No habrá paraíso en Chipre, ni en la India, ni en Brasil, ni en México, ni
en Siria. Tampoco en Kenia ni en Tailandia, ni en los barrios africanos de
París ni en el territorio chicano de Los Ángeles.
Todos somos refugiados, los de a pie, los que pagamos tributo y nos tenemos
que callar. Los que trabajamos en silencio con los brazos cruzados y la
conciencia embriagada. Todos los que perdimos nuestros sueños o nos los
robaron, junto con la cosecha de uvas y naranjas chipriotas.
Era el paraíso y no lo será más. Ryszard
Kapuscinski fue a un campo de refugiados griegos en Chipre. En 1974 fueron
invadidos por los turcos. A los griegos les va bien. Excelentes comerciantes. A
los turcos lo que se les da es la guerra.
Y su
guerra era (¿es?) la misma: muertos, desplazados, refugiados, desaparecidos,
niñas violadas, jóvenes echados al mar; huertos abandonados, frutas podridas;
tierras secas, cosechas malogradas… Se quedaron esperando la mano del
campesino, para el riego, el abono y la cosecha.
Es la
misma guerra de Siria; los niños que sufren estas guerras siempre tienen los
ojos muy grandes. Parece que quieren penetrar las conciencias.
Es la
misma guerra de México. En Michoacán los campos están solos, los negocios cerrados,
las casas colapsadas. ¿Cuántos desplazados? ¿Cuántos refugiados? ¿Cuántos
muertos? No importan los motivos de la guerra, no habrá paraíso ¿lo hubo alguna
vez? Los campos de refugiados en Chipre están llenos de griegos que lograron
sobrevivir; los que no se murieron en el camino. Los campesinos que fueron
expulsados de sus labores y las mujeres viejas que no lo son y perdieron sus
casas, sus huertos; mujeres que
extrañan sus cocinas y sus trastes; y las fiestas y los cumpleaños.
Ahora
están en un campo sin nada qué hacer, como los ni-nis del mundo, los mexicanos
con ese bono poblacional que se nos va por el caño.
¿Hasta
cuándo? Les han dado la tierra, nos han dado la tierra, es nuestra; era nuestra
y nos la han quitado. Las descripciones de Kapuscinski me remitieron a Juan
Rulfo. El despojo, el sol, el desierto. La pobreza, las costumbres, las
tradiciones que matan, que envejecen, que “enlutecen”. Que ajan y horadan los
rostros; los surcos de la tierra en la cara.
Todos
somos refugiados, todos buscamos reposo y queremos paz. Volver a la tierra que
es nuestra. Levantar la casa, recoger los escombros; barrer las estancias y
levantar la alfombra a ver si ahí está escondido el paraíso; o quizá en el
manzano, en la hortaliza, en el pozo contaminado y casi vacío.
Volver
a casa, entrar a la cocina, preparar la comida e invitar al griego y al turco,
al sirio, al japonés, al africano, al mexicano, al español, al estadounidense.
Sentarnos a la mesa, todos. El planeta como refugio, morada, habitación,
paraíso… Pero no habrá. No hay.
Los
que prefieren la guerra, los que han roto el equilibrio del odio, los que
responden porque sí con una lluvia de fuego; los que despojan y matan y violan;
los que usan las armas y las cuidan como tesoros aunque estén heladas; los que
esperan señales para accionar gatillos o ni siquiera eso; los muertos en vida;
los que no tienen conciencia ni les importa; los que no sabe qué es comerse una
naranja del propio jardín; los que han sido arrancados de sus tierras desde
niños; de los brazos de sus madres y sus padres… Todos ellos no lo permitirán.
No habrá paraíso.
Todos
somos refugiados y Kapuscinski lo sabe; él mismo lo fue. Quizá por eso recorría
el mundo, quizá buscaba su propio paraíso, pero nunca lo halló.
Quedan
sus historias, nos quedan sus testimonios, sus reportajes. La historia de una
búsqueda: el paraíso. La lucha cotidiana de toda una vida por perder la calidad
de refugiado.
Los
refugiados chipriotas, los griegos, en aquel campo bañado por el Sol, son todos
los refugiados del mundo. A veces con una palabra basta, aunque se pronuncie en
otro idioma, no importa, es un diálogo entre refugiados buscadores perennes del
paraíso.
·
Paráfrasis de Laura
Castro Golarte con base en el reportaje “No habrá paraíso” de Ryszard
Kapuscinski publicado en el libro “La guerra del fútbol y otros reportajes”
(Anagrama. Barcelona, 2002).