domingo, 27 de marzo de 2011

Promesas

CIUDAD ADENTRO

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Entre las varias acepciones de la palabra “promesa” en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, una reza: “Augurio, indicio o señal que hace esperar algún bien”; otra: “Ofrecimiento solemne, sin fórmula religiosa, pero equivalente al juramento, de cumplir bien los deberes de un cargo o función que va a ejercerse” y, una más: “… que no se confirma con voto o juramento”.
Hemos vivido esperando que la clase política cumpla la promesa de la democracia y, con ella, la de mejores condiciones de vida, un reparto más equitativo de la riqueza, igualdad, trato justo, cero privilegios y prebendas, el fin del tráfico de influencias y de la corrupción. Hemos esperado –y seguimos esperando— honestidad, transparencia, humildad, trabajo eficiente, abatimiento de rezagos…
Y campaña tras campaña, volvemos a escuchar el discurso sobado de que las propuestas, los dichos, los compromisos “no son y no serán sólo promesas”. Y una vez más oímos atentos, o no, que ahora sí, que son los buenos, que son diferentes a los demás, y que si les dispensamos el favor de nuestro voto, no nos arrepentiremos porque cumplirán como ninguno ha cumplido, y aseguran con énfasis y frases y expresiones melodramáticas, que darán respuesta a preguntas y necesidades añejas, que todas serán atendidas, que nadie se quedará sin ser escuchado; que los problemas serán resueltos y que viviremos todos mejor… casi casi, que estamos ante las mismísimas puertas del paraíso.
Y como la esperanza muere al último y como no hay más de dónde escoger, pues votamos por ese o por otro; o de plano decidimos ni siquiera presentarnos en las casillas; o acudir, sí, pero a anular la boleta para demostrar con eso cansancio, decepción, desesperanza, indignación e impotencia.
Y pasa una elección y pasa otra, y los escenarios no cambian, ni diálogos ni monólogos; no cambian las acciones del que finalmente llega al poder, ni se cumplen las promesas, no son todos escuchados y atendidos, ni, en suma, vivimos mejor… Al contrario.
Estamos a un paso (el tiempo se pasa volando) de encontrarnos inmersos por enésima ocasión en un proceso electoral que ya pinta color marrón por el lodazal en el que se disponen a batirse los contendientes. Todo indica que vamos para allá inexorablemente y que, si no nos preparamos y cuidamos, saldremos salpicados.
No podemos, no debemos permitir que la historia se repita; no podemos ya tolerar decisiones autoritarias, omisiones, negligencia, iniciativas y leyes pendientes; obras inconclusas y mal hechas; que la lista de promesas siga creciendo sin remedio. El poder es nuestro, nuestra palabra, nuestra voz, nuestras acciones y decisiones, nuestra determinación para poner un alto a la estulticia de la clase política, sea del color que sea.
De las tres acepciones citadas arriba, la de la clase política es la tercera (ahora entiendo) y la de la sociedad… la primera.

Artículo publicado en El Informador el sábado 26 de marzo de 2011.