Ciudad Adentro
#MeToo es un
movimiento que ha cundido en el mundo (más de 85 países); surgió a raíz de las
acusaciones de abuso sexual contra el productor cinematográfico Harvey
Weinstein en Estados Unidos y se ha extendido a otros ámbitos dependiendo de
las dinámicas del movimiento en cada ciudad, estado o nación (academia y
política sobre todo).
México no ha
quedado al margen y en esta semana, a raíz del suicidio de Armando Vega-Gil,
músico integrante del grupo Botellita de Jerez, por una acusación anónima de
supuesto abuso sexual contra una menor, se desató la polémica y la discusión en
torno a un asunto tan delicado y
complejo que es difícil abordarlo buscando una justa medida, un equilibrio en
los juicios e intentar la mejor solución posible a una iniciativa que si tiene
el propósito de combatir abuso, acoso, agresiones sexuales y, en general, la
misoginia, vale la pena que siga adelante; es necesario que continúe como
herramienta de “denuncia y verdad” como lo describió la periodista Blanche
Petrich.
Sin embargo (con
todo y que quizá es muy pronto para avizorar un escenario de corto plazo
respecto al futuro del movimiento), por las opiniones vertidas por afectados y
defensores, por activistas y promotores, siento que estamos frente a un diálogo
de sordos en el que todos creen tener la razón y pelean por eso sin el más leve
signo o noticia de un posible acuerdo, de una iniciativa para sentarse a la
mesa y discutir la herramienta para mejorarla y no para desaparecerla.
Por una denuncia
anónima alguien se quitó la vida, con la certeza, según su carta, de que no
tenía futuro y que si intentaba una defensa sería contraproducente, como un
pantano de arenas movedizas.
¿Por qué se
tiene que llegar a estos extremos? ¿No seremos capaces como sociedad de
encontrar los caminos del diálogo y la discusión inteligente sin juicios ni
linchamientos mediáticos? La realidad de abusos sexuales y conductas misóginas es
un hecho, la urgencia de combatirla con todas las herramientas posibles también;
en contraposición, por la vía del anonimato se corren riesgos graves, como ya
hemos visto, extremosos, de injusticias y falsas acusaciones motivadas por
“venganzas y resentimientos” según apuntó esta semana otra mujer, Marta Lamas,
feminista, antropóloga y autora del libro Acoso
¿denuncia legítima o victimización?
La polarización
va en aumento y el uso y mal uso de las redes sociales contribuye a ello. Hay
expresiones verdaderamente violentas y desafortunadas que no contribuyen en
nada en la búsqueda de salidas constructivas y positivas para todos. #MeToo es
una herramienta que llegó a ese nivel precisamente por su efectividad. Hoy, por
el mal uso y los extremos, está en veremos su permanencia. Si no se rectifica y
se ajusta, dejará de ser una herramienta confiable y útil para propósito tan
trascendente.
La estridencia
no deja escuchar y en este caso es global. Se tendría que discutir, sin que
fuera diálogo de sordos, si las denuncias pueden ser anónimas o no; y si sí,
definir algo así como reglas de operación para garantizar que no se criminalice
a inocentes y también, que las denuncias honestas y reales, tengan
repercusiones e incidan en una modificación de la cultura machista y misógina.
Se tendría que valorar si será necesario revisar muy bien antes de hacer
público un nombre, que efectivamente tal persona incurrió en los abusos que se
le atribuyen.
Tanto Blanche
Petrich como Marta Lamas han hecho públicas sus consideraciones sobre el tema,
aun a sabiendas de que corrían el riesgo de ser ellas también objeto de
linchamiento público; por fortuna no ha sido así y creo que son voces dignas de
tomar en cuenta porque apelan justo a no transitar en los extremos; a lograr
que #MeToo funcione, sirva y conduzca a que logremos una mejor convivencia
social hombres y mujeres. No lo dijo exactamente de esa manera, pero la
conclusión de Petrich, como lo he remarcado varias veces en este espacio desde
hace tiempo, es que nos necesitamos juntos. La periodista cerró su texto así:
“Me siento a la orilla del camino esperando que pase otro movimiento feminista;
que sea limpio, crítico y autocrítico, inteligente, no revanchista. Que recoja
todos los gritos de quienes queremos que todas las mujeres tengan una vida
libre del abuso, la violencia, las ofensas, los agravios y cadenas del
machismo, el patriarcado y la misoginia; una vida llena de amigos, novios,
compañeros y amantes para vivir la vida. Y en ese desfile quiero ver también a
muchos hombres, a mis amigos, mis compañeros, luchando junto con nosotras.
Estoy segura que de otra manera no se va a poder”. Coincido.
Columna publicada en El Informador el sábado 6 de abril de 2019.