Ciudad Adentro
Ahora sí, esta
es la quinta y última parte. Es un texto que me sirvió también para hacer
catarsis y que resume reflexiones con respecto a lo aprendido, algo de lo
aprendido; y nuestra realidad ahora marcada por un contexto electoral que no es
nuevo lamentablemente, de hecho, es peor. Me preocupa la naturalidad y
resignación con la que algunas personas reconocen que en el Estado de México,
fue una elección de Estado y se quedan tan campantes. Me escandaliza el descaro
de la compra de votos y de la manipulación mediática; la única esperanza está
agarrada de aquel espíritu público al que me he referido. Sigo y concluyo:
El sentimiento
nacionalista, el espíritu público que nació con fuerza y dio vida a México, fue
aplacado pronto, aplastado y desconocido; aunque no en el primer intento. Es
tan fuerte que todavía resurge y atemoriza. Entonces vuelve a ser sometido por
el desdén y la impotencia; muchas veces es reprimido con violencia y más
frecuentemente de lo que quisiéramos muchos, es cooptado por quienes tienen
poder para maicear, los caciques de feudos pequeños, medianos, grandes y
extra-grandes que logran que talentos extraordinarios claudiquen y caigan en el
juego de la deshonestidad y la desvergüenza. Lamentablemente, universidades públicas
son un ejemplo.
Todavía hace
unos pocos años, a fines del siglo XX, vinieron historiadores a decir que no
tuvimos conciencia de nación sino hasta muy tarde. Que salvo las élites
ilustradas, lo demás eran poblaciones en donde campeaba la inconsciencia. Ni
sentido de nación, ni percepción de la extensión del territorio, ni orgullo, ni
casta, ni espíritu público.
Nos han enseñado
mal la historia.
Nos han contado
relatos de héroes y villanos; la historia de una raza de bronce en realidad
débil y sumisa y nos han dicho que por eso estamos así, que por eso todas las
desgracias actuales las merecemos; que no exigimos lo suficiente; que nos
conformamos con una despensa para votar por el peor; y que en esencia somos
corruptos, que a las primeras de cambio sale de lo más profundo de nuestro ser
el indio taimado y ladino que todos llevamos dentro. No es así.
Nos han enseñado
mal la historia.
Con maestría y
paciencia, nos han cortado con la misma tijera y todos los mexicanos de todos
los tiempos quedamos reducidos a una masa ignorante, pobre, abusiva y abusada;
una multitud que busca el “sueño americano”, que se solaza con la música de mal
y peor gusto, que no lee y vota por el candidato “más guapo”. No somos así, no
todos somos así, ni siquiera la mayoría.
Nos han contado
mal la historia.
A estas alturas,
con un programa bien diseñado de mala educación y pobreza extrema
convenientemente mantenida; con televisoras que ofrecen producciones para la
enajenación, la manipulación y la violencia, para fomentar la frustración y
llenar este país de wannabes, la
sociedad mexicana tiene hoy menos margen de maniobra y la clase en el poder se
sirve con la cuchara grande.
Les ha
funcionado enseñarnos mal la historia para actuar a sus anchas, para venerar al
dios de la corrupción, honrar las bajezas, enorgullecerse por la falta de
escrúpulos y por los abusos infringidos a una sociedad noble, trabajadora,
aguantadora, leal, pacífica, sometida a través de la ignorancia y capaz de
perder dignidad y orgullo para llevar de comer a sus hijos.
No siempre fue
así. Urge ahora difundir esa parte de orgullo y decencia que priva en todos y
que se ha manifestado a lo largo de nuestra historia, con irregularidad,
inconstancia y diversidad en las intensidades sí, pero que puede ser el clavo
ardiente que nos salve, el punto de reencuentro, recuperación, restitución,
reconstrucción y auto-reconocimiento con la carga de identidad que incluye;
volver a los tiempos cuando la dignidad y
el honor eran costumbre (Elena Hernández dixit); aquellas épocas en las que salimos en defensa del objeto de
nuestras lealtades porque creíamos en eso y éramos capaces de dar la vida por
la patria, el territorio donde nacieron y crecieron los hijos y sus hijos y sus
nietos, generaciones de mexicanos herederos de grandeza, sabiduría, honestidad,
entereza, determinación, creatividad, ciencia, arte, intelecto, filosofía de
vida, solidaridad, amor por la naturaleza, respeto por los ancestros…
Hay honor y
orgullo en nuestra historia; dignidad y conciencia; cultura, raíces profundas y
significativas. Alimento para el espíritu público y la unidad nacional.
Realmente
Fernando VII nos hizo un gran favor al insistir en pacificar y reconquistar;
también el autoritarismo y los abusos de José de Gálvez ayudaron y todos los
que rechazaron lo americano: Buffon, Pauwn, Raynal y Robertson. Antes ellos,
ahora Peña y todos los partidos y Trump… Es quizá nuestra forma de surgir de
las cenizas. Sueño eso.
Columna publicada en El Informador el sábado 10 de junio de 2017.