Ciudad Adentro
A mediados del
siglo XVIII, identificado en general como el Siglo de las Luces, el de la
Ilustración, varios escritores europeos publicaron obras donde consideraban que
todo lo americano era degenerado. Georges Louis Leclerc conde de Buffon (1747),
Cornelius de Pauw (1768), Guillaume-Thomas Raynal (1770) y William Robertson
(1777) escribieron que estaba corrompido; que los seres humanos y hasta los
animales eran inferiores a los europeos: débiles,
menos valerosos, de inteligencia escasa, menor estatura, sin vello, degradados
en todos los signos de virilidad, la naturaleza era menos fértil, eran
impotentes y cobardes.
Estos escritos
llegaron a América y despertaron lo que se conoce como patriotismo criollo. Es
un tema complejo estudiado por varios historiadores desde hace décadas porque
además persiste la discusión de si estos sentimientos patrióticos influyeron en
los acontecimientos que se desataron a principios del siglo XIX en la América
hispana y que terminaron en independencias.
Este patriotismo
criollo implicó que ilustrados americanos se dedicaran a estudiar y a escribir
sobre las maravillas americanas, empezando por los antepasados indígenas.
Fueron varios también, pero destaca, de entre todos, Francisco Xavier Clavigero
y su Historia Antigua de México, con
la que responde, directamente, al escocés Robertson punto por punto. De alguna
manera, entre las élites y en buena parte de la población por la forma en que
se difundían impresos en la época, empezó a despertarse una conciencia con
respecto a los casi 300 años de colonia; se empezó también a identificar al
español como conquistador y como extranjero. La evolución de significados de la
palabra gachupín así lo demuestra. El
caso es que en el movimiento de independencia de México, de principio a fin, se
fomentó un sentimiento antiespañol que tenía como propósito, primero, ganar
adeptos para la causa de independencia hacia la segunda mitad del periodo; y,
segundo, justificar las intenciones de separación cuando ya fueron tales por
supuesto.
Entre 1810 y
1821, en la segunda mitad de la década, ya figuraban en diversos discursos
expresiones como “300 años de opresión”, “tres siglos de despotismo”, esto,
entre los insurgentes.
Una vez
consumada la independencia el discurso no cambió, al contrario. Las nuevos
gobernantes, unos meses antes apenas catalogados de rebeldes e insurrectos,
repitieron y reforzaron ese discurso que alimentó el sentimiento antiespañol y
llevó a un enardecimiento social fuerte y contundente contra los gachupines. Se
expidieron leyes de expulsión y ante los intentos de reconquista se llamaba a
actos que hoy serían considerados muy violentos.
La misma renuencia
de la Corona española por reconocer a México como país independiente causó
molestias y protestas airadas de este lado del Atlántico. Fue hasta tres años
después de la muerte de Fernando VII en 1836 que la reina regente María
Cristina reconoció a México como nación y se firmó un tratado de paz y amistad
en donde expresamente, en el artículo II decía:
“Habrá total
olvido de lo pasado, y una amnistía general y completa para todos los mexicanos
y españoles […]” pero no fue suficiente. El sentimiento antiespañol nunca ha
desaparecido, ni siquiera con la migración que llegó y ha aportado tanto a raíz
de la Guerra civil española del siglo XX. Y en gran medida no ha desaparecido
porque a través de la educación a lo largo de los años, en algunas épocas más
que en otras, se ha fomentado desde el Estado mexicano ese sentimiento
antiespañol (dejo aquí la liga del Tratado: https://aplicaciones.sre.gob.mx/tratados/ARCHIVOS/ESPANA-PAZ%20Y%20AMISTAD.pdf).
La enseñanza de
la historia ha hecho hincapié en los 300 años de dominación, en lo perdido, en
lo destruido… Lo sabemos, y en muchos mexicanos de hoy, tanto indígenas como
mestizos, persisten los resentimientos seculares.
No creo que se
deba seguir fomentando esa línea pero sí la de la revisión y de la
reconciliación. Vamos a ver en qué para todo esto y a ver si se da a conocer la
carta íntegra que envió el Presidente al rey de España, desconocemos la mitad de
la misiva. No se me hace tampoco para desgarrarse las vestiduras como han hecho
los más críticos de esta administración, y creo que sí podríamos rescatar la
idea, que he vertido aquí desde hace tiempo, de que nos han enseñado mal la
historia: urge corregir. No es nuestra historia una de héroes y villanos, hay
matices, contextos, circunstancias que no se deben pasar por alto.
Todos los días
hay nuevos archivos o los mismos archivos analizados y explicados con métodos y
teóricas innovadoras, por nuevas generaciones de historiadores, que arrojan
luces sobre diferentes momentos del pasado. Esto no está de más, al contrario,
es una labor de la que se encargan los historiadores. Con esa parte me quedo,
la de la revisión y también con la propuesta de reconciliación que incluye el
reconocimiento de los agravios del Estado mexicano contra los indígenas y
contra personas de otras nacionalidades.
Columna publicada en El Informador el sábado 30 de marzo de 2019.