Ciudad Adentro
Más que una
característica de la idiosincrasia del mexicano, que bien podría serlo, es un
rasgo de la condición humana. No somos los únicos pero aquí llega a niveles de
maestría porque además, es sí, los mexicanos estamos, en general, muy
pendientes de las emociones y las opiniones de los otros, cercanos o no,
familiares o no. Ya saben ¿qué van a
pensar? ¿Qué va a decir? ¿Cómo lo va a tomar? O No le digas esto porque se podría ofender, sentir, enojar, es mejor que
no lo sepa, está muy chica, no es madura, en fin.
Esta
introducción tiene que ver con esta proclividad a no hablar de las cosas que
son dolorosas, en lo personal, es decir, no queremos ni confesarlo a nosotros
mismos, cualquier cosa de nuestra vida privada que no es agradable; en lo
familiar ¿hablamos de los secretos de familia?
Esto también se práctica
en los pueblos, en las sociedades, en los países. Hay momento históricos que
son dolorosos y mejor no se habla de ellos o se les reviste de alguna gesta
gloriosa. El ejemplo clásico es el de los Niños Héroes. Entre los que se
omiten, por lo general el Estado es el responsable.
La matanza de
estudiantes el 2 de octubre de 1968 es el caso emblemático y en un país como el
nuestro tan sometido a agravios de parte de la clase política, es urgente
transparentar, suprimir secretos y dejar de lado las mentiras porque sólo sobre
un piso de verdad será posible construir nuestro destino en mejores
condiciones.
Como es sabido
casi por todos, esta semana se cumplieron 50 años de una matanza terrible, una
masacre que truncó vidas y sueños de miles de jóvenes; que hirió profundamente
al país y que acentuó la brecha entre la sociedad y la clase política.
Fue un daño
mayúsculo sobre el que, es increíble, el Estado mexicano no se ha pronunciado
aún y tampoco, como apuntó el sociólogo Jaime Tamayo, la Universidad de
Guadalajara que optó, en aquel momento, por callar y someter a sus propios
estudiantes a través de la FEG, para que no se extendieran hasta estas tierras
los reclamos estudiantiles y, seguramente a cambio de favores y privilegios,
para que se aparentara que no todos los estudiantes estaban contra el régimen.
Así como después
de siglos la Iglesia católica ha ofrecido perdón por acciones y omisiones, así
tendría que actuar el Estado mexicano y las instituciones responsables de
manera directa e indirecta en el caso de Tlatelolco. Hay víctimas y
sobrevivientes que lo merecen; todo México lo merece.
Por el 50
aniversario se abrió el expediente relativo en el Archivo General de la Nación,
pero sin duda hay más testimonios, videos y papeles que deberían también
someterse a la consideración de todos los mexicanos interesados.
Y sería bueno
que, además de las letras doradas, los pronunciamientos fueran profundos, de
reconocimiento, de verdad, honestos, para comprender esta parte de nuestra
historia en su justa dimensión. Sentiremos vergüenza, coraje, indignación, pero
también nos fortalecerá como nación, abrirá conciencias y contribuirá a la
construcción de una sociedad mexicana mucho más atenta, mucho más crítica de las
acciones y decisiones de la clase política, mucho más participativa y exigente,
en suma, más democrática. Es cierto, la matanza del 2 de octubre nos dejó
grandes aportaciones y coincido también en esto con Jaime Tamayo, porque se
inició “un proceso de larga duración en pro de la democratización del país”
que, de hecho, creo que todavía no concluye.
Los secretos y
las mentiras de la clase política sólo contribuyen al sometimiento, a la
simulación, a la evasión; eso impide tocar fondo, la clase política además
dispone de todo un aparato manipulador muy conveniente para que nadie alce la
voz y para que a ciertas cosas mejor no se
le mueva, para qué, ya para qué, si ya pasaron tantos años.
He insistido en
este espacio en la necesidad, en la urgencia de romper patrones, en todos los
sentidos, pero específicamente en la forma en que estamos inmersos, todos, en
el sistema político mexicano; por generaciones hemos nacido y crecido en este
sistema que ha creado en torno a él una cultura que se hereda… Con eso hay que
romper. Debemos relacionarnos de otra manera, es lo más sano y será lo mejor
para un pueblo maravilloso y extraordinario como es el mexicano. Un signo
positivo: terminar con todos los secretos y las mentiras sobre el 2 de octubre
del 68, que de por sí, no se olvida.
Columna publicada en El Informador el sábado 6 de octubre de 2018.