Ciudad Adentro
LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)
De
entrada, me parece que anunciar el regreso a clases presenciales en tres etapas
sin precisar la fecha y con una serie de restricciones impuestas por la misma
pandemia, es más un generador de angustia e incertidumbre, que de seguridad y
tranquilidad para los padres de familia, los profesores y, por supuesto, para
los alumnos.
Los
argumentos para volver a clases en el aula, me refiero a la conferencia de
prensa del gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, del jueves pasado, es que las
clases virtuales han mermado el aprendizaje y desarrollo psicoemocional de los
estudiantes y además ha aumentado el riesgo de abandono escolar.
Bien, de
acuerdo y ¿ya midieron cómo afectará a niñas, niños y a adolescentes volver por
unas cuantas horas, con el cubrebocas puesto todo el tiempo, sin posibilidad de
recreo ni convivencia lúdica que es una de las funciones más importantes de la
formación escolar? ¿Con las prohibición de no comer y casi ni salir del salón? ¿No
han pensado que los estudiantes pueden angustiarse o estresarse por todos los
cuidados extra que deben tener de manera que no sean ellos los que contagien a
sus papás y a sus abuelos? ¿Y los profesores? ¿Han pensado en el mundo de
circunstancias que atraviesa cada docente? En julio la SNTE, las secciones 16 y
47, se pronunció contra las clases presenciales precisamente porque una buena
parte del magisterio es de alto riesgo, por edad y por diversas comorbilidades
¿habrá maestros y maestras suficientes que estén frente a grupo? Esta es una
evaluación que todavía no termina ¿para qué se adelantan?
¿Y si la división del grupo afecta más? ¿Han
pensado los genios de estos protocolos que alterarán el cuidadoso y complejo
proceso de adaptación de la mayoría de las familias? Como el cambio en la
rutina cotidiana que implica no llevar ni recoger a los niños en las escuelas.
Volver a eso, en este momento ¿es lo mejor? ¿no añadirá dificultades? La
cantidad de horas que proponen para cada nivel en las diferentes etapas ¿no impactará
negativamente en el trabajo de los padres que laboran en sus casas también por
la pandemia? ¿Y querrán que usen el transporte público, uno de los espacios con
más alto riesgo de contagios? ¿Y si hay padres, alumnos y docentes que no quieran
regresar a clases presenciales? ¿Serán penalizados por ello, juzgados,
castigados, reprobados? Aquí no se puede hablar de consensos (ni siquiera creo
que se haya logrado); tendría que haber unanimidad o una gran flexibilidad, lo
cual complejiza el manejo.
Si el
regreso fuera como en las condiciones que podemos considerar hoy normales, las
de antes pues, porque se puede, porque no estamos en una pandemia que afecta a
todo el mundo, porque no hay riesgos extras que nos amenazan a todos, va, es
más, urge; pero lamentablemente todavía no es el caso y lo peor es que estamos
a menos de un mes de que inicie la temporada de influenzas que, al contrario de
Covid-19, sí afectan especialmente a los menores de edad y puede ejercer
mayores presiones en los servicios de salud.
Hasta
ahora, con sacrificios y problemas complejos que tienen que ver con el cuidado
de los menores, los tiempos de los papás, el empleo para la subsistencia, las
medidas de sana distancia y confinamiento, el regreso a clases virtuales ha
implicado un proceso de adaptación que está funcionando. No es perfecto, pero
también es un hecho que para muchos niños y niñas, para los jóvenes, ha
implicado el componente gozoso de usar a manos llenas las nuevas tecnologías
que les encantan, de aprender e incluso enseñar; hay estudiantes que han
enseñado a sus papás y a sus maestros cómo usar herramientas para las clases
virtuales; han sido tomados en cuenta sus opiniones como pocas veces.
Por
ejemplo, durante el primer semestre de este año, en el inicio de estas nuevas
circunstancias, se incrementaron las tareas para todos, incluidos profesores y
papás; poco a poco se fueron ajustando los horarios y las cargas. En las
escuelas se buscaron las mejores plataformas y muchos padres han hecho esfuerzos
extras por dotar a sus hijos de los dispositivos y materiales que requieren.
Para los que no tienen posibilidades económicas, están las clases por
televisión abierta; no estaría mal, por cierto, que en esta área el Gobierno
del Estado tomara iniciativas, esto sí sería útil para que no se abandonen las
aulas.
El
gobernador sentenció: “si alguien cree que podemos dejar a los niños sin ir a
la escuela dos años, pues entonces que critique, señale, juzgue todo lo que
quiera nuestra estrategia, pero tenemos que encontrar una ruta”. Ese asunto de
“si alguien cree”: las recomendaciones de no hacerlo son mundiales. Han tenido
que dar marcha atrás casi todos los países. No es personal. No son restricciones
para molestarlo. Tienen un sentido. Alfaro aseguró que la metodología está
probada ¿en dónde? ¿cuándo? ¿en el contexto de qué pandemia? Otra de sus frases
fue: “pensar que alguien esté en casa a estas alturas...” sólo para no
contestar adecuadamente una pregunta con una lógica demoledora: si no hay
tantos casos en menores de 15 años, es porque están en casa. No sin antes
descalificar análisis de epidemiólogos que han señalado inconsistencias en las
cifras. Tampoco lo hacen para molestar.
Lamentable
por donde se le vea. Por favor. ¿Por qué mejor no esperar a que las condiciones
mejoren? El regreso así puede ser traumático también y se están dejando de lado
muchos aspectos. Esto no puede ni debe prosperar por el bien de todos, la vida
es la prioridad.
Columna publicada en El Informador el sábado 19 de septiembre de 2020.