Primero fue
la esperanza. Aunque el incremento no fue extraordinario, sí salimos muchos más
mexicanos a la calle a votar el primero de julio pasado. Al inicio de la
jornada había una especie de ambiente festivo, de alegría, de grandes
expectativas…
Hacia la
tarde ya no era lo mismo. Poco después de las 18 horas, varios ciudadanos
dejamos nuestras casas y coincidimos afuera de las casillas en espera de que
las mantas con los resultados fueran colgadas para fotografiarlas y subirlas a
las redes. Pero el tiempo pasaba y en muchos casos… nada. En mi casilla, la
manta se colgó después de las nueve de la noche, una casilla urbana, céntrica…
El desaliento ya estaba en muchos de nosotros porque el presidente de un
partido desde las seis y cuarto de la tarde, cuando cientos de casillas todavía
ni terminaban de recibir la votación, ya salía a anunciar que su candidato
había ganado la elección local en Jalisco. Mal augurio.
Ese simple
hecho nos daba noticia de que vendrían tiempos oscuros y difíciles. Enojo,
molestia, encono, división… El ambiente, otrora relajado, empezó a enrarecerse
y los ánimos a crisparse. Se acentuaron las diferencias entre nosotros y se
recrudecieron las ofensas en redes sociales y en la calle.
Poco a poco,
conforme avanzaba el día y llegaban los anuncios programados, una pesada losa
aplastaba los ánimos, hasta el aire se sentía denso al respirar. Pocos
mexicanos salieron a la calle a festejar, ni siquiera la celebración duró
tanto. Esos pocos que salieron a las calles pronto regresaron a sus casas,
sentí algo así como si hubieran salido a celebrar a escondidas, con ganas de
que nadie los viera.
Esto fue el
primero de julio y desde entonces a la fecha, otros mexicanos han salido a las
calles en un ejercicio auténtico y espontáneo, en muchos casos simultáneo, a lo
largo y ancho de este enorme y maravilloso país.
Los
mexicanos, mexicanos de a pie, mexicanos que por lo general no participan, que
trabajan dos y tres turnos y pagan sus impuestos, mexicanos que aman a su
Patria, mexicanos más allá de grupos y movimientos, mexicanos hartos, cansados
de tolerar abusos, empezaron a salir, primero tímidamente y después con una
fuerza descomunal.
Llegará un
día en que el sábado 7 de julio de 2012 formará parte del calendario cívico, la
fecha se incluirá en los días festivos de la nación; llegará el día en que se
reconozca que cientos de miles de mexicanos, en más de 35 ciudades de todo el
territorio nacional, y en una docena en el extranjero, por lo menos, tomaron las
calles y las plazas para manifestarse pacíficamente contra la farsa de la
democracia que nos ha dado la clase política, además como si fuera una
concesión graciosa, y sólo para adulterarla, violarla, romperla, traicionarla…
El problema no
es quién ganó, sino cómo ganó; y la exigencia no es quitar a uno para poner a
otro, sino que se respeten las instituciones que ha costado tanto construir y
mantener, que cese la manipulación, que se erradiquen todas las formas de
fraude, que se acaba con la inequidad en los procesos, que se supriman
prebendas y privilegios, que no se abuse de la pobreza de la gente, que se
democraticen los medios de comunicación, que se limpie la elección, que haya
transparencia y certeza y que quien sea que llegue a gobernar a todos los
mexicanos, lo haga con legitimidad.
Nos han calificado
de flojos y agachones, de transas y apáticos, se han escrito ensayos sobre la
psicología y la idiosincrasia del mexicano y resulta que tenemos complejo de
inferioridad porque siempre estamos añorando ser lo que no somos. No es cierto.
Eso es lo que nos han querido hacer creer, pero no somos así. Somos un pueblo
noble y maravilloso, trabajador, amante de la paz, ingenioso y creativo,
festivo y solidario, generoso, responsable, participativo y consciente, con
valores, con sentido común y sabiduría… Y hemos tomado la calle.
Finalmente,
es la esperanza…
Publicado en Tere Notas del 18 de julio de 2012.