Ciudad adentro
LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)
Confieso que durante mucho tiempo sentí una profunda
envidia de los brasileños por tener un presidente como Lula da Silva ¿alguien
no? Un hombre que desde abajo y a través de la representación de los
trabajadores llegó después de varios intentos a ocupar la responsabilidad más
alta en su país.
Y luego, salvo algunos casos menores de corrupción que
salieron a la luz durante su gestión, la admiración creció porque las buenas
noticias se sucedían relativas a las decisiones sensatas y exitosas que estaba
tomando el Gobierno de Brasil para sacar al país de la pobreza y, finalmente,
trascender la condiciones de nación latinoamericana, no la ubicación geográfica
claro está, sino de esa especie de estigma que al parecer nos mantiene inmersos
en la corrupción, la pobreza, la mediocridad, la desigualdad, la injusticia, el
“ya merito”, los políticos abusivos, las violaciones de derechos humanos, el
narcotráfico, la violencia y realidades similares que impiden cambiar de
estadio, salir del tercer mundo, del subdesarrollo o del “en vías de
desarrollo”, incluso de la calidad de “naciones emergentes” para ocupar un
lugar en el concierto de las naciones desarrolladas, las ricas, las más
poderosas, en donde la gente tiene niveles de vida de alta calidad, no perfecta
pero sí superior.
Hasta ahora, salvo las malas noticias que ahora llegan
del coloso de Sudamérica —el gran país de la bandera verde y amarilla, el de la
selva amazónica, el de la mayor biodiversidad del planeta y el de la gente que
parece más feliz, el país del carnaval de Río, el de las próximas Olimpíadas— Brasil
sigue formando parte del grupo conocido como BRICS (Brasil, Rusia, India, China
y Sudáfrica) y no se me olvida aquella alianza en Fortaleza para enfrentar
precisamente a los mandamases de la Tierra que no han escatimado recursos y
tercerías para desprestigiarlos.
Quién sabe qué pasará ahora con todo este escándalo que
involucra, ni más ni menos, que al expresidente Lula, en un hecho que, pese a
que las investigaciones no han concluido, me produce una gran decepción y un
desaliento incontenible.
¿Cuántas veces no lo idealicé y pensé que ojalá
tuviéramos en México uno como él? Lula el carismático, el mandatario preocupado
y ocupado en la atención de los brasileños, el estadista, el estratega y, por
todo esto, el más popular del mundo reconocido por el mismísimo Obama, no nada
más porque sí, sino porque estaba haciendo una diferencia en Brasil, una gran
diferencia, estaba sentando precedente y se estaba consolidando como ejemplo de
eficacia y honestidad, de líder mundial promotor del buen gobierno.
Lula da Silva. Fotografía: Espectador. |
Pues ya no. En lo que son peras o son manzanas, su
integridad está en tela de juicio y luego de citarlo para declarar, la Fiscalía
brasileña ordena su detención provisional ¡para que no se fugue! Ni intente
entorpecer las investigaciones. Qué mal. Dilma Rousseff involucrada al grado de
que se le cuestiona si permanecerá o no en la presidencia; varios funcionarios,
la gran mayoría de ellos relacionados con la gigante Petrobras que se ha puesto
de buen ejemplo en México infinidad de ocasiones, ahora de malo; y decenas de
empresarios de la construcción, algunos con nexos con el Gobierno mexicano
—para variar y no perder la costumbre— en un masacote descomunal de corrupción,
tráfico de influencias, lavado de dinero, impunidad, privilegios, abusos y
todas esas acciones con las que en México sabemos bien identificar a los
políticos corruptos. Una decepción similar vivimos muchos con Carlos Salinas de
Gortari.
Y podríamos decir simplemente: pobres brasileños, un pueblo especialmente querido por los
mexicanos y mucho más por los tapatíos, pero resulta que al destaparse esta
gran cloaca, todo parece indicar que Lula formaría parte sólo de la parte
visible de una red de corrupción sólida y extendida que alcanza a funcionarios,
empresarios y mandatarios de varios países de América Latina. Claro está,
México no es la excepción.
La columna de Raymundo Riva Palacios del día de ayer (se
puede consultar en línea) “Samba”, da cuenta detallada de las relaciones entre
el Gobierno mexicano y un multimillonario empresario carioca, Marcelo
Odebrecht, actualmente preso, deseoso de no pagar solo, y quien era en realidad,
todo parece indicar, el jefe de Lula, por el presunto cabildeo para su
beneficio, en México y antes incluso, con los hermanos Castro en la mismísima
Cuba.
Así que ¿tú también Lula? ¿Los latinoamericanos estamos
condenados sin remedio?
Columna publicada en El Informador el sábado 12 de marzo de 2016.