Ciudad Adentro
Veinticinco años
se dice fácil sobre todo para quienes no alcanzaron a desarrollar una
conciencia real y profunda de lo que pasó el 22 de abril de 1992 en Guadalajara.
Las heridas, quizá cauterizadas, siguen abiertas, algunas supuran, muchas
duelen, porque nadie en el Estado mexicano ha tenido la valentía de reconocer
la negligencia criminal y pedir perdón. Y porque los damnificados no han sido resarcidos
del todo.
Nunca es tarde
para reconocer ni para enmendar. Las autoridades son otras, cierto, muy
probablemente por eso las nuevas generaciones de políticos podridos y baratos
no se sienten aludidos cuando se trata de cumplir con compromisos y promesas
para los damnificados, pero les toca. ¿Qué no se dicen respetuosos de las leyes
y del orden institucional? ¿No repiten, cada vez que pueden, la cantaleta de la
urgencia de fortalecer y respetar a las instituciones?
Imagen de las explosiones del 22 de Abril en el Sector Reforma de Guadalajara. Fotografía: Desmesura.org |
Una forma de
hacerlo sería, de entrada, ser ejemplo. Hay un dicho muy viejo, muy sabio, muy
trillado y poco atendido, que encaja aquí a la perfección: “el buen juez por su
casa empieza”.
Aunque nunca lo
reconoció, y es un secreto a voces, fue Pemex. Pagó indemnizaciones y luego se
lavó las manos. Y las otras instituciones que por compromisos y promesas de los
políticos en turno tenían programas de atención a las personas damnificadas, a
veces cumplen, a veces no y siempre con displicencia, sin ganas, con desdén,
como si estuvieran haciendo un favor.
Las dudas sobre
el total de muertos persisten porque la cifra oficial de poco más de 200 no es
creíble. Este también es un asunto pendiente, una cuenta que se tendría que
saldar. Y no se diga la atención médica que la mayoría de los sobrevivientes
requiere y para la que no tendrían que imponerse obstáculos ni regateos.
Merecen todo sin restricciones, lo que pidan y aun así persistirían deudas por
las pérdidas totales, de seres queridos, de la salud, del patrimonio, de la
tranquilidad, de la seguridad.
No se valora
exactamente lo que se perdió desde afuera, mucho menos si se trata del gobierno.
Es su trabajo ponerse en el lugar de los otros para, con esa comprensión, ser
atinados y precisos en las acciones y en las políticas públicas.
Lamentablemente no tenemos políticos de esos, ni para atender a los afectados
por las explosiones del 22 de Abril, ni a la ciudadanía en general.
Las explosiones
del 22 de Abril, como alguna vez dijo Lilia Ruiz Chávez, una de las lideresas
más persistentes y perseverantes de frente a la clase política, estuvieron
politizadas desde un principio y aniversario tras aniversario, sobre todo si
coincide con algún proceso electoral, los políticos están prestos, pagan porque
los alquilen y ofrecen el cielo, la luna y las estrellas; pero si no hay
elecciones en puerta, son omisos y prepotentes.
El testimonio de
Lilia Ruiz, en una entrevista hace dos años con el periodista Alberto Osorio,
es emblemático: Aristóteles Sandoval fue capaz de darle su número de celular para
estar en contacto, y al principio sí, como ningún otro gobernador desde 1992,
pero después ya no contestaba hasta que cambió de número y Lilia se quedó sin
el dato para mantener el contacto directo. Ejemplo de político convenenciero y
mediático, claro. Si en estos momentos no puede ya capitalizar su atención a
los damnificados del 22 de Abril ¿entonces para qué? Así opera la clase
política en general y es un abuso y una bajeza.
A 25 años de
distancia no se han resarcido todos los daños, no se han hecho las correcciones
posible en su totalidad, no se ha pedido perdón, no se han dejado a un lado conveniencia e
ineficiencia y a los damnificados, a la sociedad en pleno, por todo lo que
significa, no se les ha respondido con honestidad y responsabilidad al cien por
ciento como debería ser ante quien no tuvo culpa de nada.
Un cuarto de
siglo, cinco lustros o como se quiera medir, las cuentas no se han saldado y se
tendría que trascender el interés político-electoral para actuar sólo con la
intención de otorgar y conceder lo más posible a quienes perdieron tanto por obra y gracia de la corrupción.
Un abrazo
solidario a los damnificados del 22 de Abril de 1992, a los afectados por las
explosiones en el Sector Reforma, del Barrio de Analco y mis deseos de consuelo
y fortaleza, a los que perdieron a sus familiares, padres, hijos, abuelos,
hermanos, amigos y a los que sufrieron y padecen aún, el abandono de salud,
estabilidad y justicia.
Columna publicada en El Informador el sábado 22 de abril de 2017.