lunes, 29 de octubre de 2018

Secretos y mentiras


Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Más que una característica de la idiosincrasia del mexicano, que bien podría serlo, es un rasgo de la condición humana. No somos los únicos pero aquí llega a niveles de maestría porque además, es sí, los mexicanos estamos, en general, muy pendientes de las emociones y las opiniones de los otros, cercanos o no, familiares o no. Ya saben ¿qué van a pensar? ¿Qué va a decir? ¿Cómo lo va a tomar? O No le digas esto porque se podría ofender, sentir, enojar, es mejor que no lo sepa, está muy chica, no es madura, en fin.
Esta introducción tiene que ver con esta proclividad a no hablar de las cosas que son dolorosas, en lo personal, es decir, no queremos ni confesarlo a nosotros mismos, cualquier cosa de nuestra vida privada que no es agradable; en lo familiar ¿hablamos de los secretos de familia?
Esto también se práctica en los pueblos, en las sociedades, en los países. Hay momento históricos que son dolorosos y mejor no se habla de ellos o se les reviste de alguna gesta gloriosa. El ejemplo clásico es el de los Niños Héroes. Entre los que se omiten, por lo general el Estado es el responsable.
La matanza de estudiantes el 2 de octubre de 1968 es el caso emblemático y en un país como el nuestro tan sometido a agravios de parte de la clase política, es urgente transparentar, suprimir secretos y dejar de lado las mentiras porque sólo sobre un piso de verdad será posible construir nuestro destino en mejores condiciones.
Como es sabido casi por todos, esta semana se cumplieron 50 años de una matanza terrible, una masacre que truncó vidas y sueños de miles de jóvenes; que hirió profundamente al país y que acentuó la brecha entre la sociedad y la clase política.
Fue un daño mayúsculo sobre el que, es increíble, el Estado mexicano no se ha pronunciado aún y tampoco, como apuntó el sociólogo Jaime Tamayo, la Universidad de Guadalajara que optó, en aquel momento, por callar y someter a sus propios estudiantes a través de la FEG, para que no se extendieran hasta estas tierras los reclamos estudiantiles y, seguramente a cambio de favores y privilegios, para que se aparentara que no todos los estudiantes estaban contra el régimen.
Así como después de siglos la Iglesia católica ha ofrecido perdón por acciones y omisiones, así tendría que actuar el Estado mexicano y las instituciones responsables de manera directa e indirecta en el caso de Tlatelolco. Hay víctimas y sobrevivientes que lo merecen; todo México lo merece.
Por el 50 aniversario se abrió el expediente relativo en el Archivo General de la Nación, pero sin duda hay más testimonios, videos y papeles que deberían también someterse a la consideración de todos los mexicanos interesados.
Y sería bueno que, además de las letras doradas, los pronunciamientos fueran profundos, de reconocimiento, de verdad, honestos, para comprender esta parte de nuestra historia en su justa dimensión. Sentiremos vergüenza, coraje, indignación, pero también nos fortalecerá como nación, abrirá conciencias y contribuirá a la construcción de una sociedad mexicana mucho más atenta, mucho más crítica de las acciones y decisiones de la clase política, mucho más participativa y exigente, en suma, más democrática. Es cierto, la matanza del 2 de octubre nos dejó grandes aportaciones y coincido también en esto con Jaime Tamayo, porque se inició “un proceso de larga duración en pro de la democratización del país” que, de hecho, creo que todavía no concluye.
Los secretos y las mentiras de la clase política sólo contribuyen al sometimiento, a la simulación, a la evasión; eso impide tocar fondo, la clase política además dispone de todo un aparato manipulador muy conveniente para que nadie alce la voz y para que a ciertas cosas mejor no se le mueva, para qué, ya para qué, si ya pasaron tantos años.
He insistido en este espacio en la necesidad, en la urgencia de romper patrones, en todos los sentidos, pero específicamente en la forma en que estamos inmersos, todos, en el sistema político mexicano; por generaciones hemos nacido y crecido en este sistema que ha creado en torno a él una cultura que se hereda… Con eso hay que romper. Debemos relacionarnos de otra manera, es lo más sano y será lo mejor para un pueblo maravilloso y extraordinario como es el mexicano. Un signo positivo: terminar con todos los secretos y las mentiras sobre el 2 de octubre del 68, que de por sí, no se olvida.  

Columna publicada en El Informador el sábado 6 de octubre de 2018.

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