ciudad Adentro
LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)
Desde
hace décadas, pero particularmente desde la gestión de José López Portillo
(1976-1982), los niveles de corrupción en el gobierno, todos sus órdenes y en todos
sus estratos, han ido en constante aumento. Quizá algunos altibajos por aquí y
por allá, tal vez intentos de emprender una “renovación moral”, pero nada
contundente que parara la red de corrupción (tráfico de influencias,
privilegios, peculado, lavado de dinero) en este país, todo alimentado muy
convenientemente por nuestros impuestos y negocios poco claros, sin duda alguna
ilícitos, definitivamente, sumidos en la más oscura impunidad.
Desde
entonces, cada sexenio se ha perseguido a uno que otro servidor público
corrupto, muchos chivos expiatorios, algunos “actores” de teatros bien
montados, pero nunca, nunca, se ha hecho nada para arrancar de raíz la
corrupción que nos afecta a todos y es un lastre que urge erradicar porque ha
impedido que como país salgamos adelante mientras se profundiza la desigualdad.
¿Cuántos
años? ¿Cincuenta? ¿Ochenta? Sobre bases que dejaron los fundadores del PRI, el
fino entramado de corrupción en México se fue tejiendo con paciencia y, de
verdad, niveles de maestría, con una solidez y una fuerza que hasta el día de
hoy no ha sido posible destruir.
Los
gobiernos panistas de Fox y Calderón sólo se sumaron y operaron para llevarse
una tajada del gran botín de la administración pública federal. El servicio
civil de carrera fue pervertido, como tantas cosas en las que intervinieron,
con el propósito de inocular el aparato gubernamental y abrir la puerta a gente
leal pero no necesariamente eficiente ni mucho menos honesta. Como lo hizo el
PRI por tantos años sin el servicio civil. Como en todo, hay excepciones, pero
son eso, excepciones.
Andrés
Manuel López Obrador, Presidente de México, se comprometió desde la compaña a
combatir la corrupción hasta erradicarla, pero, la verdad, no alcanzará un
sexenio para lograrlo. El entramado es fuerte, cimentado en roca dura y difícil
de remover y destruir, pero se tenía que empezar por algún lado y en algún
momento, y creo que eso se está haciendo para satisfacción, debería ser, de
todos los mexicanos.
Las
inercias y las resistencias internas, sin embargo, los boicots que se hacen
desde los intestinos de la administración pública federal, son frecuentes y
obstaculizan los procesos; y también están las tentaciones. Nadie está exento
de caer ante la ganancia fácil, aunque sea ilegal u oscura o implique el pago
de algún favor.
A raíz de
las primeras declaraciones de Emilio Lozoya, los mexicanos podemos darnos una
idea, quizá ni siquiera cercana, a la inmensidad de la cloaca que se está
destapando. Sabemos que presuntamente podría abarcar hasta el sexenio de Carlos
Salinas de Gortari, por lo menos, como expresidente o como personaje con una
gran influencia en la política mexicana y probablemente beneficiario de las
generaciones posteriores a él en el “servicio público”.
Está bien
si todos estos adelantos simplemente son la noticia de lo que viene, de que se
hará justicia y de que se llegará a las últimas consecuencias; está bien, si
podemos tener la certeza de que pagará quien tenga que pagar con los tiempos y
los montos acordes al tamaño del desfalco, fraude, soborno, daño al erario,
blanqueo de capitales, tráfico de influencias y de lo que sea que se les esté
imputando; pero no está bien si se queda en espectáculo mediático y de redes
sociales para el uso como bandera o precampaña de unos y de otros; y tampoco
está ni estará bien, si se mide con distintas varas. Sin perder de vista los
niveles, la gravedad, los personajes, el daño al erario, todo lo que implique
actos de corrupción o los presuma, debe ser investigado. De una vez. Si se
trata de ir a fondo, no puede quedar nadie ajeno porque fue poquito, o porque
fue “aportación” y no soborno. La diferencia estará en la sanción.
Todo lo
que se hace fuera de la ley debe ser investigado y, en su caso, perseguido y
castigado, tanto lo que revelan los videos que aportó en su proceso Emilio
Lozoya, como los videos que implican al hermano del Presidente y a David León.
No es suficiente reconocerlo, como en todo, es preciso también que se llegue a
las últimas consecuencias. No debe haber excepciones de ningún tipo. Y así
tiene que ser, más allá del trasfondo electoral que siempre se vislumbra en
estos casos. Por supuesto, la ocasión obliga a revisar los esquemas de
financiamiento.
Ya se
informó también que algunas agrupaciones, como la de Felipe Calderón, que
aspira a conseguir el registro como partido político, pudo haber recibido
financiamiento ilegal: que se investigue y se resuelva.
De una
vez que se destape todo, todas las cloacas, de todos los colores; que se sepan
nombres y cantidades; que se comprueben todos los presuntos delitos, que se
finquen cargos y se dicten sentencias. Que se haga justicia y que nadie, pero
nadie, de los que justamente hayan sido encontrados culpables, se salve.
Columna publicada en El Informador el sábado 22 de agosto de 2020.