lunes, 2 de noviembre de 2009

Faltan palabras


LAURA CASTRO GOLARTE

Muchas veces, más de las que quisiera, en este espacio me he referido a la descomposición de la clase política, al agotamiento de los partidos políticos, a la impunidad y egoísmo con el que sus representantes operan desde diferentes niveles y órdenes de gobierno, a la falta de respuestas para los mexicanos, a la persistente y hasta cínica ignorancia y soslayo de sus necesidades y demandas.
Muchas veces también he dicho que esa sociedad civil a la que los políticos responsabilizan tanto, poco a poco, pero de manera firme, está haciendo su parte para cimbrar a los mal llamados servidores públicos y entiendan que están mal, que van peor y nos están llevando a los escenarios más desalentadores y preocupantes. Pero, y también lo he dicho, las palabras, las manifestaciones, las propuestas de la sociedad, son también, hasta ahora, negligentemente omitidas.
Y lo he escrito tantas veces, lo han repetido tanto otros, y el caso de la mal llamada también, autoridad, es sigue siendo nulo, que de pronto se agotan las palabras. ¿Con qué argumentos, con qué razones, con qué palabras, podemos hacer entender a la clase política de nuestro país de que estamos mal? ¿De que ellos están mal y, por ende, la mayoría de los habitantes de este país?
¿Con qué términos les explicamos —para que entiendan de una vez por todas— que no nos están representando? ¿Qué no estamos de acuerdo con sus decisiones? ¿Qué por eso el país está en crisis? ¿Qué el componente electoral como su más alta prioridad nos tiene sin acuerdos, sin las leyes que necesitamos, sin las reformas urgentes?
¿Qué más podemos hacer, más allá de exponer, manifestarnos, hacer presupuestos paralelos, diseñar soluciones para combatir la contaminación, ventilar corrupción e impunidad, recurrir a Derechos Humanos, a los medios de comunicación, a instancias internacionales? ¿Qué más?
¿Qué necesitan qué pase para que abran los ojos y se den cuenta de una realidad que no tiene nada que ver con sus sueldos, con sus gastos de representación, con sus viajes al extranjero, con sus préstamos para casas, con sus seguros de gastos médicos mayores, sus vacaciones pagadas, sus aguinaldos, con sus comidas y bebidas financiadas con los impuestos que sí pagamos?
No sólo son las palabras las que se agotan, los ánimos decaen, las esperanzas se diluyen, la paciencia se acaba. Los niveles de credibilidad y confianza están por los suelos, si no es que bajo cero y ahora sólo esperamos el golpe de la política fiscal, que, sea como sea, quede como quede, implicará más sacrificios para todos. En contraste, el enojo y la indignación crecen.
Artículo publicado en El Informador el sábado 31 de octubre de 2009.