sábado, 28 de marzo de 2015

No importa

Ciudad adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

No sé si todavía, pero en algunos países que se estrenaban o gozaban de una democracia plena o en proceso de consolidación (si es que se puede hablar de democracias consolidadas), el día de las elecciones era una fiesta. La gente salía a las calles a apoyar a uno o a otro candidato, segura de su decisión, sin que nadie saltara a decir que se estaba orientando el sentido del sufragio. Costa Rica es un ejemplo.
En México, las elecciones eran un evento rutinario y monótono antes de las grandes reformas de la década de los noventa. Pocos ciudadanos salían a votar y no importaba a favor de quién se cruzara la boleta, prevalecía una actitud como de derrota, aun cuando se votara por el partido hegemónico, es decir, ya se sabía qué partido ganaría, no había incertidumbre sobre el resultado ni emoción alguna. Cada tres años se cumplía con esa cita, nada más porque sí, porque así se hizo por generaciones.
A finales de la década de los ochenta todo cambió y luego del proceso electoral de 1988 se impulsaron modificaciones que empezaron a despertar esperanzas entre la sociedad, apenitas.
A partir de esa experiencia y de la actuación, ahora sí actuación, de los opositores políticos, se emprendieron reformas que llevaron a que la ciudadanía saliera del letargo electoral para entrar en una especie de euforia que fue in crescendo. Al principio mesurada y tímida, temerosa incluso; y hacia el año 2000, totalmente desbordada.
Vicente Fox se convirtió en un fenómeno que arrastró multitudes, la ciudadanía acarició la posibilidad de un cambio radical y el voto útil hizo la diferencia. Fue derrotado el PRI, expulsado de Los Pinos y de Palacio Nacional.
Todavía recuerdo aquel día del año 2000. Desde el centro del país me tocó ser testigo, como reportera, de un proceso inusitado y de una jornada electoral histórica, inédita. El ataúd del PRI en el Ángel de la Independencia, los festejos, las manifestaciones, los gritos de alegría; y la sede del PRI, en el más absoluto de los abandonos, sumida en la oscuridad, sin bandas de guerra ni comités de bienvenida, sin fuegos artificiales ni pancartas, sin música ni aplausos; sin multitudes acarreadas o advenedizas. Era un desierto aquello y el silencio sepulcral.
Muchos creímos que finalmente habíamos llegado a la tan anhelada democracia gracias a las instituciones y a los marcos legales que nos habíamos dado; el IFE vivía tiempos de gloria y México alcanzó reconocimiento en el concierto mundial; hasta de naciones árabes fueron requeridos los consejeros del organismo como asesores. Fuimos ejemplo.
Sin embargo, no pasaron ni tres años cuando el desaliento volvió a atraparnos. De pronto supimos que con votar no bastaba y que el poder y sus inconsecuencias, inconsistencias y rarezas, era capaz de transformar en rata a la más bella mariposa; de que al llegar al poder, era fácil claudicar y olvidar a la sociedad.
Han pasado 15 años desde entonces y la realidad ahora es de una clase política perversa, descompuesta, en la que, si acaso, hay excepciones que poco figuran porque el margen de maniobra es escaso y porque de cualquier manera todos se suben —se tienen que subir— al carrusel de la abyección y la ignominia. Dicen que sólo-así-se-puede-llegar.
Nuevamente el desaliento campea y en redes sociales y en conversaciones privadas, aparece, por un lado, la percepción aquella de certidumbre electoral, de rutina y monotonía, de brazos bajados y de mirada incrédula y desesperanzada; y, por otro, algunos activistas promueven el abstencionismo consciente o el voto nulo aun a sabiendas de que ambas opciones benefician al partido con el voto duro más abultado; y entonces están entre esa posibilidad y la de avalar con su ejercicio ciudadano, un sistema electoral caduco, obsoleto, tan pervertido que no corresponde con la realidad.
El recuento es breve pero creo que nos permitirá a muchos recordar lo que ha pasado en los últimos años y percatarnos de que a la clase política no le importa, y tan no le importa este desaliento de la ciudadanía, que está de lleno enfrascada, aun antes de empezar, en una guerra soterrada que a partir del 5 de abril será franca y abierta, sin consideración alguna para con los electores. Y estamos tan hartos, pero a ellos, no les importa.

Publicada en El Informador el sábado 28 de marzo de 2015.