Ciudad Adentro
LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)
Durante
todo el proceso electoral y después de las elecciones hasta hace unos días, el
todavía presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha dedicado buena parte de
su discurso incendiario a descalificar a la autoridad electoral de su país, a
insinuar, primero, y luego a acusar, de plano, la consumación de un fraude.
Lamentablemente,
en el vecino país del Norte, la radicalización de las posturas y el fanatismo
de siempre, ahora azuzado por el mismísimo presidente, adquieren una dimensión
de consecuencias inciertas y, definitivamente, muy peligrosas. Sabemos cómo se
las gastan, tenemos noticia de los niveles de violencia que pueden alcanzar las
multitudes enardecidas y de los niveles de represión de los cuerpos policiales
y militares.
Bueno,
baste saber que ayer Nancy Pelosi pidió a los militares que le quiten a Trump
el control sobre las armas nucleares. De hecho, a pesar del cambio de tono de
Trump, un día después de la toma violenta del Capitolio y del anuncio del
viernes de que no estará presente en la “Inauguración” del 20 de enero, como le
llaman en Estados Unidos al cambio de presidente, la Cámara de Representantes
está exigiendo la renuncia inmediata del mandatario, acción prevista en el
marco constitucional de la Unión Americana.
Es muy
preocupante lo que pasa. Y no es tan simple como decir que después del
reconocimiento en el Poder Legislativo del resultado electoral del 3 de
noviembre, es decir, del triunfo de Joe Biden, luego de que se reanudara la
sesión mientras en la ciudad había toque de queda, ya volvió todo a la calma y
las instituciones lograron una vez más mantener la estabilidad política y
social de las propias instituciones y de la nación.
No es así con todo y que, por ejemplo, los equipos de Joe Biden y de Andrés Manuel López Obrador ya han celebrado las primeras conversaciones. La explosión del 6 de enero es sólo la representación de un proceso que se ha estado fraguando y alimentando, organizado o no (eso ya se sabrá, espero), desde hace meses; no será posible aplacar a los seguidores de Trump de un plumazo, ni siquiera con los más grandes acciones represivas de las que sus fuerzas armadas son capaces. Resulta que fueron 74 millones 200 mil votos a favor de Trump, poco más de una cuarta parte de la población total; y por Biden votaron 81 millones 200 mil ciudadanos estadounidenses, así, en números cerrados. En términos porcentuales la diferencia fue apenas de 4.5 puntos, es decir, una nada en el contexto de las “sospechas” y acusaciones de Trump desde el primer día.
No es la
primera vez que se habla de fraude en Estados Unidos. Seguramente el lector o
lectora recordará que cuando ganó George W. Bush siempre se dudó de los
resultados de Florida; bueno, hasta se decía que habían estado asesorados por
los ejecutores de fraudes electorales en México.
Y luego,
en la elección en la que justo ganó Donald Trump y perdió Hillary Clinton,
quedó en evidencia una vez que el sistema electoral de Estados Unidos, además
de barroco, puede arrojar un resultado que no necesariamente refleja la
voluntad de la mayoría sino de los integrantes del Colegio electoral.
En
cualquier caso, independientemente del curso que tomen los acontecimientos en
el vecino país del Norte los próximos días, sí creo que su sistema electoral
amerita una reforma profunda, significativa, radical incluso, que no deje a los
estadounidenses con dudas, incertidumbre, desconfianza y, sobre todo, miedo,
que se siembra y cosecha mucho allá.
En estos
días han cundido las opiniones a favor y en contra, entre los que creen que
efectivamente hubo fraude y los que no; los que avalan las acciones de Trump
(los menos) y los que las reprueban (los más), digo, porque es un hecho
evidente para todo el mundo que el presidente, con ese discurso incendiario ha
estado azuzando a sus seguidores. Luego está la discusión del manejo de los
dueños de las redes sociales como Facebook, Twitter y YouTube entre las
principales; y los medios de comunicación catalogados como de ultraderecha.
La
actuación de los republicanos y los demócratas en todo este proceso, no de
todos claro está, siempre hay excepciones, igual están en tela de juicio y
estarán bajo la lupa, pero hay algo que leí que realmente pinta parte del modus
operandi de la clase política estadounidense, particularmente, en este
caso, de los republicanos: “Es un cinismo de una dimensión increíble. Es
posible que la turba que irrumpió en el Capitolio creyera sinceramente que hubo
fraude, pero los políticos que les habían animado desde dentro saben que no lo
hubo”. Lo escribió Alexander Stille, director del programa de Periodismo
Político de la Universidad de Columbia, Nueva York, allá, en el vecino país del
Norte (Alexander Stille en El País).
Columna publicada en El Informador el sábado 9 de enero de 2021.