Ciudad Adentro
LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)
Si acaso
no ha tenido oportunidad de leer la encíclica Fratelli tutti o por lo
menos un resumen del documento papal, sí recomiendo que lo haga. Es un texto
largo, 122 páginas, que el Papa Francisco venía preparando desde algunos meses
antes de que se atravesara en el camino del mundo esta pandemia, circunstancia
que, es evidente, motivó que el sumo pontífice ahondara en sus inquietudes y
preocupaciones, de manera que entrega ahora a la humanidad una reflexión que
pretende detenerse en la “dimensión universal” del amor fraterno.
Y para
llegar a ello, además de detallar quiénes y en qué momento lo inspiraron para
escribir esta carta sobre la “fraternidad y la amistad social”, aparte de que
retoma fragmentos de discursos y mensajes de él mismo en diferentes momentos y
ante diversos públicos, el Papa Francisco hace un diagnóstico de la realidad
que vivimos en este mundo; un diagnóstico profundo, crítico y autocrítico,
fuerte y, sin duda alguna, polémico; seguramente no ha sido del agrado de
muchos de los que son cuestionados pero también puede servir, para los
creyentes y para, como dice el Papa, todos los hombres y mujeres de buena
voluntad, como un texto para abrir los ojos, para observar y observarnos en
nuestro entorno.
Es una
invitación a revisar cómo hemos estado organizados, cómo funcionamos como
integrantes de una nación, de un Estado, como fieles de alguna religión; y de
cómo funcionan los Estados y las democracias, así como las instituciones
económicas y financieras; el gran capital.
Quiero aprovechar al máximo el espacio, que es breve, para tratar de compartir aquí varios de los puntos que componen la encíclica, 287 en total, cuya traducción es “Hermanos todos”, con una clara y expresa inspiración en san Francisco de Asís y también en, ya en el cierre, en Carlos de Foucauld, quien le pidió a un amigo, cita el Papa: “Ruegue a Dios para que yo sea realmente el hermano de todos”, una conclusión a la que llegó después de haberse identificado con “los últimos, abandonados en el desierto africano”.
En el
punto siete de la encíclica, de manera clara y demoledora, escribió que
mientras redactaba la carta irrumpió la pandemia “que dejó al descubierto
nuestras falsas seguridades. Más allá de las diversas respuestas que dieron los
distintos países, se evidenció la incapacidad de actuar conjuntamente [...] Si
alguien cree que sólo se trata de hacer funcionar mejor lo que ya hacíamos, o
que el único mensaje es que debemos mejorar los sistemas y las reglas ya
existentes, está negando la realidad”. Como señala el pontífice, estamos
hiperconectados, pero estamos solos.
Llama la
atención sobre los indicios de regresión que dejan atrás los propósitos y las
acciones de unidad e integración después de las guerras del siglo XX; hoy: “Se
encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen
nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos”. Y se refiere a la
globalización, a este abrirse al mundo, “una expresión que ha sido
cooptada por la economía y las finanzas”, una cultura que sí, unifica al mundo
“pero divide a las personas y a las naciones” porque, y aquí introduce una cita
de Benedicto XVI “la sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos,
pero no más hermanos”.
Los
puntos 13 y 14, bajo el subtítulo “El fin de la conciencia histórica” me
parecen fundamentales. Escribió antes que los poderes económicos
transnacionales aplican el “divide y reinarás” y por eso, continuó, se alienta
una pérdida del sentido de la historia para disgregar aún más, con “la
necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de
individualismo sin contenidos”. Aquí hizo énfasis en la educación y los
mensajes para los jóvenes de quienes desprecian la historia y el pasado, para
que las nuevas generaciones crezcan despreciándolos y para que rechacen la
riqueza espiritual y humana. Esas, puntualizó el Papa, son nuevas formas de
“colonización cultural” y agregó: “Un modo eficaz de licuar la conciencia
histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de
integración, es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras. ¿Qué
significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad?
Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumentos de
dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar
cualquier acción”. Muy fuerte.
Algo más,
que en realidad es una reiteración de lo escrito en la encíclica Laudato si’:
“El siglo XXI «es
escenario de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo
porque la dimensión económico-financiera, de características transnacionales,
tiende a predominar sobre la política».
Está para
leerla y releerla. Estamos solos y nos necesitamos juntos; es preciso
organizarnos de otra manera. Urge atajar las desigualdades de manera
contundente y no paliativa como ha hecho el neoliberalismo.
Por supuesto, no se quedó ahí y el espacio se me agota, seguramente volveré al tema, no sin antes compartir la liga donde la pueden leer y descargar íntegra: Fratelli tutti.
Columna publicada en El Informador el sábado 10 de octubre de 2020.