Ciudad
Adentro
Esta
semana fue particularmente violenta en nuestro país. Lo peor es que no sólo se
trata de la violencia que, por desgracia, es la característica de los
criminales organizados, sino que ahora trascendió al terreno de los mexicanos
de a pie en cuestiones cotidianas.
Me
sorprenden y horrorizan los 19 cuerpos colgados y dejados en vías transitadas
de la ciudad de Uruapan, Michoacán; y los cientos de cráneos encontrados en
Veracruz, pero también el linchamiento en Puebla, los cuatro policías de Azcapotzalco que violaron a una adolescente en la Ciudad de México y los niveles de violencia que
puede alcanzar una jovencita contra otra por un incidente vial (#LadyPiñata).
Urgen
acciones desde la autoridad para frenar esta ola de violencia que nos alcanza
en todos los sentidos: como víctimas, como victimarios y como testigos de
piedra muertos de miedo. ¿Cuánto coraje, cuánta rabia acumulada? Es claro que
las cosas no están bien y este ambiente, con sus efectos tangibles y dolorosos,
sólo contribuye a que el de por sí deteriorado tejido social siga en franco
deterioro en lugar de irse reconstituyendo.
Los
lectores de este espacio saben que me resisto a traspasar las facturas de lo
que sea a la sociedad. Sostengo que la clase política en México es la
responsable de la realidad en la que estamos inmersos, que la pobreza y la mala
educación son deliberadas. Mucho enfrentamos y padecemos en el día-día de
nuestras vidas personales y por las malas decisiones de los gobernantes en
turno, como para además cargar con culpas que no nos corresponden, sin embargo,
abrir o no espacio a la violencia en nuestro entorno, en los hechos cotidianos,
en las reacciones diversas por los incidentes de todos los días, comunes y
ordinarios, sí hay mucho que podemos hacer y tenemos toda la potestad y
soberanía para tomar decisiones.
Aquí
sí toca empezar por uno mismo y empezar a notar en que momento nos sulfuramos y
empezamos a gritar o a agredir: hijos, pareja, padres, vecinos, dependientes,
clientes, transeúntes, automovilistas, autoridades…
Y
no es fácil, pero sí creo que es un esfuerzo que vale la pena y es totalmente
personal con efectos inmediatos en la armonía y la convivencia de este tejido
maltrecho del que formamos parte. Por algo se empieza.
La
violencia criminal, la de los delincuentes, es un asunto viejo, una herencia
maldita que debe ser asumida y atendida cuanto antes. Entiendo, y celebro, la
postura presidencial de atacar las causas, es decir, de tomar decisiones contra
la falta de oportunidades, contra la frustración y la rabia social acumulada
por décadas, con trabajo y educación, con accesos en lugar de escollos y
trampas. Medidas medibles y específicas contra la pobreza, la mala educación,
las adicciones y la corrupción. Urgen.
Sin
embargo, es preciso e indispensable también trabajar de manera reactiva y
cuanto antes. Muchas veces he cuestionado en este espacio eso, que las
autoridades sólo reaccionan y no van a fondo en las soluciones, hoy se está
haciendo, pero no puede ser nada más eso. Se requiere un equilibrio en las
acciones y que la sociedad en su conjunto, particularmente la de los 10 estados
de la República con niveles más altos de violencia, incluidos Jalisco y
Michoacán, empiece a notar que hay cambios y los índices de criminalidad se
representan a la baja como ya está sucediendo en Sinaloa y Durango, gran cosa
en verdad.
La
inseguridad en México es una realidad que nos lacera y lastima a todos los
mexicanos desde que tenemos memoria. En los años ochenta el narcotráfico
adquirió otra dimensión y desde entonces, con altibajos, la evolución de esa
forma del crimen sigue en desarrollo ahora junto con otras maneras de operar
que se han ido sumando como las que tienen que ver con el cobro de protección a
agricultores, trata de blancas, robos a gran escala y tráficos ilegales
diversos.
Este
orden de cosas tiene y debe cambiar y sólo se logrará, de fondo, si se
combinan, en un justo equilibrio, las acciones reactivas para combatir el día a
día en materia de violencia criminal y las medidas de largo plazo para lograr
cambios de fondo que conduzcan a una realidad que los mexicanos no conocemos:
una de paz y armonía generalizadas; de garantías de que nuestro trabajo rendirá
sus frutos y podremos disfrutarlos, de que hay justicia y oportunidades; de
respeto a los derechos humanos, de respeto en general, de confianza y
transparencia, sin abusos de poder, ni
negligencia, ni omisiones. Es posible.
Columna publicada en El Informador el sábado 10 de agosto de 2019.