Ciudad adentro
La violencia que vivimos en México, los enfrentamientos entre grupos
criminales; entre policías y delincuentes; los daños colaterales; la noticia
reciente de un niño de 4 años muerto en un fuego cruzado en Sinaloa;
desmembrados; colgados; cabezas y hechos por el estilo, a muchos nos sorprenden
y escandalizan, nos horrorizan y nos llevan, hoy y mañana, a clamar por paz y
justicia, por poner fin a la impunidad y por seguridad.
La percepción ciudadana de inseguridad, medida ahora con sofisticadas
técnicas, encuestas, muestreos, inferencias, variables y demás terminajos
estadísticos, revela que nos sentimos más inseguros que hace pocos años, pero
si nos remitimos a entonces, la percepción era la misma. Quizá antes la
percepción no era de inseguridad porque la información se ocultaba o se
minimizaba, o porque los hechos delictivos se manejaban en ciertos ámbitos y
actividades, porque los asesinatos y
desapariciones, por ejemplo, eran parte de la guerra sucia y por lo tanto
quedaba oculta para la mayoría de los mexicanos, pero, los hechos de violencia
no han cesado.
Con fines académicos, he estado leyendo y estudiando la historia prehispánica
y colonial de nuestro país y llego a la conclusión (de hecho, trabajo en un
ensayo relativo) de que en México (por lo menos en México), vivimos una
violencia crónica, de diferentes formas, por diferentes causas, pero violencia
al fin. Es una banda sinfín.
Violencia crónica, por sacrificio en la época anterior a la llegada de los
españoles y simplemente por matar cuando llegaron los que se convertirían en
conquistadores. Hay teóricos de diferentes disciplinas, historiadores,
sociólogos y antropólogos fundamentalmente, que han estudiado estas épocas y
llegan a la conclusión de que los españoles de entonces mataron tanto por una
especie de locura homicida; no por oro ni por riquezas como justificaban los
cronistas de entonces, sino por una especie de sed de sangre, un frenesí
asesino que alimenta la conocida “leyenda negra” sobre las que hay diferentes
posturas.
Y comento este asunto porque al revisar las ilustraciones de matanzas sin
sentido en lo que hoy es México y las islas de Caribe, me doy cuenta de que
escenas similares tienen lugar aquí y ahora: colgados y desmembrados y
destazados. El horror, la barbarie.
¿Cómo es que hemos sido víctimas y testigos de semejante realidad a lo
largo de la historia? ¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde? Con esta información
histórica tendría que agregar superlativos a cada expresión de asco e
indignación.
El asesinato de ese niño de cuatro años en un fuego cruzado en Sinaloa me
indigna como me indignan las muertes de periodistas, de migrantes, de civiles,
los daños colaterales que definió Calderón y que ahora persisten y que se suma
a otros tipos de violencia, abuso y explotación. Leyenda no era, fue una
realidad negra sí, como ahora.
Publicado en El Informador el sábado 12 de octubre de 2013.