Ciudad Adentro
Agachones, flojos, desidiosos, marrulleros, ladinos, con sentimientos de
inferioridad, atenidos, corruptos, malinchistas y machos, son sólo algunos de
los defectos que se le atribuyen al mexicano, así, en general.
Se han hecho estudios profusos y eruditos desde la Filosofía, la
Sociología, la Historia y la Antropología, para conocer al mexicano y lo
mexicano. Destacan intelectuales y académicos de la talla de Samuel Ramos
Magaña, Octavio Paz, Roger Bartra, Santiago Ramírez y Leopoldo Zea entre muchos
otros, que han intentado explicar la idiosincrasia del mexicano, su psicología,
los complejos, defectos y debilidades.
Claro que la condena no es generalizada: se han resaltado también las
cualidades, los aspectos positivos, los sueños, la creatividad, la alegría, el
amor por la vida, la defensa de la familia, la solidaridad, el trabajo, la
constancia, la perseverancia, la nobleza, el ingenio, la generosidad, la
hospitalidad, la inventiva, la determinación, la capacidad para salir de las
adversidades y muchas otras.
Sin embargo, no sé por qué razón (o a lo mejor sí), es la parte negativa la
que se difunde, la que se conoce más, la que se exalta, la que se echa en cara,
la que se critica y se expone, la que todos tenemos en la memoria; es a la que
recurrimos con mucha frecuencia, más de la deseada, para explicar las faltas y los
errores de otros: es-que-la-gente-no-participa; es-que-tenemos-el-gobierno-que-merecemos;
es-que-a-los-mexicanos-no-les-gusta-leer; es-que-son-unos-cochinos; el-pueblo-es-apático
y demás epítetos (en los peores ejemplos nadie se incluye, por supuesto) que
siempre nos dejan, como nación, mal parados.
Estas son las explicaciones que dan y que nos damos para tratar de entender
por qué actuamos de determinada manera o por qué decidimos no movernos,
quedarnos callados, cruzar los brazos, no meternos en problemas… Pero hay
otras, de seguro hay otras que nos ayudarían a comprender historias y
contextos, pero no, permitimos que nos juzguen y además somos jueces
implacables porque es lo que nos han enseñado a hacer y lo que nos han hecho
creer.
¿Qué no hay otras posibilidades? Por ejemplo, que estamos demasiado
ocupados atendiendo dos y tres empleos para que alcancen los ingresos de manera
que sea posible mantener a nuestras familias en mejores condiciones. A lo mejor
preferimos estudiar e informarnos para tomar decisiones acertadas por nosotros
y por nuestros hijos. Y de seguro, también por la paz. Viva la paz. ¿Quién
quiere la guerra? ¿Quién, conflictos y pleitos y problemas? Otra posibilidad
tiene que ver con nuestra idiosincrasia: somos un pueblo noble y capaz de
soportar los más terribles abusos de la clase política con tal de conservar una
relativa estabilidad política y social.
Sí, estas y otras pueden ser las razones por las que no denunciamos, ni
exigimos tanto como deberíamos; y casi no participamos y preferimos llevar la
fiesta en paz; también puede ser porque estamos a merced de las malas
decisiones y de las omisiones de la clase gobernante en política educativa y
las deficiencias en la materia inhiben el incremento en los niveles de
conciencia y de participación. Conveniente, claro.
Esta es la independencia, la verdadera independencia, la que necesitamos
con urgencia y que sin saberlo reclamamos en un grito colectivo y silencioso:
La independencia tendría que consistir –a estas alturas y después de lo que
hemos vivido gobierno tras gobierno en todos los órdenes y de todos los
partidos— en liberarnos de atavismos añejos, mitos perversos,
descalificaciones, críticas severas y desproporcionadas, generalizaciones
injustificadas e insustentables, falsas acusaciones y juicios equivocados;
comparaciones injustas e ideas preconcebidas. Somos grandiosos y poderosos y lo
sabemos, pero por la nobleza que nos caracteriza no queremos que ese México bronco
(¿bárbaro? ¿O cómo dijo César Camacho, el dirigente nacional del PRI, cuando le
preguntaron sobre la reacción de los mexicanos ante el alud de “reformas”
propuestas por el Ejecutivo federal, para asegurar que no lo han despertado?)
despierte.
Publicado en El Informador el sábado 14 de septiembre de 2013.